Penurias

Capítulo 4

Aquella tarde, el sol brillaba imponente en un cielo azul claro con pocas nubes, lo que provocaba un resplandor un poco molestoso a los ojos.

—¡Daniela! —Ella se volteó al escuchar los llamados eufóricos de su amigo.

Los exámenes habían concluido una semana atrás y, con estos, su último año de bachillerato.

—Hola, Franco. —Sonrió con nerviosismo. Cuando lo tuvo frente a ella respiró profundo ante la conmoción, que los latidos frenéticos de su corazón le causaron.

—¡Pasé! —celebró él mientras sostenía la tarjeta de calificaciones—. No repetiré el año ni haré clase de refuerzo en verano ¡y todo gracias a ti! ¡Podré participar en la competencia! —Él la cargó por la cintura y dio vueltas con ella encima.

Por su parte, Daniela estalló en una estruendosa carcajada y se abrazó a él. Debía aprovechar ese momento de cercanía que era probable no volvería a tener.

Cuando él la puso de vuelta al suelo, sus rostros quedaron tan cerca, que sus alientos chocaban. Como respuesta a aquella corta distancia, ella se lamió los labios ante el inmenso deseo que tuvo de probar los de él. Se veían tan apetitosos.

Ambos se miraron a los ojos maravillados, como si fuesen atraídos por una fuerza magnética que los hacía olvidar todo a su alrededor.

Daniela temblaba porque una idea peligrosa le surgió, entonces acortó la poca distancia que había entre ellos y, cuando su boca rozó la de él, este se separó de ella espantado.

—Lo siento... —Él se mordió el labio inferior—. No puedo hacer esto...

—¡Franco! —lo interrumpió Joel.

—¿Qué tal te fue? —interrogó Franco con voz temblorosa, con la intensión de disimular lo que acababa de ocurrir. Tragó pesado al reconocer la mirada asesina que su amigo le había atinado.

—Más o menos —respondió entre dientes mientras turnaba la mirada de Daniela a él con expresión molesta—. Me imagino que a ti te fue bien, dado que el esper... —miró a la chica y se retractó—… el cerebrito aquí presente te ayudó a estudiar. A ella ni le voy a preguntar, es obvio que fue meritoria.

Daniela se abrazó a sí misma, haciendo caso omiso al comentario de su acosador. En su mente solo estaba la imagen del rechazo de Franco.

«¡Qué tonta fui! ¿Por qué hice eso?», se reprendió en sus pensamientos.

¡Quería que la tierra se la tragara en ese momento!

—Me tengo que ir —dijo de repente, interrumpiendo la conversación que los chicos llevaban a cabo y que ella había ignorado.

—Espérame. —La voz de Franco detuvo su andar, pues ella ya se había girado para escapar de allí lo antes posible.

—No —soltó con nerviosismo—. Iré a otro lugar —dicho esto, se fue de allí con prisa sin siquiera despedirse.

—¡Qué chica tan rara! —exclamó Joel. Él se quedó mirando en dirección a donde ella había estado, segundos antes.

—Raro eres tú que no te le declaras de una vez y por todas, aunque si te soy sincero, no me gustas para ella, la trataste mal todo el año —respondió Franco con cara de disgusto.

—Ya te dije que no me gusta el esperpento. Y no creo que la razón por la que no me quieres junto a ella sea por eso, me da la impresión de que te gusta. Eres de lo peor, la estás ilusionando cuando sabes que no le puedes corresponder.

Franco se quedó en silencio por unos segundos, luego miró el espacio donde ella había estado antes de irse y suspiró.

—No estoy haciendo tal cosa, tampoco me gusta; sí la aprecio mucho, pero es como amiga. —Volvió a suspirar—. Sin embargo, supongo que mi manera de tratarla ha traído confusión. —Aquello lo dijo más por ella que por Joel.

 

***

 

Daniela estaba tirada en su cama, con la almohada en la cara. Allí ocultaba las lágrimas y de alguna manera sentía que aquello la protegía del exterior, de él.

—¿Por qué soy tan tonta? —Apretó la almohada contra su rostro con impotencia—. ¡He arruinado todo! Ahora Franco no querrá ser mi amigo. Tonta, tonta, tonta.

Sollozó con gran angustia al ser consciente de que había perdido a su único amigo por impulsiva.

—¿Te quedarás ahí acostada todo el día? —La voz de su hermana la espantó. Ella balbuceó algo inentendible debido a que la almohada estaba sobre su cara aún—. No te entiendo, Daniela. Mejor párate de ahí y vete a fregar, te toca a ti porque yo limpié el piso.

Daniela suspiró con hastío y se restregó el acolchonado objeto contra el rostro, asegurándose de que no le quedaran restos de lágrimas.

—Ya voy... —respondió con desdén y se tiró de la cama.

—Bien, me voy a la uni. Si te vas para donde tu amigo, por favor cierra la puerta, la semana pasada mami la encontró abierta y a mí fue que me peleó. Ya no eres una bebé, Daniela, coge temple y deja de ser distraída.

—Como diga, jefa. —Daniela hizo una mueca.

—Adiós, gallina. —Zarai sonrió airosa y se fue.

—¿Ahora me llamarás así, loca? ¡Cuán equivocadas estás!, yo me atreví a besarlo —dijo a la nada y sacó la lengua—. Y eso me trajo problemas. A menos que...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.