Siento ese aire frívolo llenar mi tórax, atravesar mis pulmones e infiltrándose por los vasos sanguíneos para detenerse en mi arteria aorta. Mi ansiedad, esa palpitante angustia que corrompe mi cuerpo y desequilibra mi mente, quien se detiene en mis verdades que parecen mentiras. Quitándome la voluntad de imponerme ante la vida, para darle un abrazo a mi muerte.
Y es que... Caminar sobre los miedos que asfixian mis sentidos ante la multitud, es la vara que golpea el sentimentalismo reflejado en mis lágrimas. Ansiedad... Te odio, te aborrezco, por estancar mis sueños y hacerme débil. Maldigo el día en que te tuve como amiga tóxica, escudriñándome, acabando con la poca tranquilidad espiritual que de vez en vez llenaba mi cuerpo con esperanzas, mis sueños con motivaciones y mis días de valentía. Tus palabras en el espejo e incluso el cántico mortífero que susurras en mi inconsciencia me hacen querer aventarme desde el acantilado de la desesperanza.
Los pocos nervios cuerdos que me quedan solo quieren sanarme de ti, porque saben lo maligna que eres, lo repugnante que puedes llegar a ser, y manipuladora. Me consuelas con ideas erróneas, 20 pastillas a la vista y un vaso de agua. Crees que con tal petición puedes acabarme, pero sigue ahí, esa pequeña señal en ohmio, fuerte, audaz. Manteniéndome firme ante tu maldad quien se ha hecho decadente con el tiempo.