Penurias

Capítulo 7

Franco notó la ausencia de Daniela cinco minutos después de que esta se fuera y, veinte minutos más tarde, despachó a aquellos clientes que le causaron gran estrés.

—¡Rayos! —vociferó cuando se vio solo. Estaba que explotaba del enojo y la impotencia, pero entendía que su amiga no podía esperar más. Suspiró al dejarse caer en la silla y el recuerdo del beso con Daniela lo hizo sonreír.

—Eso fue increíble. Fui un tonto por no darme cuenta de lo mucho que me gustas. ¡Y yo te gusto a ti! Mañana mismo te confesaré lo que siento y te pediré que seas mi novia. Cómo deseo verte otra vez, mi bella ratoncita —Con ese pensamiento en la cabeza, Franco continuó con su trabajo.

 

***

 

Con una rosa roja en manos, una caja mini de helado y un conejo de peluche gris, Franco se dirigió a la casa de Daniela.

Era imposible no sofocarse al caminar, debido a los latidos fuertes de su corazón, la respiración errática y los temblores de sus manos. Estaba tan nervioso que tenía náuseas y sensación de vértigo.

Lo primero que visualizó fue la verja de color negro que separaba la entrada de la casa de Daniela con la calle, entonces la nostalgia le visitó al recordar todas las veces que se detuvieron a conversar allí después de la escuela. No recordaba la razón de él no haber entrado ni conocido a la familia de ella; quizás fue porque ella nunca lo invitó y a él no le había interesado en ese entonces.

Después de inhalar y exhalar varias veces, Franco se encaminó en dirección a la entrada de la vivienda, pero un letrero en la puerta captó su atención y fue la causa para él detener su andar.

—¿Se alquila? —repitió las palabras que leyó en aquel letrero que yacía en la superficie de madera. Entonces las palabras de Daniela empezaron a tomar sentido. Corrió en dirección a la puerta y tocó con nerviosismo, para que ella le explicara por qué no le dijo que se iba a mudar.

Pasaron varios minutos, pero nadie le respondía a su llamado ni a los toques de la puerta, fue cuando el temor lo embargó y pensó lo peor: ella ya se había mudado.

Sacudió la cabeza para alejar ese pensamiento, de seguro ellos habían salido y por eso nadie le respondía, tampoco se iban a mudar tan rápido.

Franco se sentó en el suelo para esperar a Daniela y que esta le diera una explicación, pero después de dos horas, la esperanza de volver a verla se estaba desvaneciendo.

—¡Espere, señora! —llamó a una mujer que estaba saliendo de la casa vecina. Ella se detuvo y este corrió en su dirección y, con la respiración agitada, se colocó frente a ella y le preguntó:

—¿Las personas que vivían en esa casa ya se mudaron?

Ella miró la flor, el helado y el peluche en las manos de él y sonrió con picardía.

—¿Tu novia no te dijo nada? No tengo mucha información acerca de esa mudanza porque soy una mujer de mi casa y no me gusta llevar la vida de los demás, aparte de que ellos eran muy reservados; mas sí escuché que el vecino encontró un trabajo en el interior del país y ayer entregaron la casa y se fueron. Pero qué raro que la Dani no se despidió de ti; recuerdo que la acompañabas todos los días y la dejabas en la puerta de la casa después de la escuela.

«No es chismosa, pero está muy enterada», pensó él.

—¿Quiere decir que ellos se mudaron ayer y ni siquiera viven en esta ciudad?

Ella asintió.

En ese momento, Franco sintió como si le desgarraran el corazón. Entonces recordó la prisa y la tristeza que expresaba su amiga el día anterior.

—No puede ser... —balbuceó mientras las lágrimas le mojaban las mejillas. Él, sin decir nada más, corrió lejos de allí con el corazón acelerado, ignorando los llamados de la señora. Es que no lo podía creer ni aceptar que la había perdido. Daniela se había ido y él no tenía ni la más mínima idea de a dónde.

Corrió sin detenerse y sin importarle que estaba llorando, tampoco las miradas curiosas de parte de las personas en la calle.

Corría como manera de escape al dolor y el vacío que enfrentar la realidad le provocaba. Después de un largo rato, se sorprendió al ver el mar frente a él y fue cuando entendió que había corrido mucho y que se encontraba lejos de su vecindario.

Con los regalos abrazados a su cuerpo miró las olas que se estrellaban contra las rocas en los límites de aquel malecón. Su ropa estaba mojada del sudor y el pecho le subía y bajaba, gracias al ejercicio. Se mordió el labio inferior al sentirse la persona más estúpida del planeta.

—Solo era corresponderte ese beso y decirte que yo te quería. Solo era dejar de cerrarme y no empezar un malentendido que te alejó por completo de mí. Solo se trataba de ser sincero y aceptar que ya no sentía lo mismo por Erika. ¿Por qué me dejé llevar por los celos y te dije que ella era mi novia? ¿Por qué no dejé a los clientes tirados para confesarte cuánto te quiero? ¿Por qué tuve que ser tan imbécil?

Dejó caer los regalos y se sostuvo el rostro con las manos, después de sacar su frustración con gotas de dolor, miró al cielo que se estaba oscureciendo y suspiró resignado.

—Daniela, mi bella ratona, nunca cociné para ti y, al parecer, nunca sucederá.
 




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