Una semana después, un ser negruzco y demoníaco se me presentó en mitad de la noche para ofrecerme un trato. Su sola presencia destilaba un horror antinatural que se infiltraba en cada fibra de mi ser. Aquello que vi; era un ente nacido de los abismos. Su imagen parecía corromper el aire mismo, que se tornaba denso, irrespirable.
Tenía cuatro apéndices óseos ennegrecidos que emergían de su cráneo como fragmentos de una corona blasfema. No eran meros cuernos comunes: eran estructuras maculadas con grietas incandescentes, de donde surgían microscópicas chispas como las brasas de un fuego profano. Su forma recordaba la de los cuernos de un búfalo, aunque de menor tamaño; los dos internos, más pequeños, semejaban estacas rituales, mientras que los externos, de mayor tamaño y perfectamente alineados, parecían esculpidos para un propósito arcano.
Su rostro era un círculo grotesco cubierto de un vello ennegrecido, tan denso y rígido que se alzaba en forma de púas, como un erizo inmundo. Los ojos… ah, los ojos… dos orbes perfectamente esféricos y abismalmente negros, más oscuros que la nada misma. Mirarlos era como asomarse al vacío eterno, y cuanto más los contemplaba, más sentía que mi cordura se escurría en ese pozo insondable.
Su nariz era una estructura antinatural, como un bumerán esculpido en carne muerta, palpitante de una vida malsana, formaba un triángulo en el medio de su cara. Y su boca… su boca era el umbral del horror absoluto: un círculo viscoso cuyas comisuras parecían a punto de desgarrarse. Los labios estaban cubiertos de protuberancias nauseabundas, semejantes a pústulas a punto de reventar. Entre ellos, una colección demencial de dientes como de tiburón: agudos como fragmentos de obsidiana marina, imposibles de contar, se apilaban unos sobre otros, invadiendo incluso el paladar. Era como si su boca no tuviera fondo, sino una sima interminable repleta de colmillos.
Su cuerpo era un espectro famélico, cubierto de un pelaje pegajoso que parecía rezumar un sudor aceitoso. De sus manos y pies surgían dedos largos, espantosamente delgados y antinaturalmente retorcidos. Cada uno terminaba en uñas como garras de obsidiana corrompida: deformes, entrelazadas, como si las leyes de la anatomía hubiesen sido violadas en su creación. Y entonces, en un estremecimiento helado, me pareció notar que de entre los pliegues de sus falanges surgían minúsculas bocas serpentinas: fauces delgadas como culebras, que se abrían y cerraban con un siseo que resonaba directamente en mi mente.
El ser habló con una voz que no era un sonido, sino un eco que vibraba en los huesos. Se nombró: Asmodeus, el demonio de la oscuridad. En ese instante, mi cama comenzó a temblar, no por causa de la criatura, sino como si la misma realidad se desgarrara ante su presencia. Era como si las leyes de la luz y la sombra se invirtieran: de su ser emanaban haces de negrura tangible, más densos que el carbón, que manaban en todas direcciones. No era sombra: era un fluido de oscuridad viviente, tan denso que parecía absorber el tiempo mismo.
El ambiente descendió en una temperatura de ultratumba. El aire se tornó cortante, cada inspiración era como inhalar agujas. Me resultaba incomprensible cómo una oscuridad podía ser devorada por otra más profunda, más infinita. Aquella penumbra exudaba un poder primigenio, anterior al alba de los tiempos, y su mera existencia me hizo comprender que el horror absoluto no es la muerte, sino aquello que aguarda más allá de ella.
Este ser innatural y horrendo, exudando un hedor a carne corrompida y a hierro oxidado, extendió sus deformes manos hacia mí. Sus dedos retorcidos, terminados en garras astilladas, se cerraron alrededor de mis tobillos con una fuerza antinatural. Sentí la temperatura de mi carne desplomarse allí donde me tocaba. Fue entonces cuando, con un sobresalto desgarró mi entendimiento, vi mi cuerpo duplicado, inerte y desmadejado en el suelo, como un maniquí abandonado por su creador. Los ojos cerrados, mi piel blanca pasó a ser cenicienta. Comprendí, con un terror glacial, que lo que aquel ser estaba arrastrando no era mi carne... sino mi alma.
Sin esfuerzo alguno, con una parsimonia monstruosa, me arrastró por toda la casa. Cada rincón, cada pasillo, cada estancia fue recorrido, como si aquel ser necesitara que cada resquicio fuera testigo de mi despojo. El aire se tornaba más espeso con cada metro que avanzábamos; las paredes parecían palpitar, y sombras innombrables se deslizaban en las esquinas, observando con ojos invisibles. No me soltó ni por un instante, hasta que el recorrido hubo sido completado, hasta el último recoveco de la casa.
Entonces se detuvo. Su voz no fue un sonido sino una vibración que me atravesó los huesos:
—¿Quieres liberarte de los niños?
Mi cabeza, como si movida por una voluntad ajena, asintió temblorosa. Sí. Sí, deseaba liberarme.
Sin demora, el ser oscuro me devolvió a mi cuerpo. La fusión fue un golpe brutal; sentí el vacío desgarrarse mientras volvía a la carne. Al recobrar la conciencia, jadeando como un ahogado, vi cómo aquel ente se me acercaba de nuevo. Su cuerpo se contorsionaba de forma grotesca, como si una fuerza invisible lo retorciera desde dentro, igual que un paño húmedo siendo exprimido por manos invisibles. Sus huesos crujían, su carne parecía resquebrajarse en cada vuelta.
Cuando estuvo frente a mí, abrió la boca, mostrando una lengua bífida, larga y viscosa, igual a la de una serpiente. Sin previo aviso, con un movimiento vertiginoso, se abalanzó sobre mí. Sentí el mordisco en mi mano derecha: un estallido de dolor puro. Era como si vidrio molido fueron inyectados en mis venas. La agonía fue tan vasta, tan absoluta, que sentí como se desgarraba cada fibra y órgano de mi cuerpo.
Mi garganta se desgarró en un grito abrupto, animal. Me retorcí en el suelo como un poseso, presa de un dolor que ninguna palabra podría contener. El tiempo perdió todo significado. No había noche ni día: solo ese tormento interminable. Durante horas — grité, mi cuerpo convulsionando mientras la infección oscura se propagaba por mis nervios, como raíces de un árbol muerto invadiendo tierra fértil.