Penumbra

Capítulo 6: Regreso

Habían transcurrido dos días desde que desaparecí de casa, pero para mí se trató de unas cuantas horas. Dentro del bosque la penumbra fue permanente, jamás fue por completo de día, ni por completo de noche.

Cuando regresé a casa apretaba muy fuerte entre mis brazos los huesos que había logrado sacar. No podía dejarlas atrás, no podía permitir que él volviera a capturarlas. Por supuesto la reacción de mi papá, bueno, eso es algo que no puedo describir, sólo recuerdo que sus manos temblaban mientras intentaba revisar si estaba herida, pero aún más cuando me obligó a soltar los huesos. Dorothy no dejó de llorar. Sus párpados estaban tan inflamados que supe que lo había estado haciendo todo este tiempo, mientras mi hermana me regañaba por irme de casa sin avisarle.

Tuve que dar declaraciones a la policía, los compañeros de papá me habían buscado por la ciudad, a ninguno se le ocurrió ingresar al bosque. Al parecer hay una especie de leyenda que cuenta sobre una criatura que devora almas y se les enseña a todos a permanecer lejos de éste. Eso es algo que mi familia no había escuchado antes. Ahora supongo que se trataba de él.

Un día después de mi regreso realizaron un búsqueda dentro del bosque, en la gruta que les mencioné encontraron los cadáveres de once mujeres entre los dieciocho y veintidós años. Supusieron se trataban de las mismas que habían registrado como desparecidas hace más de setenta años. Aquellos registros habían quedado en el olvido hasta ese momento.

Todo fue tan tenebroso que prefirieron no profundizar en el tema, pero no dejaron de observarme como si yo fuese un ser extraño o casi sobrenatural.

—Alana ¿Ya empacaste todas tus cosas? —indaga mi padre sacándome de mis pensamientos.

—Sí.

—Ayuda a Dorothy con todo lo de la cocina. El camión vendrá pronto.  

—Está bien.

Camino, pero él me detiene.

— ¿Estás bien? —me pregunta por enésima vez desde que regresé.

—Sí, lo prometo —Frunce el entrecejo.

—No sabía si contarte sobre esto, pero tal vez debas saberlo. —Parece dudarlo.  

— ¿Qué? —indago.

—Cuando realizaron la remodelación de la casa encontraron algunas cosas viejas de la familia, entre ellas, algunas fotografías.

— ¿Quieres que las guarde en una caja?

Él extiende la mano y me entrega una imagen en blanco y negro. Sin duda los años han pasado, pero esto no es lo que me sorprende. No puedo evitar asombrarme al mirar a la joven mujer  plasmada en el papel, es idéntica a mí, sólo que con ropa de otra época. La imagen de mí misma con ese vestido, creo que me hubiese visto igual si me hubiera tomado una foto dentro del bosque. Los vellos de la piel se me erizan.

—Es tu bisabuela —Yo asiento.

—Supongo que por eso nos parecemos.

Digo parecemos, pero la verdad es que somos idénticas, como dos gotas de agua. Paso saliva.

— ¿Sabes por qué te llamas Alana? —Yo niego con un movimiento de cabeza—. Cuando naciste la abuela te vio en el hospital y dijo que te parecías a su madre, Alana, por eso llevas su nombre.

Otro escalofrío me recorre.

—Ya veo... —Miro la ventana y detrás de ésta parte del bosque.

— ¡William, Alana, Evelyn es hora de irnos! —grita Dorothy.  

— ¿Ya terminaste de guardar todo en las cajas? —escucho que papá pregunta.

—Sí, y ya hablé con el encargado de la mudanza, él tiene las llaves, así que podemos irnos al aeropuerto.

—Alana, cariño, es hora de salir —dice mi madrastra alejando mi mirada del bosque, yo asiento.

—Sí.

Así, poco a poco mientras el auto avanza me despido en silencio de este frío lugar, con días nublados y con una historia que jamás hubiera podido imaginar. Sin embargo, ahora todos lo saben, saben qué fue lo que sucedió con esas mujeres, así que ellas por fin podrán descansar en paz, mientras yo regreso a casa, aunque con algunas preguntas que tal vez jamás logre responder.

 

Fin.




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