—Alana lleva estas cajas a la habitación de tu hermana.
Asiento a la orden de papá, así que tomo entre mis brazos las cajas, una sobre otra, por lo que la que está arriba me impide ver hacia dónde voy.
—Alana no olvides regresar por las otras —dice mi madrastra desde la cocina.
—Sí —me limito a responder.
Subo cada escalón con cuidado de no tropezar, sería una tontería lastimarme el primer día en la nueva casa.
Camino hasta la habitación pintada de rosa, desde luego, la de mi pequeña hermana Evelyn, quien está correteando por el jardín ajena a todos los deberes que implica una mudanza. Dejo las cajas en el suelo, en éstas, su nombre está decorado con corazones rosa que ella misma dibujo. Tiene siete años y no puedo exigirle que haga algo más.
— ¡Alana debo irme, ayuda a Dorothy con lo que hace falta! —grita papá.
Suspiro y masajeo mi cien para no caer en el estrés al pensar en todo el trabajo pendiente.
Miro a través de la ventana y lo observo darle un beso a mi madrastra antes de subir a la patrulla de policía para marcharse. Supongo que debe reportarse ante su superior. Imagino que debe estar feliz, puesto que fue él quien solicitó su traslado hasta esta ciudad, la cual elogió como tranquila y agradable para vivir, o tal vez para regresar, porque su familia solía vivir en este lugar hace mucho tiempo. Así, dejamos atrás la bullosa y agitada vida en Los Ángeles, pero ahora me doy cuenta que no fue lo único que abandonamos. Extrañaré la playa y a mis amigos jugando entre las olas. Aquí el sol se esconde entre las nubes y los ríos son tan fríos que ni loca me sumergiría en alguno.
—Alana, hice un poco de té, está caliente bébelo.
—Gracias.
Recibo la taza que aún humea, bebo de forma lenta y miro a Dorothy, quien me sonríe agradable. Me recuerda que cuando papá se casó con ella supuse que sería como esas madrastras de cuentos de hadas, pero jamás ha sido así, por el contrario, siempre ha sido amable y me sonríe sincera, incluso puedo decir que es mucho mejor que lo que recuerdo de mi propia madre. Ella se fue, nos abandonó a papá y a mí y jamás volví a verla.
—Discúlpanos por obligarte a trabajar tanto, William tuvo que presentarse en la estación, pero prometió no tardar.
Su rostro de súplica me hace menear la cabeza.
—No hay problema, subiré las cajas que hacen falta a esta habitación y a la mía, también haré que Evelyn me ayude abriéndolas y sacando todo.
—Gracias, esa niña sólo te escucha a ti.
El tiempo avanza y la mayor parte del trabajo se ha hecho, por lo menos las habitaciones parecen pertenecer a alguien y las camas están listas para ser ocupadas. Algo diferente sucede con las zonas comunes, las cuales aún permanecen llenas de cajas y muebles cubiertos por mantas blancas. Pero ese será trabajo de papá. Fue lo que Dorothy dijo cuando me ofrecí a ayudar.
Salgo al porche y me siento en uno de los escalones, estoy agotada, pero quiero mirar el nuevo paisaje al cual debo acostumbrarme. Ésta es una casa vieja remodelada para nosotros, los vecinos están a varios kilómetros de distancia y lo único para ver es el bosque, que en esta época del año ofrece tonos más amarillos que verdes y tras éste a lo lejos se puede divisar montañas con puntas blancas a causa de la nieve. Supongo que papá retomó esta casa familiar por la tranquilidad que trasmite. Sin embargo, estar en medio de la nada me hace pensar que será difícil conocer nuevos amigos, con diecinueve años y la escuela terminada, no son muchos los lugares en donde pueda hacerlos.
—Alana ven a cenar.
Volteo a ver a Dorothy y asiento. Antes de levantarme miro hacia el cielo nublado y me doy cuenta que la poca luz se desvanecerá muy pronto, son las seis y catorce de la tarde. Así que me doy cuenta que en Anchorage el sol no sólo sale casi una hora y media después sino que también se oculta un poco más tarde que en Los Ángeles, lo gracioso es que no vi el sol en todo el día.
Luego de cenar, ofrezco leerle un cuento a mi hermanita antes de dormir, quien suele hacerlo es mi madrastra, pero al verla al lado de papá aun revisando cajas quiero ayudar en algo. La familia Vaughan estará ocupada asentándose en este nuevo lugar.
—Vamos a leer cenicienta o la sirenita —medito entre los libros que alcancé a organizar en el librero.
—Yo quiero un cuento de terror —afirma la pequeña.
—Esas historias no son para ti.
—Jeffrey —el anterior vecino—, me dijo que su mamá le lee historias de terror porque él es valiente y que a mí no me las leen porque soy cobarde y eso es mentira, yo también soy valiente.
Su cabello rubio es igual al de Dorothy y sus ojos azules son iguales a los de papá. Es tan diferente a mí, que tengo el cabello castaño oscuro y los ojos del mismo color, no sé a quién me parezco, pero creo que no a papá.
—No importa lo que te haya dicho Jeffrey, además estoy segura que miente, entonces elijamos a la cenicienta para esta noche —afirmó con una sonrisa.
—No, yo quiero uno de terror —arguye con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Está decidida y en caso que no haga lo que quiere estoy segura hará un berrinche. Dudo un poco, pero asiento. Me doy por vencida, estoy muy cansada como para seguir con esta discusión contra una niña de siete años dispuesta a dar batalla con toda la energía del mundo.
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Editado: 26.10.2022