Mi nombre es Edgar Druilhe.
Soy un chico de 18 años de edad que pertenece a una familia noble de rango barón en el reino de Eslendor.
[Bandera del Reino de Eslendor]

Como un joven enérgico y lleno de aspiraciones, sería natural que me encontrara estudiando en la prestigiosa Universidad de Myrthal, una institución renombrada por abrir sus puertas tanto a los más talentosos como a los más dedicados. En tal institución, los alumnos formarían su futuro, perfeccionarían toda clase de habilidades y construirían conexiones que marcarían el rumbo de sus vidas.
Si ingresara a la Universidad de Myrthal, no solo ampliaría mis capacidades de estudio o fortalecería mi esgrima. También tendría la oportunidad de entablar amistades significativas y relaciones con otros nobles, vínculos que, en el contexto de nuestra sociedad, me beneficiarían en un futuro próximo.
Tampoco podría faltar que entre esos momentos de aprendizaje y camaradería, habría espacio para la emoción juvenil. No lo se... Quizás la posibilidad de cortejar a una hermosa dama o quién sabe... incluso a más de una, si saben a lo que me refiero, guiño, guiño...
Sin embargo, tomé una decisión que cambió el rumbo que había imaginado para mi vida.
¡Me enlisté en el ejército de mi nación! ¡Yujuuu!
Ahora bien, imagino se preguntarán... ¿Qué pudo llevar a un joven noble como yo a tomar dicha decisión?
¡Me alegra que lo pregunten!
—Verán queridos amigos, detrás de mis acciones yace un sentimiento formado por un ideal puro y noble... Justicia.
Con esas palabras, dirigí mi mirada a los seis muchachos expectantes que compartían una de las mesas de la cafetería conmigo.
Por la forma teatral con la que expresé mis palabras, los chicos se veían notablemente asombrados, prueba irrefutable de su impresión fue el conjunto "Oooh" que emergió de sus bocas.
Ta potente, ¿verdad?
Lo sé, lo entiendo perfectamente. Pero no se apenen, ustedes no son los únicos que se han visto... cautivados por mi presencia.
Si prestaba atención a mis alrededores, podía darme cuenta que en las mesas aledañas a la mía, otros estudiantes desviaban su atención de sus propias conversaciones para enfocarse en mi.
Sus miradas curiosas y expectantes me confirmaban que había captado su interés por completo.
Con semejante audiencia atenta, estaba claro que no podía detenerme ahí, ¿o sí? ¡Claro que no!
Tomé un vaso y le di un sorbo al néctar de arándano para agregar un poco de "dramatismo" y "expectativa" a mi monólogo.
Por cierto, debo confesar que el sabor de esa bebida era... bueno, como si alguien hubiese intentado hacer algo grandioso, pero que acabó quedándose a medio camino al final.
Pero hey, tampoco es que me queje. Comparado con lo que se consigue ahí afuera, era aceptable. Mierda refinada, digamos. Pero dejemos eso a un lado y volvamos a lo importante...
Yo, obviamente.
—Saben, me considero un joven orgulloso.
Regresé el vaso sobre la mesa y continúe, asegurándome de mostrar una de mis encantadoras sonrisas a mi público.
—Soy un fiel patriota que se enorgullece de vivir en este reino.
Tomé el cubierto que descansaba sobre mi plato y apuñalé elegantemente mi salchicha.
—Yo amo mi país... y voy a protegerlo de la infestación de esas sucias e inmundas Plagas.
Corté elegantemente una porción con un cuchillo que tomé de la mesa y antes de llevármelo a la boca, me detuve.
—Sin importar que deba morir en el intento, sin importar que deba usar mis propias manos desnudas... ¡Las exterminaré a todas!
Entonces azoté mi mano, ahora transformada en un puño contra la mesa.
Debido a la brutalidad casi repentina de mi gesto, la porción de salchicha en mi cubierto salió volando de mi tenedor, golpeó la orilla de la mesa y cayó al piso.
Tuve la sensación de que muchos ojos se clavaban en mi desde otras mesas. ¡Y con justa razón!
Nadie en su sano juicio desearía luchar contra Las Plagas y sus infestaciones. Incontables guerreros famosos por su poder y carisma perecieron tratando de plantar cara a estas criaturas, mucha gente inocente enfermó por sus maldiciones y un sin fin de cadáveres tiñeron la tierra con sangre y desesperanza a su paso.
Mencionar a Las Plagas era como invocar un torbellino de emociones sombrías, donde los involucrados fruncían sus rostros por el rencor, el odio o el miedo.
De hecho, pude ver a varios frunciendo el ceño cuando miré de reojo. Vi a otros oscureciendo sus ojos con tal brillo asesino en sus pupilas desde el fondo de la cafetería, y a unos cuantos que perdían su mirada en la nada misma, apresados por recuerdos horrendos que preferían enterrar.
Reacciones como estas eran comunes, ¿cómo no iban a serlo? Después de todo, las Plagas dejaron cicatrices imborrables en muchas vidas, arrancando seres queridos, destruyendo hogares y sueños. Era natural que solo escuchar ese término encendiera esas brasas de sufrimiento, dolor u odio en los corazones de las personas.
Quién osara proclamar abiertamente su intención de enfrentarlas, sería considerado como mínimo, un suicida. Un lunático fuera de sí, alguien tan perdido en sus delirios que necesitaba ser confinado a un manicomio. O tal vez, un pobre infeliz cuya desesperación lo llevaba a rogar a que los propios militares lo enviaran de inmediato al frente como parte del reclutamiento forzoso.
Por esto mismo me las había arreglado para captar la atención de casi todos en esta cafetería.
—¿E-Estas demente?
Un muchacho pelinegro cuestionó mi sentido del raciocinio desde una mesa cercana.
¿Demente yo?
Seguidamente, una chica de cabello rubio y ojos carmesí decidió mofarse desde la otra mesa.
—¡Ja! ¿Dices que puedes exterminar a las plagas tu solo? Que tontería.
La chica fue respaldada por comentarios sarcásticos y burlones, provenientes de otros chicos y chicas en su misma mesa que la secundaban como su sequito, causando a su misma vez que los murmullos incrédulos y escépticos resonaran a mi alrededor como parte de un efecto dominó.