Penicilina

Capítulo 2

Cinco horas habían pasado, en las que apagó su teléfono tras desconectar el GPS, no quería ser encontrado. Cinco horas en las que Aníbal Damantio no había parado de buscar. Había ido a todos los lugares posibles: la jefatura de policía, los (al parecer) infinitos teatros de la ciudad, los gimnasios de esgrima a los que el chico pudo recurrir, había llamado a sus padres, tratando de no alarmarles...

 Nada. Se imaginaba lo peor. 


¿Y si River había acabado con su vida? ¿Y si ahora estaba en algún sitio, solo, esperando ser encontrado? ¿Y si él no lograba salvarlo? 


Como último recurso, Damantio se sentó frente a la casa de River Visconti, rezando por verlo llegar. 


Mientras, las lágrimas del adolescente caían sin control, ya tenía los ojos rojos, la nariz roja, las orejas rojas, parpados hinchados, nunca pensó que pudiese llorar tanto tiempo, ni sentirse tan desorientado. No sabía qué hacer, no tenía idea, estaba bloqueado. 


Un chico, de veinte años recién cumplidos, bastante apático, con el cabello gris, no por elección de tinte, sino por una rara condición que se lo decoloró desde muy joven, decidió por fin dar una mirada al niño de 17 que lloraba en un rincón. 


El de cabello gris llegó a la biblioteca pasado el mediodía, el más joven ya se encontraba llorando desde entonces; ahora, ya casi las cinco, el muchacho seguía ahí. Usualmente no se preocuparía por los problemas de nadie, pero tras pasar todas esas horas sintió curiosidad. Ese era demasiado tiempo deshidratándose, sin parar, y de tristeza genuina, logró sorprenderle. 


—En otra situación no hubiese intervenido, y no es que me importe—comentó, dejando su libro de filosofía en la mesa, Rousseau—. Pero, ¿ya te diste cuenta de que tienes unas cinco horas llorando? 


—Perdón—dijo River, forzando una sonrisa. 


—Conmigo no fijas sonrisas, ni te disculpes, soy Dimitri de Gales—se presentó el mayor, ofreciendo su mano. 


River estrechó la mano de Dimitri. 


—River Visconti—se presentó también—. ¿De Gales? ¿Ese es realmente tu apellido? 


—Me lo cambié apenas tuve la oportunidad. Era lo único que me quedaba de mi padre, pero ya no—le sonrió—. Ahora soy Dimitri de Gales. 


—Me gusta el De Gales—confesó River al británico, que se distinguía por su acento denso. 


—A mí también. Así que supongo que me dirás por qué llevas toda una tarde llorando. 


Damantio aún estaba al borde de las escaleras de River cuando su teléfono sonó. Su hija lo llamaba, él estaba consciente de por qué, estaba consciente de lo que venía. 


— ¿Pa, vas a venir por mí? —preguntó Lydia, de 14 años, en el mismo tono de su madre que preguntaba inocentemente para esconder que en realidad estaba siendo regañado. 


—Surgió algo, cariño, hoy no puedo, quizás mañan... 
Y ella le colgó. El hombre suspiró, tras el divorcio las cosas se tornaron complicadas para él y Lydia. Ella creía que era invisible para su padre, él estaba inundado en culpa casi todo el tiempo, pensando que era egoísta hacerla pasar por todo eso: fines de semana con él, resto de la semana con su madre, festividades dobles, llamadas telefónicas. La verdad es que tampoco podía someter a la madre de Lydia en un matrimonio en el que ya no quedaba amor, además del que ambos tenían a su hija. 


Así que sí, la vida no era fácil para él en todos aspectos. 


Tomó su teléfono y grabó una nota de voz para su hija explicándole por qué no pudo pasar por ella. Sabía que estaba lastimada, pero también sabía que tenía un corazón enorme, que entendería. Siempre lo hacía. 


En otro sitio, Dimitri escuchaba atentamente a River hablar sobre el suicidio de Archie y la situación de su mejor amigo. 


Dimitri estudiaba Derecho y el tema del suicidio era delicado para él, luego descubriremos por qué. 


—Estas son mis recomendaciones—empezó Dimitri al terminar River—. Lo primero que puedes hacer por Eros es encontrarle un buen abogado; me auto-recomendaría, pero no tengo mi título aún. Lo segundo es testificar en el estrado a su favor y ayudar a su defensa a encontrar la evidencia que pruebe que Archie se hubiese suicidado independientemente de cualquier influencia que Eros pudo ejercer. Claro que para eso debes saber por qué lo acusan de Homicidio Involuntario y qué pruebas existen contra él. 


El británico arrancó un pedazo de la hoja de una libreta que llevaba y escribió su número de teléfono. Le dijo que si tenía alguna duda o necesitaba ayuda podía contactarle. 


Por primera vez en el día, River pudo cerrar los ojos y respirar con libertad. Se dispuso a caminar hacia su hogar. 


La palabra “hogar” lo hacía sentir seguro, protegido. Un concepto inexacto, el de un hogar, pero, de cualquier modo, sabía que quizá no era uno que realmente tenía el derecho de usar. Sabía que tenía un techo, que siempre lo tendría, tanto cómo sabía que nada lo ataba a ese techo, no su familia. 


Ciertamente su padre se ocupaba de él tanto como podían, y ciertamente le daban la libertad de saber que podía irse cuando quisiera; no como una amenaza, tampoco como una porción de libertad, sino un poco más parecido a desinterés. 
A su familia le importaba poco su potencial, sus caídas emocionales. 



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En el texto hay: misterio, romance, drama

Editado: 03.04.2021

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