Dos años después.
Toronto – Canadá.
Juré darle el mejor regalo del mundo a mi madre el día de su cumpleaños y eso hice.
Un día antes de la celebración le pedí permiso a mi jefe para salir temprano del trabajo quien acepto después de mil represarías. En menos de 24 horas cumplía mamá y junto a mi pequeña hermana de 17 años tratamos de darle una sorpresa.
—Dime que ya estas eligiendo las mejores comidas para la fiesta —me habló del otro lado del teléfono.
—Estoy en eso —le respondí abordando el primer taxi a la vista—. Tu preocúpate por el pastel y los invitados que yo me encargo del resto.
—Eso espero, porque si la fiesta no resulta como la planee por tu bien no vuelvas a casa.
—Ok, como digas… también te quiero, bye —colgué.
Conozco a mi hermana y es el tipo de mujer perfeccionista que si las cosas no salen tal cual la planea echa todo al carajo. Por esa razón decidí salir sola y dejar que ella se ocupe de la decoración en casa.
En cuestión de minutos visité establecimientos de comida rápida, dulces y golosinas… todos con dirección de entrega a mi casa. Continúe con lo que utilizaría para añadirle a la decoración: globos, carteles, banderines, helio, luces, flecos, guirnaldas y todo lo que se me atravesó que pudiera servir.
Salí cargada de bolsas de la última tienda y todos los que se detuvieron a mirarme se preguntaban si iba hacer la fiesta del año y aunque ellos no lo sabían esa era mi intención.
Aún quedaba tiempo para volver a casa, caminé al parque a descansar un poco, estaba agotada de tanto ajetreo.
Mi intención de descanso quedó a medias cuando intente cruzar las gramas verdes y alcanzar la banqueta en vez de girarme y dar la vuelta por el sendero como hacia todo el mundo; de la nada un pequeñín que jugaba futbol me tropezó con el balón y cayó al suelo junto con mis bolsas sobre él.
Antes de poder ayudarlo a levantarse un cuerpo me apartó de un empujón que si no fue porque me logré equilibrar también caía al suelo.
—Idiota, fíjate por donde caminas —me reclamó el hombre sin mirarme.
La culpa desapareció dándole pasó a la rabia que se apoderó de mi ser junto a una sensación de deja bu que me erizó la piel.
—Fíjate tú como cuidas a tu hijo, imbec… —sus ojos se encontraron con los míos y retrocedí—. ¿Miguel?
Miles de sensaciones recorrieron mi cuerpo.
—¿Ana? —se sorprendió al verme. Escucharlo llamarme por ese nombre avivo un no sé qué dentro de mí—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿vives aquí en Canadá? —lo reparé como si llevara siglos sin verlo. Seguía igual que el primer día—. ¿Y ese niño?
Me vuelvo a fijar en el pequeño que estaba a su lado quien no aparenta más de cinco años.
—¿Es tu hijo?
Sacudió la cabeza.
—Mi hermano, el hijo que tuvo Aníbal con Rosa —escuchar esos nombres me revolvió el estómago—. Me hice cargo de él cuando condenaron a papá. Soy el único familiar que tiene y no lo iba a abandonar.
—Se parece a ti —me agaché a acariciar al pequeño—. Hola pequeñín ¿Cómo te llamas?
—Connor —respondió con altivez—. Me gusta mucho jugar futbol.
—¿Sí?, ¿juegas con tus amigos?
—No tengo amigos, juego con mi hermano y siempre le pateo el trasero.
No reprimí la carcajada soltando a reír abiertamente.
—Aquí entre dos, tu hermano no sabe hacer casi nada —Connor se rio por lo bajo.
—Escuché eso —secundó Miguel al tiempo que me puse de pie.
—Digo la verdad —rio y se acerca después de mandar a su hermano a jugar con la pelota.
—Te he echado de menos, Ana —cogió mis manos acercándome más a él— cada mísero segundo desde la última vez que te vi.
—Y yo a ti —solté sin rodeos ni dudas que lo único que hacían es complicarme la vida—. Eres el único bonito recuerdo que conservo de todo aquello que viví en el pasado.
—La vida nos está dando una nueva oportunidad para querernos, no la arruinemos.
—No pienso hacerlo —hablé sobre su boca—. No te respondí cuando me lo preguntaste, pero mi cuerpo siempre deseo el tuyo como nunca había deseado a nadie. Mi boca siempre anhelaba y suplicaba tus besos a cada momento y es lo mismo que deseo en este instante…
Me tomó del mentón para que lo viera a los ojos.
—Te amo —me dijo y acto seguido atrapo mi boca con la suya devorándome como él solo sabía hacerlo.
Él no haber aceptado lo que realmente sentía por ese hombre era lo que no me dejaba vivir tranquila aquellos dos últimos años.
—Prométeme que no te vas a alejar de mí —rozó su nariz con la mía colisionando nuestras respiraciones.
—Te lo prometo —lo bese.
—¿Y esas bolsas?
Me fijé en las compras que aún permanecían en el suelo.
—Oh, por dios —me agaché de inmediato recogiéndolas todas con su ayuda—. Estoy planeando una fiesta —le dije con tono picante haciéndolo reír—. ¿Quieres venir?
—La pregunta ofende, por supuesto que quiero.
Nos volvimos a besar sentados juntos en la banqueta hablando de lo tanto que nos hicimos falta. Cuando llegó el momento de marcharnos llamó a su hermano quien guardo el balón dentro de su mochila y tomados de la mano abandonamos aquel parque que al pasar de los años sigo recordando porque fue allí donde la vida me dio la dicha de ser feliz una vez más con la persona que realmente quería.
FIN
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Buenasss.
Hemos llegado al final de peligroso ángel después de ufff, mucho tiempo. Agradezco a todos los que se quedaron y le dieron una oportunidad a la historia. (Mil gracias). Agradezco su paciencia y sus valiosas estrellas 🌟 . De verdad significan mucho para mí.