En los márgenes más oscuros de Europa del Este, donde Ucrania, Rusia y los Balcanes se entrelazan en una geografía marcada por guerras pasadas y heridas abiertas, el crimen no es una sombra… es parte del paisaje. Allí, las organizaciones criminales no se esconden: gobiernan barrios, compran policías, dictan sentencias de vida y de muerte con la misma frialdad con la que se sirve un vaso de vodka.
Svyatoslav Stasiuk creyó que podía romper ese ciclo. Quiso alejar a su familia del veneno de las mafias, de la droga y de los cementerios prematuros. Pensó que con un paso firme y una mano limpia podría sacarlos de la tormenta. Pero en estos lugares, cuando alguien intenta salirse del juego, siempre hay otro dispuesto a recordarle que las piezas no se mueven solas.
Y así, con su caída, la familia del crimen no se extinguió… se multiplicó. Las rutas se expandieron. Los contactos cruzaron mares. Y en esa expansión, Argentina se convirtió en un tablero más, un destino lejano donde el mismo veneno aprendió a hablar español.
Aleks Stasiuk no tiene la más mínima idea de la guerra que lo rodea. Pero la guerra… ya tiene planes para él.
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Editado: 30.08.2025