Peligroso Ángel

9

Los problemas no son señales de alto, sino guías en el camino.” (Robert Schuller) 




20 minutos y otro café después...

Entro a la oficina y allí está él, muy centrado en su trabajo con los ojos puestos en la computadora, le dejo el café sobre el escritorio a un lado muy retirado de cualquier papel. Uno nunca sabe hasta dónde puede llegar la idiotez de una persona y derrame todo el contenido sobre ellos.

—Gracias —lo escucho decir desde mi pequeño escritorio, arrugo las cejas extrañada y sin evitarlo mis ojos viajan a su dirección.

No me mira. 

Lo examino con determinación mientras se lleva la taza de café a sus labios sin despegar los ojos del computador. 

Este hombre es raro.
Primero me agrede, me insulta y de repente me agradece y es gentil. 
En fin, lunático.

__

El reloj en mi celular marcaban las 8:49 am. echó un último vistazo en el espejo para arreglar un poco mi cabello algo desordenado. 

El vestido azul celeste que llevaba puesto un poco más arriba de las rodillas, hacía que mis pechos resaltaran más de lo normal ajustándose perfectamente a mi cuerpo.

Tres golpes en la puerta me sorprendieron.

—Date prisa, no tengo toda la noche.

Si, nuevamente tiene el modo gruñón encendido como siempre. 
¿A dónde vamos? Sabrá Dios, no me atrevo a preguntárselo, no después de lo que paso esta mañana en su despacho… corrección, el despacho de Aníbal.

Mi Aníbal.

Ya lista salgo del baño con mi cartera en brazos, muchos empleados me voltean a mirar cuando paso por sus lados pero no dicen nada. 
Lo sé, hoy visto más decente pero sin nada que celebrar.

Entro a la oficina donde me esperaba un impaciente jefe, nuestras miradas se cruzan y sus ojos se abren los suficiente como para notar que me examinan con suma cautela y ¿apreciación?. 
Ese marrón penetrante se profundiza en mi cuerpo haciéndome estremecer.

Camina un paso hacia mí con una sonrisa cínica en los labios.

—Ahora entiendo porque Padre cayó contigo.

Ruedo los ojos.

—Deja de decir eso, el señor Aníbal se enfadaría si lo escuchara decir eso —camino hacia el escritorio y guardo mis cosas, siento una mirada en mi trasero pero no volteo para confirmarlo.

—No me importa, por la verdad murió Cristo. 

—¿Cristo? Wow... 

—Suelo tener ese efecto sobre las chicas —su sonrisa torcida no titubea ni por un segundo de sus labios.

—¿Me estas coqueteando?

—Jamás, no sería capaz de hacerle eso a mi Padre. A pesar de que no estoy de acuerdo con su elección.


Con tu consentimiento me limpiaria el trasero.



—¿Ah sí? —Lo observo ver la hora en su reloj—. Déjeme aclararle por última vez que su Padre es un gran profesional. Cualquier cosa que añadir debe hablarla personalmente con él. ¿Lo puede entender de una buena vez?

—Como sea, ya vámonos… estar contigo solo me retrasada—toma su saco y sale de la oficina. 

Sospecho que sin mi también serías un retrasa...


No lo había mencionado antes pero el traje que se colocó Miguel lo hace ver más atractivo de lo que ya es. Desgraciado.

Combina perfectamente con sus ojos y para mi mala suerte no podía ignorar como resaltaba sus fuertes brazos, sus piernas y glúteos (mi dios, tiene más que yo). 

Es malo, pero un malo muy bueno.

Lo cierto es que no podía esperar que un hijo de Anibal fuera feo, ¡qué genes!.


Sigo su paso camino al asesor uniéndonos a los otros trabajadores que también abandonan su puesto de trabajo por el día de hoy y dirigirse a sus casas a descansar.

El frio viento de la noche pega en mi cuerpo haciéndome estremecer, instintivamente me abrazo y abordo el auto antes de sufrir una especie de hipotermia.
Ocupo el puesto del copiloto sin prestarle atención y él hace lo mismo conmigo. Horas atrás no quería ni verlo y ahora sentada a su lado. Ya lo sé, hablo para adelante y para atrás.
Esto de ser voluble se pega.



—Bienvenida al mejor club de la ciudad —
Estacionó su auto y mis ojos viajaron al cartel que estaba sobre la entrada del lugar “Paraíso".

Tres chicas estaban allí, recibiendo a la gente—en su mayoría grupos de varones—en unos bracéeles que prácticamente no le tapaban nada y unas faldas que desde aquí me dejan ver la ropa interior que llevan puesta.

—¿Me has traído a un burdel? —le reclamo a Miguel, aún tenía esa estúpida sonrisa en su cara.

—No es un burdel. Hay una parte muy buena que es un bar donde las asistentes suelen esperar a sus jefes mientras ellos se divierten un rato. Tal vez puedas hablar con ellas de memorándum's y cosas que les importan a las de tu clase —Explico como si fuera lo más normal del mundo. 

Le doy una mirada asesina.

—Me niego rotundamente a entrar en ese lugar corriente de mala muerte —Miguel me observó con determinación mientras le hablaba, sus ojos no decían nada y su rostro no tenía ninguna expresión. 

—¿Porque todo lo que te digo te lo tomas como si te lo estuviera preguntando? —trato de decir algo pero él habla más alto ahogando mis palabras—. Todo lo que yo te mando hacer es una orden, así que vas a entrar conmigo a ese lugar y me vas a esperar sentadita como una niña buena mientras que yo me divierto un poco de lo contrario: despedida ¿de acuerdo?

Solo asiento quitándole la mirada, él sabe que al usar esa carta me deja en desventaja agarrando el toro por los cachos. Tomo una profunda bocanada de aire y lo sigo.

Bajo del auto y el frio viento vuelve a impactar contra mi cálido cuerpo poniéndome la piel de gallona.

Despedida y enferma, así va a terminar la noche.

Tiene que ser un delito que obliguen a una persona a entrar a un prostíbulo en contra de su voluntad. Bueno, si lo es. Pero esto ya es demasiado. No puede ser peor.

Solo bastó colocar un pie en ese desagradable lugar para que el olor a alcohol y algo más inundara mis fosas nasales.
Un estrecho pasillo nos reflejaba al pasar.
Lo mismo que a una pequeña cantidadde gente brindado y bailando al son de la música.

Burdel elitista, vaya novedad.

Miguel continuo su entrada como si estuviera caminando por la alfombra roja haciendo caso omiso a mis palabras para que nos devolviéramos. La música cada vez era más fuerte el olor a alcohol y a diversas hierbas también aumento desconsideradamente ya que estábamos adentro. 
Me sentí dentro de una mala película, cuál actores de cine, todas las miradas se fijaron en nosotros.
Si me lo preguntan este momento califica como uno de los más incomodos de mi vida. 


Entonces Miguel habló:

—Robín, quiero mi mesa.



Eso pareció ser el botón que puso a correr otra vez el tiempo. Todos gritaron y festejaron la llegada de Miguel con brindis y aplausos pasándose bebidas . En el fondo desalojaron una mesa y mi jefe camino en su dirección muy sonriente, obviamente no me quedé atrás y seguí sus pasos caminando entre mesas y sillas de maderas para tres personas, sentí muchos ojos sobre mi cuerpo. Llámenme adivina pero supe que esto pasaría desde que me bajé del auto, soy el bicho raro del lugar.

Tomo asiento junto a Miguel en la mesa retirada.

Mientras mi jefe saluda y regala tragos a diestra y siniestra aprovecho para examinar dónde nos encontramos. 

No era para nada el lugar fino y elegante que le gustaba a Aníbal pero era pasable. Mesas y sillas de maderas se extendían por todos lados dejando unos amplios espacios para el tránsito de las personas. A un costado a la derecha una barra con su correspondiente bartender atendiendo a los clientes. Normal.
Pero lo que llamó mi atención fue la escalera tipo caracol al otro extremo de la mesa donde me encontraba.

Un hombre iba de subida y otro venia bajando, me fijé en el que veía escaleras abajo y se dirigía a la barra.
Arreglaba su camisa, cabello desordenado, un par de botones fuera de lugar y corbata mal puesta. Claro está que sus fachas no eran las mejores, estuve a punto de dejar de prestarle atención cuando caigo en cuenta y veo sobre las escaleras. 

Una mujer alta de piel clara estaba recostada de la baranda, no cargaba mucha ropa que la cubriera y su maquillaje era exagerado, parecía impaciente viendo a un lugar en específico. Seguí su mirada y me encontré con el hombre que había bajado antes, le pasó unos billetes al bartender y con dos botellas en sus manos volvió a subir las escaleras. La mujer que lo esperaba no ocultó su felicidad y una sonrisa atrevida se le dibujo en su rostro.
Lo jaló estando una vez frente a ella desapareciendo de mi campo de visión. 


Un hombre a mi lado llamó mi atención.



—Ángel, ¿no piensas presentar a la señorita que viene contigo? —El hombre le preguntó a Miguel, sus ojos estaban clavados en mi cuerpo. Bebió de su vaso sin dejar de mirarme y con su lengua quitó todo rastro de alcohol de sus labios. Repugnante. 

—Esa mujer es ajena Simón, ya tiene dueño.

¿DISCULPA?

Lo miro incrédula, Miguel no me presta atención y se echa un último trago poniéndose de pie.

—A divertirse un rato.—Miguel saca cien dólares de su billetera y lo estampa contra la mesa—. El vuelto lo toman ustedes y sigan disfrutando —la mesa estalló en gritos y silbidos, Miguel me toma brazo y me jala detrás de él alejándonos de los hombre que le gritaban que de era su noche, que gozara y todo lo que se podrán imaginar.

Torpemente subí las escaleras con Miguel aun jalándome del brazo, mis insultos y fuertes palabras para que me soltara le entraban por un oído y le salía por el otro, me sentía como un saco de papas.

Ya arriba me suelta para acomodar el cuello de su camisa 

—¿Cómo me veo? —me preguntó 

—Pensé que nunca me ibas a soltar —ignoré su pregunta—. ¿Quién te crees? Te has tomado muchas… —dejo de hablar porque se fue dejándome allí parada hablando sola—. Este imbécil —camino detrás de él.

Cruzamos una puerta que apenas Miguel puso un pie adentro un grupo de mujeres se le abalanzaron encima todas eran… ¿prostitutas? Y le decían cosas que prefería nunca no haber escuchado. 

—Angelito cuanto te extrañé.

—Hazme tuya Ángel.

—Angelito, angelito, angelito. ¡Que abandonadas nos tienes!


Mi mente no estaba preparada psicológicamente para este momento. En la iglesia el sacerdote me va a mandar a rezar veinte ave Maria y treinta padres nuestros. 

Y entonces pasó.

Una pelirroja que conozco muy bien aparece del largo pasillo que había en esta especie de sala directo a Miguel.
Todas las mujeres que estaban sobre él se apartaron cediéndole el paso, una vez frente a frente la pelirroja lo toma por la corbata y lo jala detrás de ella llevándoselo por el pasillo de donde salió. 

¿Qué fue todo eso?

Con que de aquí salió esa mujer que vi el primer día que llegue a la mansión. 

A las mujeres calenturientas no le quedo de otra que resignarse y tomar asiento en los sofás.

Adornaban las paredes arreglos en rojo y blanco. Los acabados en dorado del techo de esta especie de sala de reuniones le daban un aire encantador. ¿Normalmente así lucen los burdeles?, este se lleva cuatro estrellas. 

Tomo asiento en el sofá rezando de que ningún hombre me confunda con una prepago hasta que Miguel sacie su apetito sexual. Mientras espero veo a muchos hombres entrar tomar a una chica y meterse juntos en el famoso pasillo oscuro , otros solo llegaban y se sentaban junto a ellas en los amplios sofás y se comían a besos. 

Sal rápido de donde sea que estes Miguel.

Mi desesperación por irme ya era notoria, el rápido movimiento de mi pie chocaba una y otra vez contra el suelo provocando un leve sonido.

—¿Usted es la señorita que viene con Ángel? —me preguntó un hombre bien vestido, antes de poderle responder se sentó a mi lado.

—¿Me está hablando de Miguel? —dudosamente le respondo.

—Sí, el mismo... Miguel Ángel. Conociéndolo como lo conozco te obligo a venir. —le doy una sonrisa de boca cerrada— Ese hombre no cambia, lo conozco desde que es un niño y siempre le ha gustado que las cosas se hagan como él diga. Bueno, seguro ya lo conoces. Eres su chica, ¿no?

¿Queeee?

Mi cara es un poema. Este hombre cree que estoy saliendo con mi antipático jefe. Señor créame que si fuera así antes de bajar del auto cuando llegamos a este lugar lo habría mandado de una vez a la mierda. 

Antes de decirle cualquier cosa que me desvinculara con miguel decido seguirle la corriente.

—Sí, no llevamos mucho. Pensé que me quería, pero me trajo a este sitio y me dejó sola. ¿Puede ayudarme?—mi voz fue triste y dolorosa, no me pudo haber salido mejor.

El hombre dudo si hablar o no pero yo increíblemente.

Hice de las cosas más humillantes que me ha tocado hacer, me brillante a eso Miguel.

Lloré.
Lagrimas salieron de mis ojos, tanto que la humedad caía en mi vestido. 

—Te contaré, pero no llores, veras que Ángel te quiere de verdad —El señor a mi lado se rodó más hacia mí para evitar que personas cercas escucharan algo. Como mujer lastimada sequé mis lágrimas y dejé de hipar para prestarle atención —en la habitación donde se metió Miguel y Roxy no está pasando nada de lo que tú crees que está pasando. 

—¿Ah, no ¿entonces qué sucede? —le pregunté llena de curiosidad.

—Bueno, si sucede lo que tú crees que sucede pero no como estás pensando que sucede.

Aguarda… ¿Queee?

—Su padre y él tienen ¿negocios?. Roxy es la única chica de este lugar que ningún hombre puede tocar, solo ángel tiene derecho. Paga una fortuna para que las cosas sean así, no pienses que lo hace porque la quiere o algo por el estilo, lo hace para que la chica le entregue... 'información'; cosas aburridas, nada de que preocuparse. De vez en cuando también viene para saber ciertas cosas por lo que pocas veces se tiene que acostar con ella para conseguirlo.

—¿Y qué tiene que ver el padre de la chica en todo esto? —mi tono paso de triste y dolida a curiosa desesperada.

—Lo único que sé es que es un hombre muy peligroso y tiene negocios con…

El cuerpo de Miguel entro en mi campo de visión arreglando su saco y como si no me viera me llamó a gritos. 
De un brinco me puse de pie y me dirigí a él.

—Nos vamos —me pasó por un lado y le dio un saludo rápido al hombre con el que estaba hablando segundos antes. Ni siquiera se su nombre.
Le di una sonrisa de boca cerrada y me despedí.

Miguel salió más ebrio de lo normal, le advertí miles de veces que no condujera en ese estado y me ignoro.

Llegue a la mansión con el corazón en la mano. Si nunca has ido en un auto con un borracho conduciendo a toda velocidad no sabes de lo que estoy hablando.

Como pude baje su pesado cuerpo de la camioneta y lo llevé a una de las habitaciones de plata baja.

Me deshago de su saco y una vez acostado le quito los zapatos. 
—Ya hice mucho por ti queridito—apago la luz de la lámpara y me giro hacia mi habitación. Hoy fue un largo día.

—Eh, no te vayas.

Miguel se levanta de la cama tambaleándose, lo sujeto por el brazo para evitar que fuera a caer.

—¿Pensaste que la noche terminaba aquí? —Lo observó con el ceño fruncido—. La noche apenas empieza.

No me dio tiempo para procesar sus palabras, de un movimiento rápido me arrojó a la cama aterrizando sobre mi espalda.


Santo patrón de los borrachos, protégeme.



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En el texto hay: misterio, mentiras, romance

Editado: 25.06.2021

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