La primera vez que sucedió me sorprendí, luego comenzó a gustarme.
Estuve en su casa, no estaba, seguro andaba con él, no tenía que pensar mucho para saberlo, su hermana no me dio mayor explicación. Busqué afanosamente en mi bolsillo hasta encontrar las llaves, parecía que no querían ser encontradas. El solo hecho de imaginarla en brazos de otro convertía mi cerebro en una lavadora industrial, y lo peor era que no podía dejar de pensar en ello. Logré abrir la puerta, me abalancé sobre el primer mueble que encontré y cerré mis ojos. Comencé a sudar como si estuviera en el mismísimo infierno, mi pulso comenzó a acelerarse, me senté y mire mis manos, de entre ellas emanaba una leve luz verdosa, que poco a poco cobró brillo y fue tomando consistencia, al principio no se apreciaba forma alguna; sin embargo, al cabo de pocos minutos la masa comenzó a perder luminosidad, sentí peso en mis manos y entre mis dedos tenía una pistola automática 9 mm. No podía creerlo, la miré sorprendido, le daba vueltas, verifiqué si tenía balas y así era. La presión en mi cabeza y el arma en mis manos me hicieron olvidar por un momento de ella, y en ese momento desapareció el arma de mis manos tan rápido como apareció. Un extraño sabor en mis labios me hizo correr al baño, y en el espejo pude ver dos hilillos de sangre que salían de mi nariz. Esa noche la pase sentado en el sofá de la sala pensando en todo lo que había pasado.