Penurias

Capítulo 13

Yo he visto el dolor acercarse a mí
Causarme heridas, golpearme así
Y hasta llegue a preguntarme, donde estabas tu
He hecho preguntas en mi aflicción
Buscando respuestas sin contestación
Y hasta dude por instantes, de tu compasión
Y aprendí, que en la vida todo tiene un sentido
Y descubrí que todo obra para bien

Y que al final será
Mucho mejor lo que vendrá
Es parte de un propósito
Y todo bien saldrá
Siempre has estado aquí
Tu palabra no ha fallado
Y nunca me has dejado
Descansa mi confianza sobre ti

Al final, Lilly Goodman

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«Ummm... Parece que un ratoncito mordió este lápiz».

Daniela se despertó con esa frase en la cabeza y con el corazón latiéndole frenético. Volver a vivir el primer día que él le habló, en sus sueños, se sintió como si el tiempo no hubiera transcurrido. Rememoró todas las veces que suspiró por él en secreto y su manera tonta de admirarlo a distancia, puesto que este nunca reparó en su existencia hasta ese día.

Recordó que él le dijo que, la razón para no abordarla era porque le tenía vergüenza y temor, cosa que a ella le fue difícil de creer, pero que la hizo sentir especial. Para Daniela, él era ese príncipe apuesto que vino al rescate de la damisela solitaria y rechazada; su primer amor y su primer beso.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras ella recordaba su amistad con él, su fallido intento de conquistarlo y ese beso intenso que se dieron la última vez que ella lo vio.

—¿Por qué me besaste aquel día, Franco? —se preguntó con curiosidad—. No creo que eso importe ahora. Somos adultos y tú ya hiciste tu vida con otra mujer; supongo que ya no queda nada de ese adolescente coqueto y dulce que se robó mi corazón —Se frotó la nariz debido al ardor—. Creí que estabas soltero porque solo encontré tu nombre en los documentos de Ashley. Quizás no estés con la madre de la niña o puede que ella no se encargue de los asuntos educativos de su hija —decía para sí mientras su mente recreaba varias situaciones y razones, para que la madre no figurara en los datos que le entregaron.

Esbozó un suspiro cargado de frustración y cerró los ojos para tratar de conciliar el sueño. Se sentía tonta al tener esa tristeza clavada en el pecho, acompañada por las ansias de que fuera el día siguiente, para poder ver de nuevo a su viejo amor.

—Franco, ¿qué te sucedió para que tu mirada luzca derrotada? —balbuceó soñolienta y pronto se quedó dormida.

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«Ella es tan hermosa», pensó él mientras meditaba acostado en su cama.

Sonrió cuando los recuerdos lo visitaron y, por primera vez en varios años, las imágenes del pasado se presentaban claras en su mente. Olores y sonidos, que creyó olvidados, le inundaron los sentidos y las ganas de llorar se tornaron insoportables.

—Es increíble que nunca te olvidé, ratona. Besaba a otra mujer, le hacía el amor y fingía que todo estaba bien entre nosotros, solo porque mi hija se merecía contar con una familia. Sin embargo, en mi mente siempre estuviste tú. Ahora sé que él verdadero amor existe y fue lo que sentí por ti.

Miró al techo que, amenazaba con caerse en cualquier momento, y se sintió peor. Y, al observar con detenimiento la ratonera donde tenía viviendo a su niña, la autocompasión y la sensación de derrota le echaban en cara que su situación era asqueante y asfixiante, al no tener una solución a sus problemas ni a la miseria que le impedía tener una vida digna; por lo que deseaba a toda costa salir corriendo y olvidarse de todas sus cargas, asimismo, cerrar los ojos hasta que dejara de doler.

—Papi. —El llamado de su hija lo trajo de vuelta a la realidad. Lo embargó un sentimiento de culpa horrible y se percibió como el peor padre del mundo.

—¿No puedes dormir, mi amor? —preguntó con voz suave.

—Tuve una peshadillilla —respondió con ojitos llorones.

—Ven aquí, mi pequeña —ignoró la mala pronunciación de la niña y decidió que no era un buen momento para corregirla, así que decantó en extenderle los brazos con expresión comprensiva. Con el alivio recorriendo su ser, la pequeña se subió en la cama y se refugió en el calor de su padre.




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