Penumbra

Capítulo 4: Asesino

Ahora no eran los gritos de mujeres extrañas lo que escuchaba, sino los latidos de mi propio corazón, además de la respiración irregular y los sonidos de mis pasos sobre la hierba. Doy un paso más ingresando al bosque. Los altos árboles cubren aún más la escasa luz del sol, siendo la penumbra lo único que se percibe delante de mi nariz. Sin embargo, no puedo detenerme, debo encontrar una explicación a lo que me está sucediendo. Muevo las palmas de mis manos sobre el pantalón de jean intentando que la fricción genere calor. Ahora me doy cuenta que salí de casa sin cubrirme lo suficiente y el frío es más penetrante dentro del bosque, pero a pesar de esto continúo, así que espero que mi buzo y saco de lana cumplan con su propósito.

Me adentro cada vez más, pero no escucho nada, ni siquiera el sonido de un ave o algún animal en el suelo, creo que es extraño y ahora que lo pienso jamás he escuchado aves cerca de esta área.

—Alana has venido por nosotras.

Me detengo en seco al escuchar una de las voces.

—Por aquí, ven rápido.

Ubico la dirección de la cual proviene ese sonido y a pesar del temblor en mi cuerpo y mis ojos aguados camino hacia ella.

— ¿Quién eres?, ¡¿Quiénes son ustedes y por qué me llaman?! —grito con el miedo anidado en mi garganta, pero sin detenerme.

—Por aquí Alana, por aquí —no responden.

— ¿Cómo saben mi nombre?, ¿por qué soy la única que puede escucharlas?

—Porque eres Alana, y él siempre te busca.

Me detengo al sentir que el miedo se desliza por mis brazos como si se tratara de una corriente eléctrica.

— ¿De quién hablan?

—Él nos trajo aquí y no nos deja salir—dice una de las voces.

—Por aquí Alana, ya casi llegas —habla otra.

Quiero llorar y salir de aquí, pero vuelvo a mover mis pies en su búsqueda. Necesito respuestas.

—Esto no es real —empiezo a decirme, pero sin detenerme. —Estoy loca —intento convencerme, porque en este momento esa idea es menos aterradora que antes.

—Alana, por fin viniste por nosotras. Cumple tu promesa.

Llego a un espacio sin tantos árboles, puedo ver una gran formación rocosa y en ésta una gruta. Entro en aquel agujero y empiezo a escuchar el sonido de gotas de agua cayendo. Por dentro el espacio cavernoso es más amplio de lo que supuse.

—Alana aquí. Ahora llévanos contigo.   

Un rayo de luz se alcanza a filtrar en la semi oscuridad por lo que alcanzo a percibir un montículo extraño, me acerco más hasta que mi bota pisa algo duro y un crujido extraño llama mi atención. Me agacho para ver de qué se trata.

— ¿Es una rama? —pregunto al sentir la textura, pero es más lisa y dura.

Mis ojos se amplían y la suelto de inmediato al percibir que se trata de un hueso. Todos los vellos de mi cuerpo se erizan al descubrir que hay más a mí alrededor.

—Somos nosotras, llévanos contigo.

Meneo la cabeza, no puedo creer lo que estoy suponiendo, me acerco al extraño montículo y puedo ver una pila de restos humanos. Lo que más llama mi atención son los cráneos que parecieran mirarme.

Un jadeo sale de mi boca sintiendo el calor que emana de mi cuerpo, el cual ahora tiembla descontrolado. Quienes me estaban llamando eran los espíritus de estas mujeres que debieron ser asesinadas. No puedo más con esto, debo salir de aquí para buscar ayuda. Giro y empiezo a correr para escapar de todo esto. Pero de repente algo cubre la abertura por la que ingresé. 

—Alana por fin te encontré —afirmó la sombra alta que se acercaba a mí.

Aquella voz masculina, tan diferente a las otras me paralizó por completo, el miedo se incrementó desbordando por cada célula de mi cuerpo y un latido demasiado irregular emitió mi corazón. Los ojos aguados por fin dejaron salir las lágrimas contenidas. No sabía por qué estaba llorando, tal vez el miedo, pero las gotas saladas no dejaban de caer al verlo acercarse a mí.

— ¿Quién eres y por qué has hecho esto? —cuestiono sabiendo que es el responsable de todo.

— ¿Ya me has olvidado? —pareció afligido. 

—Yo no lo conozco, no sé quién es usted y por qué estoy aquí. ¡Déjeme salir! —demando.

—Mmm... ya veo, en otra piel, pero eres tú, Alana.

—Deje de decir mi nombre y déjeme ir —digo entre sollozos.

Ahora está más cerca, pero a pesar de eso no puedo ver bien su rostro, sólo el brillo de los ojos que parecen de color violeta. Me miran de forma tan intensa y aterradora que me paralizan de nuevo. Siento que no puedo respirar, es como si ya no hubiera oxígeno a mí alrededor, por lo que por un momento pierdo la consciencia.

Las gotas de agua resuenan sobre la roca, siento el cuerpo pesado, pero por fin puedo contraer los párpados. Al despertar veo que estoy sobre el montículo de cadáveres por lo cual grito y me apresuro a levantarme, pero me caigo al pisar una tela, me sorprendo más al ver en mí un vestido de color negro que parece ser de otra época, pero que es de mi talla.




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