Lo que me hizo abrir los ojos aquella mañana fue el sonido del teléfono que no dejaba de pitar sobre la mesa de noche. Extendí la mano y lo coloqué sobre mi oreja sin abrir los ojos.
—¿Aló? —Mi voz salió ronca y adormilada.
—Ana, soy yo, Esteban —dijo la voz del otro lado de la línea. Todo rastro de sueño desapareció apenas escuché aquella voz tan familiar.
—¡Esteban!, ¿dónde estás? En la empresa me dijeron que...
—¡Ana, escucha!, te veo hoy a las diez de la noche en la carretera abandonada que está a las afueras de la ciudad, por favor, se puntual. Te estoy llamando de un teléfono desechable el mío fue intervenido. No le digas a nadie que hablamos, pendiente que no te sigan, nos vemos en la noche... —Colgó.
Me quedé con el teléfono pegado a la oreja mientras procesaba todo lo que me había dicho.
Carretera abandonada.
Teléfono desechable.
Intervenido.
Nos vemos en la noche.
El pánico de que algo le estuviera pasando a mi mejor amigo me llenó por completo, una extraña sensación en la boca del estómago me advertía que algo no estaba bien, quizás nada lo estaba.
Marqué el número donde Esteban me había llamado y nada, apagado. Lo hice una, dos, tres veces hasta que perdí la cuenta. Desesperada y con la preocupación marcada en todas mis facciones me coloqué de pie en búsqueda de mis sandalias.
《No puede ser, las deje la noche pasada en el cuerto secreto》
El reloj sobre la mesa de noche marcaba las 7:00am. Bajé las escaleras y entré a la habitación habitación fondo sin que nadie me viera. Una de las sandalias me recibió en el suelo junto a la mesa apenas cerré la puerta detrás de mí, caminé en busca de la otra; rebusque en toda la habitación y no encontré nada.
Solo me faltaba buscar en un lugar.
Me puse de cuclillas para echar un vistazo debajo de la cama y allí la vi, en la parte más profunda y oscura.
Aparté la mesa de noche hacia un lado para tener mayor acceso, estire las manos y con ayuda de los pies me impulse hacia adelante y la cogi. Cuando fui a poner la mesa de noche en su lugar la moví tan rápido que sin querer impactó con fuerza contra la pared.
Entonces escuche el sonido de algo pequeño caer al suelo.
Hundi ligeramente las cejas, removi una vez más la mesa de noche y una memoria USB apareció en mi campo de visión.
La tomé, estaba embarrada de cinta plástica y no fue hasta entonces que me di cuenta que la USB había estado adherida en la parte trasera de la mesa o lo estuvo durante un tiempo. ¿Hace cuánto? Tuvo que haber sido mucho para que ya la cinta plástica perdiera fuerza y con el impacto se desprendiera por completo.
Mi lado de investigadora súper detective que todo lo quería saber no pudo ignorar ese pequeño dispositivo, así que lo cogi, lo guardé, me coloqué las sandalias y abandoné la habitación.
Estaba consiente de que no me podía mostrar triste, enfadada ni afectada con el tema de Esteban, no podía llamar la atención de nadie, eso implicaba salir y mostrar un rostro sonriente y muy contento por un día más de vida.
El desayuno transcurrió de lo más normal, en las mañana desayunaba con el personal de la mansión y en algunas ocasiones con Luciano, quien cuando se levantaba temprano nos hacía compañía en ese cálido lugar de gente pobre y humilde.
Todavía me preguntaba qué como fue capaz de meterse con la desquiciada de su hermana (vamos hacer sinceros, Rosaline fue una tremenda loca al meterse debajo de las sábanas de Luciano).
Ambos son tan responsables de ese insidente como lo fue la serpiente que condujo a Eva a comer del fruto prohibido.
Lo que me mata saber es eso que Rosaline manda a hacer a su hermano para que este se niegue rotundamente.
Ya para cuando Miguel despertó me encontró en mi puesto de trabajo. Estrechó una sonrisa ladina cuando nuestros ojos se encontraron, traté de descifrar lo que pasaba por su mente en ese instante y miles de pensamientos no aptos para menores bombardearon mi cabeza.
—Buenos días, Miguel.
Terminó de entrar como todo el dueño y señor del lugar.
—Buenos días Ana —Se sentó—. Que sorpresa encontrarla en su puesto de trabajo desde muy temprano.
Ok, lo admito.
No era de las personas de estar despierta y trabajar desde antes de que empezara mi horario de trabajo, el lo sabía.
—¿Acaso algún insidente de anoche no la dejo pegar el ojo ni por un instante?
La presión de la sangre en mis mejillas al recordar lo sucedido dejó claro que me había ruborizado. Aparté la mirada sin ningún punto en específico pero fue muy tarde, Miguel se dio cuenta que su comentario había hecho un efecto en mí. Por el silencio que se formó deduje que me observaba con fijeza, no exageraba si dijese que sentí sus ojos cafés escudriñandome.
—No, ninguno —dije por fin—. Dormí como un bebé.
Las comisuras de sus labios se levantaron en una perfecta y satisfactoria sonrisa, mi comentario era el que esperaba escuchar.
—No lo pongo en duda, si dormiste como un bebé significa que recibiste tu biberón.
Me quedé pasmada de vergüenza, mis cachetes no pudieron ponerse más rojos porque era imposible, de lo contrario ya estuviesen morados. En ese momento deseé ser avestruz para enterrar la cabeza debajo de la tierra. Miguel, quien seguía observandome divertido Dejó escapar con toda la intención de mundo una carcajada de Victoria y satisfacción. Se volvió a girar sobre su asiento y encendió el ordenador.
Aveces... bueno, casi siempre me gusta cuando Miguel aparece todas las mañanas y su trato hacia mí es de una forma divertidamente educada y profesional. Lo veo de una forma cómica de empezar el día pero aún más lo veo como la mejor manera de romper el hielo entre nosotros, porque vamos a estar claros; después de lo de anoche la vergüenza no me iba a dejar mirarlo a los ojos ni mucho menos entablar una conversación con él.
El auto de Miguel se detuvo en la empresa, específicamente en el estacionamiento. Me resultó extraño ya que siempre lo dejaba aparcado al frente del edificio. Ignore ese arrebato sin decir una palabra sobre el asunto. En cuanto se bajó del auto yo lo hice detrás de él, y así permanecí el resto del camino. No pretendía que se volviera a cablear conmigo solo por el hecho de adelantarme y dejarlo atrás, como había ocurrido la otra vez que fui a ver a mi mejor amigo.
Su presencia se hizo notar dentro de las instalaciones del lugar, todos los ojos se giraron a observarlo, unos lo hacían con orgullo, otros como un ejemplo a seguir y algunas vistas eran de enamoradas, hasta miradas de envidia recibía el muy condenado. Saludó entre abrazos y apretones de manos a todos los socios e inversionistas que se le acercaron. Obvio, todo eso sin perder la postura.
Mi único deseo del día fue que pidiera su café de todas las tardes y cuando lo hizo no perdí la oportunidad de ir a la oficina de Esteban y exigirle que me explicara toda esa mierda que me había dicho por teléfono y, de una buena vez por toda me dijera lo que estaba pasando. No podía seguir esperando y esperando como si nada, si seguía así mi cabeza no tardaría en explotar.
Vacío.
Eso fue con lo que me encontré cuando abrí la puerta de lo que era su oficina, pero no solo vacío porque él no está allí, cuando dije vacío es porque literal, estaba vacío. No había nada ni nadie, solo las cuatro paredes y el infinito silencio de la Soledad.
Ya no podía callarlo más, ya no tenía la fuerza suficiente para seguir reteniendo en mi pecho la presión de la preocupación, así que cuando le extendí el café a Miguel lo solté como si aquello me estuviera carcomiendo por dentro.
—¿Que pasó con Esteban? ¿Por qué sus cosas no están en su oficina?... acaso ustedes...
Miguel levantó la mirada de la laptop y sus ojos encontraron los míos. Ninguna expresión se asomó en su rostro, se mantuvo serio e indescifrable.
—¿Que insinúa, Ana? —lo dijo lento, pero firme.
—Solo quiero saber que sucedió con él, sus cosas...
—No es así. Estas suponiendo y lo haces con exigencia —Su voz se endureció—. Sabes que no me gustan las exigencias.
Abrí la boca para decir algo pero la Volví a cerrar. Esa actitud de él no viene por el hecho de que le exigí o no, viene porque odia mi amistad con Esteban, odia saber que quiero a mi amigo con intensidad, una intensidad que él confunde con otra cosa.
—¿Por qué crees que yo debería darte respuestas sobre "tu amigo"? —Hizo comillas con sus dedos—. Se supone que si son tan "amigos" él debería por lo menos decirte donde está.
Miguel ya estaba cableado, lo noté por la forma en la que me miraba y el tono de su voz que por poco no salió entre dientes. Pero más cableada debería de estar yo que no se un coño de Esteban.
—Vale, ya entendí. Si no quieres decirme dónde caragos esta Esteban lo averiguare en otra parte —Estuve tan dispuesta en hacerlo que cogi mi cartera y fui dirección a la puerta.
—Renunció —soltó sin más. Me detuve—. Lo hizo hace dos días.
Gire sobre mis talones para encararlo una vez más y, como si fueran imanes que se atraían nuestros ojos se volvieron a encontrar. La confucion estampada en mi rostro dieron paso a hundir notoriamente mis cejas y separar un poco los labios.
—¿Que?
—Como lo oyes, entregó su carta de renuncia y se marchó. Dijo algo acerca de un mejor trabajo en Noruega —me informó con total simpleza—. Me sorprendió cuando se presentó aquí con las intenciones de renunciar pero más me sorprende que tu no lo supieras.
No dije nada, mi mente quedó en blanco, caminé hacia mi silla como si mis pies tuvieran vida propia y permanecí allí sin hacer ni decir nada. Que me enterara que mi amigo había renunciado para irse a Noruega no era algo que el haría y menos hacerlo sin avisar.
En todo este rompecabezas habían fichas que no encajaban, pareciese que todo lo estuviese haciendo mal y ya no se que camino tomar para saber la verdad...
"Te veo hoy a las diez de la noche en la carretera abanadona que está en las afueras de la ciudad"
Ese recuerdo de aquella llamada telefónica llegó a mi mente como llega el aire a los pulmones después de estar ahogándose por un largo tiempo bajo el agua.
《Esteban aún seguía en la ciudad》
Aquella noche fue mi oportunidad para saberlo todo, absolutamente todo.
Lo primero que hice en cuanto llegué a la mansión fue subir a mi recámara y darme un largo baño. No baje cuando fueron tocando la puerta para cenar, dejé claro que no tenía hambre y, quien la tendría si estuviesen como lo estuve yo en ese momento.
Guarde algunas cosas en mi bolso de mano mientras daba vueltas de un lado a otro por toda la habitación preguntándome: ¿Que le diría?, ¿Sería capaz de decirme porqué se había ido así sin mas?
Me vestí con un pantalón negro que se ajustaba a mi piel como si fuera parte de ella, un top del mismo color que dejaba al descubierto mi abdomen y unas sandalias también negras con decoración floreada. Frente al espejo sujete mi cabello en una coleta alta y, una vez vi mi apariencia supe que estaba lista.
Salí de la casa a las 9:30pm. La mansión estaba un poco desolada algo que agradecí para que nadie se percatara de mi huida. Gracias a no tener auto tuve que seguir escabullendome por el patio hasta salir de los alrededores de la mansión. Camine hacia la vía más cercana y tomé el primer taxi a la vista, subí y el auto entro en movimiento hacia el lugar donde todas mis dudas serían aclaradas..., o eso creí.