Penicilina

Capítulo 7

Por supuesto que River, Dimitri, las madres de Eros y la familia de Archie se encontraban en la Audiencia donde se otorgaba la fianza.

La Fiscal Hendrix era una atractiva egresada de La Universidad de Columbia, su piel era oscura, en el tono más parecido al café amargo que River no toleraba —era un fan del café con leche más dulce posible—, su cabello iba controlado en un moño como el de las bailarinas, y la forma en que movía sus papeles con gracia lo hizo quedar embelesado. 

Claro que la belleza de la fiscal no ocultaba sus aires de superioridad, ni la fiereza de sus argumentos.

Hendrix había dejado claro que quería a Eros en la cárcel, porque su olfato de sabueso le decía que Eros iba a ser un criminal si se le daba la oportunidad. Lo veía como si fuera una manzana podrida, pero veía así a todas las personas que procesaba.

Todos quedaron perplejos cuando, inmediatamente después de que Eros se declara inocente, Hendrix pidió que permaneciera sin fianza.

—Es ridículo, Su Señoría. Lo acusan por Homicidio Involuntario—defendió el Pingüino, como lo llamaba Eros.

—Las madres adoptivas del acusado tienen los medios para pagar cualquier fianza, tienen propiedades en el extranjero, amigos importantes—atacó, con una sonrisa—, y el Detective Johnson escuchó que tienen intenciones de sacarlo del país.

—Pueden retener su pasaporte. No es necesario tanto escándalo, queremos hacer esto de la manera correcta.

La fiscal no iba a conformarse con eso. 
—El acusado nació en Grecia, sus madres adoptivas tienen un avión privado y los cargos no son lo suficientemente graves para solicitar una extradición.

—Ya sabemos que la Señorita Hendrix quiere crucificar a todos sus acusados, pero es sólo un chico que cometió un error y está dispuesto a pagar las consecuencias de sus actos.

Como si el destino se hubiese alineado en contra de Eros ese día, el juez falló en su contra, obligándole a permanecer en prisión sin derecho a fianza. Ni siquiera a los padres del difunto Arquímedes les pareció justo e incluso los nudillos de Dimitri se tornaron blancos, pensando en la injusticia del asunto, no en la inocencia de Eros.

Lo que vino fue peor.

Uno de los detectives en el caso le dijo a River que quería charlar con él, en la estación.

— ¿Por qué quieren hablar con él? Es menor de edad—interfirió Dimitri.

—Queremos hacerle unas preguntas sobre su amigo, nada más.

River aceptó acompañarlos. Karen, la mamá de Eros, no lo vio así y le gritó que no dijera hasta que ella llamara a su padre. 

Y aquí es donde entra el Doctor Alessandro Visconti a nuestra historia.

El chico se encontraba sentado en la sala de interrogatorios, no estaba nervioso, el cinismo en su rostro era impresionante.

Como imaginó, el sitio no era muy acogedor, la ventilación no era envidiable, había una mesa, cuatro sillas, un par del lado opuesto al otro par, tres paredes de bloque pintadas de azul oscuro, otra pared era un espejo, pero River sabía que del otro lado se podía ver al interior de la sala.

Dos detectives se sentaron en un lado, River en el otro, supuso que la otra silla sería para su abogado, en el caso de necesitarlo.
 
Un detective lucía amigable, la otro no.

 «Supongo que ahora vamos a jugar al policía bueno y el policía malo, pero no voy a vender a mi amigo, muchas gracias».
  
— ¿Y bien? ¿Qué puedes decirnos de Eros? —preguntó el policía bueno.
 
—Es una buena persona.
 
— ¿Alguna vez te vendió drogas u ofreció?
 
—Jamás he usado drogas y él jamás me las ha ofrecido, detective.
 
—Eres un buen, chico, el mejor de tu clase, practicas natación y también teatro, en la obra escolar del año pasado fuiste Jean Valjean de Les Mis—dijo el policía bueno—, ¿es correcto?
 
Ser un adolescente no implicaba desconocer el juego, sabía jugarlo.
 
—Sí, es correcto—aclaró—. Antes de eso fui Aaron Burr en Hamilton, quería a Lafayette.
 
Tras “congraciarse” con River, el detective
disparó su primera bala.
 
— ¿Cómo es que alguien como tú se hace amigo de Eros? Cualquiera puede hacer una estupidez, digo, es normal que algunos chicos experimenten con marihuana, pero él no me dio una buena impresión.
 
—Es una fortuna, detective, que yo crea en las personas y no en las vibras e impresiones.
 
— ¿Qué tan fuerte es la adicción de tu amigo?
 
River no lo pensó dos veces.
 
—No es un drogadicto, eran recreativas, para fiestas y eso. No voy a muchas fiestas, no tengo tiempo, pero conozco a Eros, sólo las usaba para divertirse a veces.
 
La tensión era palpable, igual que la incomodidad del joven.
 
— ¿Eros conocía a Archie? —escupió la detective.
 
—No, estoy seguro, cuando escuchamos que Archie murió ni siquiera imaginamos que se suicidó, hasta que lo anunciaron por el parlante.
 
— ¿Por qué crees que Eros le dio las drogas a Archie?
 
—Porque se las pidió, Eros no conoce la palabra “no”, sobre todo cuando se trata de “diversión”. Tiene corazón de pollo.
 
En ese momento se abrió la puerta abruptamente, dejándose ver al Doctor Alessandro Visconti, dueño de su propia firma de abogados, conocido como el tiburón más agresivo del derecho.
 
No tenía filtro, ni un poco, y, a pesar del cinismo que constantemente mostraba en presencia de su hijo, cuando se trataba de alguien metiéndose con River era mucho más agresivo, si eso era posible.
 
— ¿Por qué están hablando con mi hijo? —reclamó, sin saludar a nadie e ignorando la sorpresa de River al verlo entrando con tanta seguridad.
 
—No es un interrogatorio.
 
Eso no era una excusa para Visconti.
 
—No me interesa qué sea—dijo, sin resentimiento—, es menor de edad y esto se acabó.
 
—No puede irse, debemos tomar su declaración.
 
—Él no tiene nada que declarar—dictaminó, y nadie lo iba a contradecir.
 
Visconti le hizo una seña a su hijo para que salieran de allí, pero cuando River estuvo de pie ante la puerta se volteó para decir una última cosa.
 
—Eros es una buena persona, así que les recomiendo mirar a otro lado.
 
Así, pues, los parientes salieron del precinto policial, irritados, aunque el padre intentaba ocultar su sonrisa complacida al ver cómo River era capaz de responder a los detectives. Al parecer, el niño heredó su falta de tacto.
 
Mientras, Dimitri tomó su oportunidad de hablar con los padres de Archie. O, al menos, la madre.
 
Como era de esperar, su matrimonio no estaba en el mejor momento, ese sentimiento de haber dejado morir a su bebé no se apartaba de sus corazones. Cada segundo que caminaban era como uno que le habían robado a su pequeño.
 
Dimitri no podía ofrecerle a la Señora Donovan nada que ella necesitara, lo único que necesitaba era a su hijo con vida, y nadie podía darle eso. El estudiante de Derecho no podía mentir, no podía engañar a esa pobre mujer. Podía querer, fallaba en poder. La verdad era que Dimitri no solía entender a las personas, no entendía lo que hacían, ni por qué lo hacían, no entendía lo que querían, ni se preocupaba por averiguarlo.
 
Pero Dimitri entendía su dolor, era lo único que entendía en todo el mundo.
 
Por eso, cuando la Señora Donovan se puso en contra de él, no tuvo otra opción que decir la verdad, la que callaba desde que era un niño.
 
—Mi padre se suicidó cuando yo tenía 10—trató de forzar una sonrisa, sin saber cómo se forzaba una, no sonreía mucho—. Mi mamá lo odiaba por lo que hizo, pero yo… pensé que era mi culpa. Él tenía depresión, fue…
 
Las palabras se le atragantaban en la garganta antes de pronunciarlas. La Señora Donovan lo abrazó.
 
Dimitri no recordaba cómo se sentían los abrazos, lo mucho que los amaban.
 
Sinceramente, no recordaba que alguien lo hubiese abrazado después de la muerte de su madre. Recordó que ella intentó abrazarlo, él la empujó, luego nadie intentó tener contacto físico con él. Intentar era inútil, todos desistían antes de intentar.
 
Poniendo un alfiler a sus sentimientos, pensó en lo mucho que detestaba las cartas de suicidio, no comprendía cómo River se dedicaba a leer cartas de suicidio, las detestaba.
 
Y las detestaba mucho más sabiendo que su padre no tuvo la gentileza de dejar una. ¿Un pedazo de papel que dijera: “Perdóname, Dimitri” era mucho pedir? Quizá era la razón de su aversión a la gente, temía que lo dejaran sin explicaciones.
 
Escondió algunas piezas del rompecabezas sobre su vida pese a que, en esencia, le contó todo a la Señora Donovan, esperando que soltara algún tipo de información valiosa.
 
Le enseñó la carta de suicidio de Archie. 
Dios, casi agradecía que su padre no hubiese dejado ninguna carta.



#2673 en Novela contemporánea
#5858 en Thriller
#3333 en Misterio

En el texto hay: misterio, romance, drama

Editado: 03.04.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.