A todas estas, las cosas que uno sí espera.
Eros, esposado en la parte trasera de una patrulla, imaginó cómo sería la prisión. La cual resultó ser exactamente como esperaba, tal vez peor.
Su padre, el verdadero, estaba en una y a menudo fantaseaba con visitarlo algún día. Nunca tuvo la oportunidad, ni las ganas suficientes, ni de niño ni ahora.
Todo era extraño para él, la sensación en su cuerpo era diferente, diferente al rencor de toda su vida, el rencor a su mamá, por abandonarlo, el rencor a su padre, por estar en la cárcel y no ocuparse de él.
Ese rencor ya no existía.
Ahora mismo se sentía estúpido, muy estúpido.
¿Cómo pudo ocurrírsele que regalar pastillas iba a tener un final feliz? Bueno, no exactamente un final feliz, pero no imaginaba que Archie, a quien no conocía tan bien, iba a tomarse todo para suicidarse, no imaginaba que iba a suicidarse.
Y ustedes dirán: ¿quién imagina que alguien se va a suicidar?
Pues, sinceramente, Eros pudo haber esperado que alguno de los chicos que se vestían de negro y maquillaban como vampiros después de clases fuera a matarse, o los que tenían familias nada comprensivas, o historias difíciles como la suya.
Pero Archie parecía muy normal, súper normal, no conocía muy bien su historia, cuando se le acercó pidiendo drogas fuertes pensó que era alguien normal que tendría una fiesta alocada o pasaba por mucha presión y necesitaba un “buen viaje, un escape”.
Suicidarse no era muy normal, desde su punto de vista, y lo peor es que le echaban la culpa. Por fortuna, se las regaló, no le vendió nada.
Si le hubiese vendido algo, además de cómplice del suicidio hubiesen creído que era traficante, y su vida se habría acabado, sin esperanzas de nada; no es como si ahora tuviese muchas, pero las tenía. «Se supone que la esperanza es lo último que se pierde—pensó, mientras le dirigían a su celda temporaria hasta el juicio—, yo espero salir de este hueco, la cárcel no es para mí.»
Suspiró, tratando de ignorar el olor a pintura vieja y sudor de la prisión. Con tal y los nazis u otra pandilla no intentaran reclutarlo estaría bien, si mantenía la cabeza baja, nada de contacto visual, perfil discreto, no ir contra los celadores ni nada de eso.
Sobrevivió en el orfanato, esperaba sobrevivir en la cárcel, y esperaba salir pronto.
La esperanza es lo último que se pierde, ¿no?
Esperó a su abogado, un hombre bajito, pasado de peso, con la nariz puntiaguda y gafas redondas apellidado Foster, le daba aires del Pingüino, el villano de Batman, parecía que quería ayudarlo, y no le ocultaba la verdad.
Tenía 18, lo iban a procesar y juzgar como adulto, el crimen era grave, pero ambiguo, y la elocuencia, astucia e investigaciones serían decisivas en su futuro.
Lo de las drogas se veía mal, lo admitió, pero alegarían que no sabía para qué las utilizaría Archie, que él no solía tener drogas y regalarlas a lo loco. Le dijo que lo importante era dar toda la lástima posible y que, al final, todo dependía del punto de vista del jurado, nada más.
Se trataba de decir, contradecir y hacer creer, no sería fácil, no esperaba que fuese fácil, sin embargo, lucharía por él.
Sinceramente hablando, la prensa era un punto decisivo, y las madres adoptivas de Eros controlaban un importante periódico nacional, así que sí, las posibilidades eran muchas, pero no estaban directamente contra él. Ahora, la verdadera encrucijada fue la charla que sabía que le esperaba por parte de sus madres.
— ¡¿De dónde coño sacaste las drogas?! —gritó en plena histeria Karen, la más alta, de cabello corto y ojos de plata.
—Se sorprenderían con lo fácil que es encontrar LSD.
Julia, su otra madre, la más baja, de piel oscura y rasgos finos, con el cabello recogido, apoyó su mano en el brazo de Eros, llena de comprensión.
—Bebé, debes decirnos todo exactamente como pasó. No te juzgaremos, tus decisiones son tuyas, pero para ayudarte debemos saber toda la verdad.
El rubio de nariz grande suspiró, no estaba orgulloso de todas sus acciones, la verdad que no.
Mientras, River estaba frente a su laptop, con un nudo en su garganta, investigando para ayudar a Eros. Tenía un nudo en su garganta, hacía unas horas se había hecho pasar por un psiquiatra reconocido, utilizando el nombre de un familiar, enviando una solicitud a un centro de rehabilitación, diciendo que estaba escribiendo la tesis de su doctorado y que su tema era el suicidio, sus razones, sus consecuencias, las enfermedades mentales… todo. Y, de alguna forma, se tragaron el cuento y enviaron una recopilación con cartas de suicidio para que pudiera estudiarlas. En la laptop leía lo siguiente:
“Siento que no soy nada.
Lamento llenarlos con mi nada.
Lamento hacerlos perder el tiempo conmigo.
Mamá, papá, los amo. Ustedes criaron a un hijo maravilloso, pero no puedo ser un hijo maravilloso, porque no soy nada.
Y nunca seré nada.
A ti, mi amor, te pido perdón, porque yo no podía sentir nada en absoluto y tú no podías sentir nada pequeño. Te agradezco que lucharas por mí, fuiste luz.
No es culpa de nadie, por favor nadie se culpe, nadie pudo evitar que me fuera.
Nunca estuve aquí.
Siempre quise ser cosas que sabía que no podía ser, estaba destinado a irme.
No hay razones específicas, no hay nada.
Nada. Como yo.
Ser o no ser. No es una cuestión, no es complicado.
Algunos son y otros no somos, por eso existe el suicidio.
Esta carta no es para molestarlos con el vacío dentro de mí, es para que entiendan que hicieron todo lo posible por darle significado a mi vida.
Gracias por todo. Perdón por todo.
Me fui a la nada.
Los quiso con todo su vacío corazón, Dante.
DANTE POLARD SE SUICIDÓ EL 03 DE NOVIEMBRE DE 2011, A SUS 14 AÑOS, AHORCADO EN EL BAÑO DE SU CASA”.
Su corazón estaba destrozado. Anotó el nombre del difunto y la fecha de su suicidio, jamás olvidaría a Dante Polard, así como jamás olvidaría a Archie.
Se prometió leer una por día, porque no resistiría tanto, era una carga muy pesada como para saturarse de ella.
Editado: 03.04.2021