Las mujeres son secretistas por naturaleza, y les gusta practicar el secreto por su cuenta. (Sir Arthur Conan Doyle).
El sol se cola por la ventana y obligada me cubro la cara con las sabanas.
Trato de conciliar nuevamente el sueño del que fui sacada cuando caigo en cuenta de algo.
¿Qué hora es?
De un brinco me coloco de pie balanceándome por la rapidez en la que lo hice, el reloj marcaba las 8:42AM.
—Es súper tarde, Miguel va a matarme.
Paso las manos por mi cabeza para controlar un poco la frustración y un leve dolor en la zona de atrás me hace chillar.
Los recuerdos me llegan de golpe.
El cuarto de Rosa
La fotografía
El secreto de Luciano
El pasillo oscuro
La sangre
El muerto
El dolor en mi nuca y oscuridad…
—EL MUERTO!!! —tapo mi boca por inercia, lo primero que paso por mi cabeza fue correr hacia el pasillo y antes de salir me detengo en seco.
No estoy en mi recamara.
Por como lo recuerdo y las tantas veces que he entrado aquí puedo decir con seguridad que se trata de la habitación de Aníbal. ¿Qué coño hago acá? ¿Quién me trajo?... ¿Quién me golpeó?
Salgo de la habitación y encuentro un extremadamente limpio pasillo que me confunde aún más.
Las luces alumbran como de costumbre y el piso brillaba de lo limpio que estaba, en las paredes no había ni siquiera una mancha de zancudo estriado.
¡Pero aquí hubo un muerto! No lo soñé, hubo un muerto y estoy segura.
Suspiro y emprendo camino a mi cuarto alerta hasta del más mínimo sonido, una sensación extraña en mi cuerpo me hace estremecer. Como si alguien estuviera mirándome.
Este lugar me volverá loca.
En la ducha me despojo de mi vestimenta dándole un descanso al pobre uniforme que aun llevaba puesto desde el día de ayer por la mañana. Algo cae sobre mis pies.
La fotografía.
—Otro nuevo misterio que sumarle a la prestigiosa familia.
"Este fue el triste destino qué te buscaste".
¿Qué significara eso?
...
Trago grueso frente la puerta de la habitación de Miguel.
Recordé cuando me dijo que debía de estar a su lado en el momento en que abriera los ojos por la mañana… imbécil.
Aún debe de dormir. La fiesta debe haber acabado hace unas horas. Exhausto no creo que se levante temprano.
<Que esté durmiendo por favor>
Abro la puerta rezándole a todos los santos de que aún duerma y mis plegarias no fueron escuchadas.
Miguel no está en su habitación, e incluso su cama estaba perfectamente hecha.
—Demonios… Miguel me va a echar a la calle —bajo prácticamente corriendo las escaleras en dirección al despacho ignorando los reclamos de una de las chicas que estaba trapeando el piso.
—Siento mucho la demora —fue lo único que pronuncie abriendo con fuerza la puerta del despacho.
Miguel me analiza con la mirada.
En su rostro no observo nada de felicidad pero tampoco está enojado, puedo jurar que lo noto más relajado que ayer.
—Mira quien se digna a aparecer, la responsable asistente de papá con dos horas y once minutos de retraso —Miguel observó el reloj de mano y nuevamente pone su fría mirada sobre la mía, y como si leyera la mente continuó— No me interesa saber ninguna de tus excusas, agradece que me levante de muy buen humor.
Gracias desconocida, gracias. Bendita tu promiscuidad.
—Por fin me quite una carga pesada de encima.
—¿Se puede saber a qué tipo de carga se refiere? —avanzo hacia mi asiento, no sé porqué pregunté eso pero a Miguel no le hizo ninguna gracia.
—Que sea la última vez que te metas en mis asuntos, no son de tu incumbencia. Preocúpate por llegar temprano y mantenerme lo más satisfecho posible. De lo contrario sabes que pasará.
—Como usted diga joven Miguel.
No le volví a dirigir la palabra solo para comentarle cosas de verdadera importancia con respecto a las cuentas de la empresa. No suelo ser esas personas masoquistas a las que le gustan pasar por lo mismo una y otra vez. Si Miguel quiere que entre nosotros solo haya una relación profesional de jefe y empleado así va hacer.
A decir verdad me conviene bastante que nuestra relación no cruce lo profesional. No me entusiasma ser su amiga.
Apenas el reloj marcó las 12:00pm, mi Jefe se colocó de pie guardando todas las cuentas dentro de una carpeta y me las arrojó.
—Guarda estos papeles dentro de tus cosas, luego de almorzar lo llevaremos a la empresa tengo unas cuentas que no he chequeado.
—¿Quiere que lo meta en alguna carpeta en específico señor?
—¿Ahora soy "señor"? — Entornó los ojos y como si de una niña se tratara me dijo: — Si es posible guárdala en la carpeta que diga: Asuntos Que Mi Jefe Tiene Que Revisar Cuánto Antes Sin Escuchar Mis Estupideces De Por Medio, te lo agradecería mucho —tomó su celular del escritorio y se marchó.
—Respira Ana, respira —digo para mí misma tomando aire—. Solo quedan catorce días para que termine esta pesadilla y todo vuelva a la normalidad.
Tomé la carpeta que Miguel me indicó y la guarde en mi portafolio antes de abandonar el despacho. Ya era la hora del almuerzo y los cariñosos hermanos Moore se molestan si llego tarde a la mesa.
Desde el día en que Aníbal me trajo a esta casa ordenó como Decreto Real que yo debía comer en la mesa como un miembro más de la familia sin importar lo que dijera Miguel y mucho menos Rosa, que a decir verdad, hay cierta tensión en su relación.
— Ya siéntate de una buena vez —me ordenó Rosa al verme tratando de ayudar a servir los platos. Patricia tan amable me hizo seña de que todo estará bien y agradecida por mi buena intensión me indicó que tomara asiento para no molestar a Rosa. Asentí y tomé asiento justo al frente de Luciano.
—Si tanto te preocupa ayudar a la servidumbre le puedo pedir a papá que te remueva de tu puesto a uno más comido. ¿Ama de llaves te parece bien?. Te quedaría perfecto.
Ignoro sus palabras y sigo observando el buen trabajo de Patricia, que cuando acaba de servir lo platos le pide permiso a Rosa para retirarse. Claro, se lo concede, corriéndola de malas ganas.
A Luciano pareció desagradarle la escena pero no dijo nada, la impresión que me da es que él es de esas personas que prefiere callar para no caer en discusión y luego de la amenaza que recibió de su hermana yo también callaría.
—¿Qué les pareció la fiesta de ayer? —Rosa fue la primera en romper el silencio —Increíble cierto.
<<Si, súper increíble. Sobre todo en la parte donde hubo un asesinato>>.
—Sí, debo admitir que la mayoría de las chicas estaban bien ricas —las palabras de Miguel no me sorprendieron por lo que ni siquiera voltee a verlo. Si su propósito era incomodarme, haría falta más que eso.
Ella lo mira como si fuera la primera vez que lo escucha hablar. Sin embargo eso no la cohibe para agregar:
—Si Padre hace otro viaje les prometo que la siguiente será mucho mejor. Es más, les prometo que la fiesta de anoche quedará como juego de niños comparada a la que viene.
¿Perdón?
Trato de encontrar algo es su cara que me diga que solo era una broma cruel, pero sigue hablando tan convencida y entusiasmada como si de una gran noticia se tratara.
Esta mujer es increíble, aún su papá no llega del primer viaje y ya está planeando hacer otra fiesta para su el siguiente viaje .
La comida transcurre, pero el único ruido que percibo es el de los cubiertos y la voz de Rosa.
Alzo el rostro solo para saber si alguien aquí puede decirme que condenados pasa, y sorprendo a Miguel mirándome.
Pero al instante voltea a la izquierda.
En un rato largo Patricia volvió al comedor y recogió todos los platos y recipientes ya desocupados, la primera que abandonó la mesa fue Rosaline.
Según ella se le hacía tarde para ir a la peluquería.
Le siguió el joven Luciano quien solo se despidió de mí para desaparecer por la puerta principal, dejándome allí sola con mi jefe.
—Ana, lo estaba olvidando —Miguel rompió el nuevo silencio que se formó en el comedor que desee que fuera eterno—. Luego de salir de la empresa iremos por ahí, así que lleva cambio de ropa para que no parezcas payasa en día de Halloween con ese uniforme.
—Joven Miguel, me temo que tendrá que disculparme esta vez, pero no podré ir con usted. Al terminar el día, tengo un arreglo con el señor Aníbal. Verá, ocupo las noches de hoy y mañana para hablar con mi familia. Son los únicos día donde ellos se pueden comunicar conmi…
—… Ana, no te lo estoy preguntando, es una orden —claro y directo.
Por un segundo pensé que me iba a permitir hablar con ellos por el tiempo que tengo sin verlos, que ingenuo de mi parte.
¿Cómo se me ocurre esperar esa consideración de su parte?.
Tomó su teléfono de la mesa y se colocó de pie para marcharse sin antes decir:
—En cinco minutos te espero en el auto, se puntual si no quieres irte caminando.
Las lágrimas amenazaron con salir pero las logré contener. Llorar por la crueldad de un hombre no son cosas de Anastasia Rojas.
Así que con dignidad asumí la situación; subí a mi habitación, tomé un cambio de ropa lo guarde dentro de mi cartera y justo a tiempo abordé la camioneta de Miguel. Sin olvidar la carpeta que me dio a guardar.
El camino hacia la empresa fue silencioso, esta vez no tomé el puesto a su lado. Durante todo el viaje mis ojos estuvieron puesto en el cristal de la ventana viendo como las casas quedaban atrás mientras avanzábamos aunque de vez en cuando con el rabillo del ojo observaba a Miguel verme por el retrovisor, no le preste y seguí en lo mío… ignorarlo.
En cuanto coloco un pie fuera del auto recibo la orden de Miguel de ir por un café.
Una muchacha muy cordial toma mi pedido amablemente y me atiende lo más rápido posible para deshacerse de la larga fila que había detrás de mí, le agradecí su buen servicio y me marché con una amplia sonrisa que desapareció cuando entre en Murk.
—Hey, hey, hey —unas fuertes manos me toman por las cinturas deteniendo mi veloz caminar—. ¿Esa es la cara o el culo? —me pregunta mi mejor amigo, sacándome una sonrisa.
—¿Tu qué crees?
Mi divertido amigo pone su mejor cara de pensativo.
—Voy a pensar que es tu cara, no me quiero imaginar otra cosa allá arriba tan alto.
Le doy un leve golpe en el pecho y rio junto a él.
—Enserio estás loco.
—Con tal de sacarte una sonrisa soy capaz de disfrazarme de payaso —con sus manos hizo muecas en su cara—. ¿Ahora me contaras porque estas así… de mal humor?
—Aníbal se fue de viaje y me dejó bajo las órdenes de su hijo...
—Oh, mira que al principio puede ser muy exigente pero es todo un profesional, Luciano es un jefe...
—...Es Miguel Ángel.
—Joder. Jodida mierd...No te quiero asustar, pero ha sido un placer conocerte.
Le sonrió sin ganas, se que bromea pero no dejo de pensar que esto realmente es una pesadilla. Y que alguien sí ha muerto.
—Hey, gracias por el ánimo— relaja su semblante y me abraza de lado—Sí es como un grano en el trasero, pero planeo superar esta etapa. Créeme, dios me libre de tenerlo de forma permanente. Imagínate, ¡no me dejo ni hablar con mis padres!
—Qué mala onda la de tu nuevo jefe. Sabes confio en ti An, siempre has sido de las que no se rinde. Podras con este idiota, yo lo sé. Ahora, hay algo que quería conversar contigo —presionó el botón del elevador y ambos subimos. Una vez dentro me dice —. Están pasándome cosas muy extrañas— ya somos dos, pienso—, ¿te parece si nos tomamos algo este fin de semana?
—¿Enserio?, yo también necesito decirte...—me detuve en seco, estuve a punto de soltarle todo el cuento del muerto misterioso sin más. No, no es seguro.
Esteban esperaba que terminará la oración, en su mirada se veía lo intrigado que estaba por saber lo que me ha sucedido estos últimos días. Tenia cierto conocimiento de mi relación con Anibal, no es tonto. Pero había información que era hiperactivo manejarla con cuidado, no quiero pensar que pueda ponerlo en peligro si yo misma ya lo estoy.—. Ayer vi un… una fiesta. Puedes creer que la hija de Aníbal no espero ni que su padre llegara a Alemania para tirar la casa por la ventana. Es una desconsiderada.
Las puertas del ascensor se abrieron frente a mí en el último piso y con ello la vista de la imponente silueta de Miguel.
—Pensé que venia de rodillas—su mirada dejó mis ojos para examinar a mi amigo como si fuera un bicho raro.
—Lo siento, me detuve a saludar a un amigo —señalé a Esteban junto a mi lado—. Nos quedamos charlando un poco.
—Aquí no se te paga por venir a charlar, si quieres un empleo donde lo único que hagas es hablar y hablar dímelo y yo te complazco, y si no sabes cuál es tu rol en esta empresa puedes empezar por ir a tomar tus cosas y desaparecer de mi vista.
Esteban abría y cerraba los puños.
Un aspecto que pocos conocen de Ban, como cariñosamente le llama mi madre. Es que, apesar de lucir y ser un grandísimo nerd también puede reducir a cualquiera con facilidad. Y así fue como lo conocí. Al entrar a la universidad no fui la persona más popular y por ende los problemas venían gratis.
Mi amigo es esa la clase de hombre con un sentido innato del deber, y algo que no soporta son las injusticias.
Sin embargo, sabía escoger sus batallas y para no arrepentirse de algo que pudiera hacer, prefirió marcharse.
—Ana, seguimos hablando otro día, tengo mucho trabajo que hacer.
—De acuerdo Esteban, como digas. Luego continuamos con nuestra charla —mi amigo asiente con una sonrisa forzada y se marchó por un extremo muy diferente al que yo tomaría.
Inmediatamente Miguel me toma del brazo con mucha fuerza pagándome a su costado.
—Ya llevas dos faltas con estas, a la tercera no respondo.
Lo miré confundida y extrañada a la vez, no entiendo porque se puso asi, solo hablaba con mi amigo. Cada dia… no, cada hora este hombre está más loco.
—¿Que te sucede?, suéltame —jalo mi brazo sin éxito alguno.
—No creo que le haga mucha gracia a Padre cuando le cuente que te encontré coqueteando con uno de sus empleados dentro del elevador.
—¿Qué? ¿Estás loco?, es mi amigo y solo hablábamos.
—Aníbal también fue tu amigo ¿cierto?, y eso no te importó para llevártelo a la cama.
Sin pensarlo y con mi mano libre reuní toda la fuerza para estamparle una cachetada a este imbécil, pero fallé. En un rápido movimiento sujetó mi otra mano con fuerza recostándome a la pared presionando su cuerpo contra el mio.
Sus ojos marrones muy cerca de los míos destilaban rabia, su mandíbula bien apretada que amenazaba con quebrar sus dientes le daba un aire autoritario e imponente.
Hoy más que nunca noto como le fascina tener el poder y someter a las personas.
—Ya estas advertida, a la tercera falta no respondo —me suelta alejándose de mí. Me da una última mirada y comienza a caminar hacia la oficina.
—No me asustan tus advertencias —lo veo detenerse y girar para encararme.
—¿Ah no?, te aseguro que mis castigos si lo harán —y sin decir más se marchó, dejándome allí parada estupefacta.
Miguel sí que sabe cómo sacarme de base.
¿Qué sé cree? ¿Christian Gray?
Se equivoca de Anastasia.
Voy a mi escritorio y de camino me recuerdo que debo limpiar mis zapatos.
En su ataque de hombre de las cavernas tiró el café que traía para él.
Tal vez no sean costosos pero ahora son los únicos con los que cuento.
Observo con cuidado mis pies...
***
Él sigue hablando de cosas que no entiendo.
— ... ¿conocía a la víctima?, ¿y dónde estaba antes del momento de la ejecución?, ¿qué hacía en esa habitación?...
No sé en qué momento perdí los zapatos.
Hace frío.
No sé de quién es la cobija sobre mis hombros.
En un momento es solo una voz y luego son gritos.
Siento que me empujan y caigo sobre mi hombro. Mi cabeza golpea con algo duro. Otra vez.
***
Parpadeo rápido, queriendo un poco de claridad.
Duele.
Eso pasó anoche, no es una alucinación.
Fue real.
Y el pitido del comunicador también.
—"Muevete, no me hagas esperar".