Penurias

Capítulo 11

Volveré junto a ti a pesar de mi orgullo
volveré porque sé que no puedo elegir
recordando ahora días de otra latitud
frecuentando sitios donde tu estarás
repitiendo gestos y palabras que perdimos
volveré junto a ti como cuando me fui

Tu dime si estás, dispuesto a intentar
de nuevo conmigo, un largo camino
si aún eres tu, si ahora soy yo
como una canción sincera y nueva
tu dime si estás, si puedo encontrar
nuestro pasado en tu mirar

Volveré junto a ti, pues te quise y te quiero

volveré junto a ti, para siempre hasta el fin
volveré, porque de ti queda parte en mi

Volveré junto a ti, Laura Pausini

Cabizbajo, con la angustia consumiéndole el pecho y el miedo de la incertidumbre sofocándole, Franco caminaba por las calles en busca de algún trabajo que hacer

Cabizbajo, con la angustia consumiéndole el pecho y el miedo de la incertidumbre sofocándole, Franco caminaba por las calles en busca de algún trabajo que hacer.

Ya se había quitado el traje en un mall y puesto la ropa sencilla, que le serviría para hacer cualquier tarea que le apareciera sin miedo a dañarla.

Se detuvo frente a una pollera y se puso a ayudar al dueño a deshacerse de los desperdicios de los pollos que limpiaban; allí le dieron un pequeño pago por su trabajo, pero aquella miseria no le serviría de mucho.

—Yo le ayudo, señor. —Se apresuró a tomar las bolsas de basura a un hombre mayor, quien lo miró con recelo ante su insistencia.

—No tengo más que unas cuantas monedas —se apresuró a advertirle con lástima.

—No se preocupe, lo que tenga está bien —respondió con ojos llorosos ante lo bajo que había caído.

El señor le entregó las monedas y lo miró con el ceño fruncido.

—Eres un muchacho joven y hasta buenmozo, ponte a estudiar y deja de estar en vicios; no destruyas tu futuro, mijo.

Franco se quedó helado ante la asunción del hombre y las ganas de llorar se tornaron insoportables.

—No soy un vicioso, solo soy un padre que quiere alimentar a su hija y a quien nadie contrata. He tocado tantas puertas, pero ningunas me son abiertas —Hipeó. Se frotó la nariz con vergüenza mientras trataba de no llorar, no quería hacer ese oso delante de todas esas personas.

El desconocido lo miró con pesar y le dio una palmada en el hombro.

—Lleva eso y regresa, muchacho —comandó. Franco asintió a su pedido y se apresuró a cumplir con la tarea, al regresar, encontró al hombre en el mismo lugar—. Ven conmigo.

Franco lo siguió por todo un callejón que los condujo a otra calle que no estaba pavimentada. El hombre se detuvo frente a la entrada de una casa de madera, que se encontraba rodeada por un pequeño terreno. La casita estaba pintada de azul y lucía pulcra y bonita, del mismo modo, el patio lucía impecable.

—Mujer, dale de comer al muchacho —le pidió a una señora que salió a curiosear. Ella asintió con una sonrisa y condujo a Franco a una mecedora que había al frente de la casa.

Después de que este la esperó por varios minutos, la señora salió con una bandeja llena de alimentos bien elaborados, zumo de frutas y café. Como reacción a tan generoso gesto, a Franco se le salieron las lágrimas, al tener tan buen desayuno frente a él; sin embargo, se sintió culpable al no poder compartirlo con su niña.

—¿Puedo llevarme la mitad? —pidió avergonzado.

La mujer lo miró conmovida y le sonrió.

—Cómetelo todo, que te sacaré más aparte —le dijo con amabilidad.

—Muchas gracias —respondió con la voz temblorosa.

Franco comió como tenía mucho que no lo hacía; mientras tanto, el señor recogía de los frutos y tubérculos que tenía sembrado en su patio. Cuando terminó, se acercó a Franco y lo miró con pena.

—No tengo dinero ni conozco a personas influyentes, pero puedo hablar con mi hijo para que lleve tu currículo a donde él trabaja. ¿Cuándo me puedes traer uno?

Franco agrandó los ojos al escuchar al señor, que en ese momento le pareció ser un ángel.

—¡Ahora mismo! Traigo varios conmigo —dicho esto, él abrió una bolsa negra que tenía enganchada encima, donde llevaba su traje y una mochila vieja. Descubrió una carpeta que guardaba varios documentos dentro y le pasó la hoja de vida al señor frente a él.

—Perfecto, muchacho; hoy mismo se lo daré a mi hijo.

—Muchas gracias, señor —agradeció entre lágrimas.

Ellos le dieron comida preparada para llevar, asimismo, lo proveyeron de vegetales, frutas y víveres que el hombre recogió en el patio. Aquel día Franco regresó a casa temprano y con el ánimo renovado. Le rogaba a Dios con todo su corazón que lo llamaran de aquel trabajo y así poder llevar una vida normal.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.