Ahora las cosas me empezaron a salir bien y mi vida nunca más estaría llena de fracasos. O eso fue lo que pensé en aquel instante. Conseguí un trabajo perfecto, y muy pronto ya no iba a tener que vivir en esa pocilga donde estaba viviendo.
Los días pasaron y muchos vecinos del barrio iban a disfrutar del show. Después, muchos me saludaban y se convirtieron en mis fans y hasta me pidieron autógrafos.
-Ahora tenía suficiente dinero y me pagaban muy bien la hora.
Quería reunir dinero para poder comprar otra casa y poder vivir en un lugar mas decente. Yo tenía mi dinero guardado en un tarro en el sótano. No había sacado mi documento de identidad y no podía guardarlo en el Banco. Pero seguro que más adelante lo haría. Aunque también siempre pensé que mi dinero se encontraba seguro en casa, mejor guardado, o eso creí.
Le empecé a dar dinero a mi papá de nombre «Ray» y a mi mamá de nombre. «Aurora». El suficiente dinero les di a ambos como para que ya no tengan que ir a pedir limosnas en la iglesia.
Empecé a ahorrar de a poco, ya que mis deseos eran que con el pasar del tiempo pueda ahorrar lo suficiente, tenía anhelo de comprar muchas cosas necesarias para el hogar. Trabajaba en el circo todo el día aprendiendo diálogos y ensayando para el evento de la noche. Estaba trabajando muy, pero muy duro.
En consecuencia pasaron los días en que seguía ahorrando mucho dinero, todo el espectáculo tenía mejoras. Mis diálogos se volvieron cada vez más y más chistosos. Una noche, sintiéndome cansado del trabajo, al salir de ahí cabalgué en mi caballo azabache de nombre Zaltana para ir a casa y este detuvo sus pasos cojeando. Luego se tambaleó de una forma extraña, me bajé de inmediato de su lomo y segundos después cayó extinto. Me dio mucha pena abandonar a mi semental en medio de aquel camino polvoriento, pronto su carne se convertiría en alimento para los buitres.
Agarré la montura y caminé rumbo con dirección a mi hogar, al llegar a la avenida donde mis pies ya no agarraron más polvo si no que había adoquines bajo mis calzados, sacudí mi pantalón y ya mis pies se sintieron más cómodos tras dar cada paso.
Al estar en la entrada de mi residencia metí la llave en la cerradura y después de atravesar el umbral encontré a mis padres ebrios como ya era costumbre. No tenía nada de que asombrarme. Los ignoré como siempre. Cuando fui al bote de lata donde tenía guardado mi dinero para poner más dinero. Este ya no se encontraba allí.
Me preocupé muchísimo, siempre me consideré muy meticuloso al guardar mi dinero. Siempre lo guardaba cuando mis papás se encontraban descuidados. Enfurruñado fui a reclamarle a mi padre. Él había perdido la estabilidad al igual que mi madre. Le pregunté a Ray por mi dinero y me contestó. Me debes el alquiler de la casa, o acaso que aquí vives de grátis.
Te estoy dando semanalmente para los víveres y te alcanza hasta para tu licor y también para comprar vestimenta. No tenías por qué tomar todo mi dinero. Le dije a Ray de la forma más amable posible para que me pudiera devolver mi dinero. Ray en cambio me respondió enfurruñado: ¡Y qué me importa a mí! Me debes desde cuándo eras pequeño y todavía tienes mucho que pagarme.
Mi mamá Aurora opinó. Sí, y nos debes mucho más que eso. Yo tuve que lavar pañales asquerosos. Tienes una deuda muy grande con nosotros.
Me llevé las manos a la cabeza y estaba completamente furioso. Me encontraba encolerizado. Nunca antes había tenido ese fuerte temperamento. Sentía un nudo en el cogote. Voces hablaban en mi cabeza y estas no se detenían. Todo mi alrededor empezó a dar vueltas como si me hubiese embriagado. Así que me dirigí sin mas palabras a la pequeña bodega donde teníamos guardado las herramientas. Agarré una pala hecha toda de hierro con el material que se sentía fuerte, resistente y estable. Luego esperé un rato más para que mis padres se sigan embriagando. Después de una hora mi padre había vomitado sobre la mesa y se encontraba dormido al igual que mi madre.
Aquel era el momento perfecto para mi cruenta venganza. Me dirigí caminando de forma meticulosa hacia donde se encontraban mis ascendientes. Ambos estaban dormidos y perdidos en el alcohol. Por lo que sigue calculé mi distancia de un metro y medio aproximadamente frente a Ray, mi padre. Acto seguido apreté la pala con ambas manos. La extendí hacia arriba y luego juntando todas mis fuerzas la hice descender con ágil celeridad, para así poder reventar su cráneo. De manera divisoria quedó exhibido un gran agujero en su sien izquierda. Su sangre chorreaba a borbotones, esta bañó su cara y profusamente el abundante líquido rojo se arrastró de forma tenue sobre la mesa. Aquel deslizamiento me provocó un éxtasis profundo. Ulterior me convencí de que este era el mejor espectáculo que había presenciado en toda mi vida. Era tan majestuoso y espléndido el poder contemplar a aquel afluente rojo embellecer la madera donde nos servíamos nuestros alimentos. Mi madre tras aquel fuerte sonido abrió los ojos. Levantó la cabeza y me miró fijamente de frente con cara de horror.
Sin más espera balanceé la pala y con el filo de esta le destapé la garganta, le hice un corte limpio y certero. La mitad del cuello que estaba unida a su cabeza se tiró hacia atrás colgando sobre su espalda. La sangre chorreaba de su cuello como olas enfurecidas.
Había un charco grande de sangre sobre la mesa y también sobre el piso. Después de esto me sentí tan liberado. No tenía ninguna clase de placer culposo.
Recuerdo más bien que me seguía sintiendo encolerizado y le seguí dando de palazos a mi padre y con el filo de esta empecé a hacerle cortes en su rostro. Lo mismo hice con mi madre, le desprendí la cabeza en su totalidad con la pala, dicha pala logró resistir a los fuertes impactos que le proporcionaba.
Debía encontrar la forma de hacer desaparecer los cuerpos. Arrastré las dos masas de carne hasta el borde de la escalera que descendía al sótano. Para evitar un esfuerzo inútil, apoyé el pie en el pecho de mi padre y lo empujé: el cadáver se deslizó unos cuantos escalones, quedó atascado a medio tramo y se inmovilizó como un fardo inerte. Repetí el gesto con mi madre; su cuerpo rodó un par de peldaños y se trabó contra la barandilla, mientras yo sostenía su cabeza cercenada con una mano. Entonces bajé y, desde el punto donde ambos se habían quedado prensados, los arrastré uno por uno hasta el piso del sótano. La sangre marcaba cada peldaño como una hilera de tinta, y mi rostro y mi ropa estaban cubiertos de salpicaduras.