Dos días pasaron y no me quedé solo con la información que me habían dado Aníbal y Miguel sobre Galen. Desde ese preciso instante un operativo estuvo en parcha para su captura, pero quería más, necesitaba más información lo que me llevó a ubicar el paradero de la menor de los Moore (Rosaline) quien antes del desplome de su familia mencionó el nombre del mafioso.
Me detuve frente a las imponentes rejas del centro de rehabilitación más prestigioso de la ciudad. «Aníbal no perdió el tiempo en encerrar a Rosa apenas perdió la razón».
Una joven enfermera me guío dentro de las instalaciones deteniéndose frente a una puerta de madera donde estaba mi ex hijastra.
—¿Está segura de querer hacer esto? —me pregunto la enfermera dudando en si dejarme pasar—. La paciente no está en condiciones para responder algunas de sus preguntas.
—Lo intentaré —avancé haciéndola a un lado. Crucé el umbral apenas giré la perilla encontrándome con una persona diferente a la que había conocido. Ya no tenía porte de reina ni aires de grandeza, al contrario, estaba irreconocible; su cabello desaliñado le cubría la cara, su piel estaba pálida bajo la camisa de fuerza que la sujetaba y cuando sus ojos se encontraron con los míos me di cuenta que la Rosaline que había conocido meses atrás ya no existía.
—Miren quien está aquí —dijo, las comisuras de sus labios quebradizos se elevaron enarcando una casta sonrisa—. Si es la señora de la casa —soltó a reír a carcajadas como si de un chiste bueno se tratara—. Perdone las fachas, mi señora. No estaba al tanto que la recibiría en mis aposentos…
—Rosa, yo solo vine hacerte unas preguntas.
Ladeó la cabeza.
—Claro que sí, estoy dispuesta de colaborar con mi señora. Tome asiento —me ofreció la cama tratando de quitarse el cabello de la cara con sus brazos amarrados.
—No hace falta, yo…
—¡Que tomes asiento! —gritó—. No puedo ser descortés con la señora.
La reparé en cuestión de segundos obedeciéndole.
—Ahora sí —se sienta frente a mí—. ¿En qué necesita que la ayude mi señora?
—¿Conoces a Galen? —lo solté sin rodeos y como si de un demonio se tratara transformó su cara mientras retrocedía sobre el colchón cayendo de bruces al suelo.
Se levantó de inmediato.
—Shiii —trato de tapar su boca—. No hablemos del diablo… él lo sabe y lo escucha todo.
«Esta mujer de verdad que perdió la cordura»
—Él ronda estos lugares de vez en cuando…
—¿Hablas de Galen?
—Shiii —se alteró—. No menciones ese nombre… mejor vete —no me moví—. ¡Que te vayas! —Comenzó a gritar—. ¡Vete! ¡vete! ¡fuera de aquí!
Las enfermeras tomaron la habitación tratando de calmarla sacándome a mí en el acto.
—Se lo dije —me regañó la enfermera antes entrar otra vez a la habitación de Rosa.
«Maldición»
—¿Que lograste? —me alcanzó Christian cuando salí al patio.
—Nada, esa mujer está completamente desquiciada. Y tú, ¿Qué conseguiste?
—Casi lo mismo que tú —emprendemos camino a la salida—. Interrogué a Gabriela Müller, la tía biológica de Rosa quien fue ingresada al centro hace más de 18 años. Por lo que descubrí era la única persona que sabía la verdad de la trágica muerte de los Müller, y que Aníbal la encerrara en este lugar fue la solución más simple que encontró para callarle la boca.
—¿Y?...
—Está fuera de sí, sentí pena por la señora.
—¿La vas a dejar aquí?
—Por supuesto que no, ya solucioné ese asunto —aclaró—. Por otro lado; los dos enfermeros que estaban al tanto de todo y en vez de alertar a las autoridades chantajeaban a Aníbal por correo y mensajes anónimos ya fueron arrestados.
Abordamos su auto.
—En pocas palabras no perdimos de todo el tiempo.
—Exacto, llegamos buscando información de Galen y salimos obteniendo información de las víctimas de Aníbal—. Pisó el acelerador marchándonos del lugar.