Penicilina

Capítulo 1

Primer día en el mundo real. 

Hace tres días fue el funeral de Archie, un chico de su escuela que se había suicidado con metanfetaminas, que no usaba.

No conocía muy bien a Archie, pero River se sentía un poco decaído al pensar en la soledad que pudo haber sentido ese chico de su edad como para decidir no vivir más.

River Visconti lo pensó por un momento en esa ducha, recordó su propia incapacidad para tomar decisiones reales, algunos días no podía decidir el sabor de su tarta, otros días no estaba seguro de qué libro escoger para su informe de literatura, ¿qué tan roto podría haber estado el tal Archie como para realmente suicidarse? ¿Qué tan solo podía sentirse un chico de 17 años.

Él, River, saltó a la piscina y pensó.

¿Dónde estaría Archie ahora? ¿Hubo alguien que lo previniera de quitarse la vida? 
¿Qué pasaría si no salía del agua en busca de oxígeno? ¿En cuánto tiempo dejaría respirar? ¿Realmente él mismo, en ese momento, se sentía motivado para respirar? Si no salía, ¿alguien iría a buscarlo? 
¿O moriría tan solo como Archie?

Pero un terror dentro de sí lo hizo abrir los ojos bajo el agua, saliendo de su curiosa ensoñación.

« ¿Qué  estás haciendo, River?» dijo el miedo en su cabeza, y ese instinto de supervivencia que nos hace levantarnos después de llorar fue el mismo que hizo a River nadar a la superficie. Él aún no había tocado fondo.

Cuando era un niño estaba obsesionado con el famoso monólogo de “ser o no ser” aunque no entendía el significado de sus palabras.

¡He aquí la reflexión que da vida tan larga al infortunio! Es forzoso que nos detenga el pensar que sueños podrán sobrevenir en aquel sueño de la muerte…

Claro que él no era el Príncipe Hamlet de Dinamarca, y el miedo que lo acompañaba no era el mismo. El personaje veía fantasmas, él no.

No del todo. 

Esa mañana él se sintió más nervioso que nunca en su vida, ni siquiera estaba seguro de qué había sido eso, o por qué había sucedido.

Digamos que él tenía una buena vida, una vida decente. Después de todo, su padre era rico, tenía un buen amigo, era el mejor de la clase, su físico era envidiable... ¿qué podía estar mal con él?

No tenía derecho a sentirse mal, se dijo, a sus adentros.

En la escuela su mirada se encontraba apagada, permanecía confundido, muy confundido, por sus actos de ese día. Fue lo que reflejó en los pasillos, mientras todos le saludaban y él los saludaba de vuelta, sin ánimos. Proyectó a la sombra del conocido River.

Por los pasillos se encontraban estudiantes vendiendo botones con la cara de Archie, libros de autoayuda, cosas por el estilo... Lo hizo sentirse asqueado, iracundo.

Había dos personas en su campo visual promocionando la mercancía del chico que estaba en mente de todos, uno de ellos era Rick, de gafas cuadradas y en los dientes notables paletas, la otra era Hilary, una chica asiática del club de porristas.

No podía explicar cómo sentía tanta rabia al verlos aprovecharse de la situación, y no pudo explicarlo cuando el Profesor Damantio lo interrogó luego de separarlo de Rick, tras haberle gritado que dejara de ser una rata, que dejara de hacer un espectáculo. 

Tal vez estuvo mal reaccionar como lo hizo, de hecho, sí estuvo mal y su profesor se lo hizo saber, el golpe que Rick recibió de su parte no se veía bien, le dejaría una marca por un tiempo y de haberle atajado otro golpe pudo causarle daños oculares. Ahora se sentía como un bravucón, como un completo bruto, un neandertal, una basura que pudo desprenderle el ojo a otro chico. 
Muy dentro de sí se sentía mal por dejar que su ira lo controlara, pero lo que le pasó a Rick... Eso no lo hacía sentir mal, se lo merecía por ser un idiota.

El problema es que no era su responsabilidad andar repartiendo justicia. 
No tenía por qué ser quien lo pusiera en su lugar, esa no era la impresión que quería dar.

River era el mejor tenista del colegio, instructor de esgrima personal, también ex-capitán del equipo de natación; pero no un bravucón. No quería ser uno de los típicos deportistas idiotas que se meten con todo mundo.

Sí. River era un talentoso deportista cuyo sueño era convertirse en compositor de Broadway. Pero no. No era un acosador, no era violento, tampoco era idiota.

No podía decirse ni a sí mismo qué había pasado, no tenía idea de cómo decírselo al profesor.

River observó al profesor Damantio, que alojaba en sus ojos oscuros un sentimiento de preocupación hacia él, de alguna manera sentía que le conocía, el hombre daba por seguro que el muchacho estaba consternado, se veía en la forma que miraba a Rick cuando se separó de él, como si se diera cuenta de que se había transformado en un monstruo, como si tuviese miedo de sí mismo.

Las manos del estudiante temblaban y, de pronto, sin haber cruzado alguna palabra, comenzó a llorar.

Damantio quedó petrificado, por describirlo de alguna manera, se sentía estúpido ante la vulnerabilidad de ese chico, un buen chico, inteligente y noble, no imaginaba por qué lloraba, no podía especular qué le sucedió. Así que hizo lo que un padre o un amigo hubiese hecho: lo abrazó con honestidad, sintiendo la humedad de las lágrimas que River dejaba en su hombro ante un llanto silencioso. La manera en que lloraba lo conmovió, tocó su corazón, quería protegerlo como si fuera un niño pequeño, después de todo, seguía siendo un niño; el único adolescente suficientemente valiente como para llorar frente a su profesor, o aceptar algún tipo de ayuda.

Entonces el chico levantó la cabeza, avergonzado por llorar encima del traje de su profesor de literatura.

―Perdón, yo… ―quiso disculparse, ofrecer a pagarle la tintorería, pero el Profesor Damantio no le permitió continuar, ofreciéndole una hermosa sonrisa.

―No te disculpes conmigo, River―le dijo, apoyando su mano en su hombro―. Creo que deberías disculparte con Rick…

La vergüenza volvió a sí, se sentía un animal, un bruto.

―Sí, no sé qué me sucedió, creo que hoy estoy, hoy…―trató de parar sus sollozos, no tenía derecho a llorar, él había agredido a alguien sin motivo― Creo que hoy intenté suicidarme.

En ese momento Aníbal Damantio sintió su corazón rompiéndose, River era apenas unos cinco años mayor que su hija, pero eso no fue lo que pensó, no. Cuando escuchó a River confesando pensó en la maravillosa vida que tenía por delante, en la encantadora mirada que tenía, en sus ensayos literarios llenos de vida, en la vez que dijo frente a toda la clase que su sueño era ser compositor de musicales de Broadway, y en el momento que lo vio intentando aprender las líneas de Bobby en Company, hablándole a sus amigos de que debía aprender otro instrumento además del piano, por si no quedaba como Bobby, debía saber tocar otro instrumento para cubrir otro personaje. ¿Dónde estaban los hermosos sueños de ese hermoso joven en el momento que decidió no salir del agua? ¿Eran esos sueños los que lo mantenían ahí, frente a él, con vida?

―Ni siquiera sé por qué… y-yo―le temblaba la voz―, fue una estupidez, sí. Ni siquiera sé por qué lo hice. Pero cuando vi a Rick… 
El Profesor Damantio subió la mano que tenía en hombro del chico en pánico hasta su nuca.

―Respira, puedes confiar en mí.

―Cuando vi a Rick pensé que si hubiese muerto hoy no me gustaría que nadie se aproveche de mi muerte como él lo hace con la de Archie.

De nuevo ese nombre. Archie era un nombre tan amigable, confortable, el nombre de un adolescente risueño, de un niño travieso, pero al pensar en ese nombre ambos sentían escalofríos en la espina dorsal, por motivos diferentes.

El timbre escolar resonó por todo el lugar, los alumnos comenzaron a entrar al salón de clases, River limpió sus lágrimas. 
―Debo ir al gimnasio, profesor.

Antes de que River abandonara el aula, sintió unas manos en su muñeca, que lo retenían y aceleraban su pulso, no entendía por qué, pero el hecho de sentir que su pulso estaba ahí causó que se sonrojara.

―Prométeme que hablaremos al terminar las clases, River.

Sus ojos parecían estar suplicando. No obstante, la seguridad de la voz del mayor hizo parecer a ello una orden, así que el joven no tuvo otra opción que sentirse indefenso. A su vez, una nueva sensación lo inundó, algo que no conocía; como una necesidad de obedecerlo, que lo hizo considerarse especial. No estaba seguro de por qué.

Sin indagar mucho en ello, estaba seguro de que sentía afecto por el profesor, cariño, como si fuera un amigo. Tal vez eso representaba para él, un amigo. River era bien parecido, podríamos decir que hasta era popular, pero no tenía muchos amigos reales.

Tenía a Eros, siempre lo tendría a él, en medio de sus crisis, también en sus mejores momentos. Siempre. Siempre estaría para el rubio chico griego de nariz protuberante que lo acompañaba a sus ensayos de teatro y sostenía su mano en las salas de espera durante las audiciones. Tenía un par de amigos en las clases de teatro, ninguno como Eros, pero, al  fin y al cabo, compartían algunas de las mil preocupaciones de alguien que realmente quiere tener éxito como actor; que son muchas.

Pensó en eso de camino al gimnasio. 



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En el texto hay: misterio, romance, drama

Editado: 03.04.2021

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