—¿Dónde dejé las llaves? —susurré.
Miro a los costados, abajo de los almohadones, en el cajón de la cocina y no está.
¡Ah sí, ya sé, capaz en la heladera!
No, no, que tonta. ¿Cómo va estar en la heladera?
Resoplé frustrada mientras azotaba el pie contra el piso y un cuarto de flecha se partía por la mitad.
¿Y ahora cómo le decía que la había perdido? Me iba a matar.
Seguí rebuscando entre los cajones y en la puerta de entrada abajo de la alfombra ¡tampoco!
Miré el perchero a ver si la veía, el arco, las flechas, las alas y las sandalias, pero de la llave ni rastro.
—Ay bueno, ya está ¿Qué se le va a hacer? Será otro amor no correspondido. —Suspiré y me fui a preparar un café.
Mientras le daba un sorbo pensé:
—¡Que estrés ocuparse de los corazones ajenos! ¡Que llavecitas jodidas! Bien podría cada uno guardarse la suya. ¿Qué cupido ni qué cupido?
Palabras: 163