Penurias

Capítulo 15

No ganas al intentar el olvidarme

Durante mucho tiempo en tu vida yo voy a vivir

Detalles tan pequeños de los dos

Son cosas muy grandes para olvidar

Y a toda hora van a estar presentes, ya lo veras

Roberto carlos, Detalles

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Franco se dirigió a la sucursal que le indicaron para empezar a laborar de inmediato. Allí le dieron las instrucciones y un uniforme, entonces se puso a hacer su trabajo de manera activa. Ni siquiera fue a almorzar, puesto que se pasó todo el tiempo aprovechando a los clientes que iban y venían.

Él no se conformaba solo con empacar los productos, también llevaba el carrito hasta el estacionamiento, ayudaba a las señoras con los niños si iban muy cargadas; cuando había un desorden se apresuraba en avisar a los trabajadores de mantenimiento; en fin, se ofrecía para cualquier necesidad, incluso bajar los artículos que se encontraban en las partes altas para los clientes.

Esto último era responsabilidad de un grupo de trabajadores en específico, pero estos se la pasaban conversando y, cuando se les llamaba para que cumpliesen con su labor, mucho de ellos se tardaban bastante y hasta hacían el trabajo de mala gana.

Franco, en cambio, siempre lucía una sonrisa amable a todos, asimismo, mostraba disposición para ayudar.

—¿Viste al nuevo empacador? —le preguntó una cajera a su compañera mientras calentaban la comida en su hora de almuerzo.

—¿Te refieres al rubio que se la ha pasado de aquí para allá todo el día?

—Ese mismo. ¡Qué hombre que está bueno! Con ese cuerpazo que se gasta, ganaría mucho dinero haciendo stripper o como modelo. De verdad no sé qué hace empacando. —La mujer hizo una mueca.

—¡Quién sabe! Tal vez es loco o tiene algún defecto debajo de la ropa. O quizás es muy moralista y hasta religioso. ¿No viste que a ninguna nos piropeó ni coqueteó? Eso es raro, ya que casi todos los hombres que trabajan aquí son unos frescos.

—A mí me parece lindo. Y que sea respetuoso y educado le da más puntos.

—Pero no tiene biyuyos y eso le quita la bonitura, linda —replicó su colega con gestos despectivos.

—Yo a un hombre así lo mantengo y hasta le paro diez muchachos —dijo y se saboreó la boca—. Así arreglo la genética de la familia, ya que todos somos feos.

Ambas mujeres estallaron en carcajadas y continuaron su charla. Por otro lado, Franco miró la hora y se percató de que ya marcaba las tres de la tarde, por lo que pronto tendría que ir por la niña. Se dirigió al baño para cambiarse de ropa y contó el dinero que había hecho.

—Esto es maravilloso —dijo para sí con ojos cristalizados.

Le había ido bastante bien en su primer día, por lo tanto, podía darse el lujo de almorzar decente. Es por esto, que se dirigió a la cafetería del supermercado y se compró una comida, que incluyó ensalada, jugo y hasta un postre.

Mientras comía, hacía cálculos mentales acerca de cuánto tiempo trabajaría a diario, ya que él podía ir el día entero si así quisiese.

«Le pagaré a la vecina para que busque a Ashley y se quede con ella hasta que yo regrese», pensó. Estaba dispuesto a irse temprano en la mañana y regresar a casa en la noche, con tal de hacer suficiente dinero para mejorar su situación.

Después de comer rápido, se apresuró a buscar a la niña. En el camino, vio una panadería y se detuvo para comprar pan fresco, mas allí visualizó unas rosquillas espolvoreadas con azúcar, que le hizo recordar su adolescencia.

Una de las tantas tardes en la que caminaba junto a Daniela después de clases, vieron a un hombre vendiendo de aquella delicia en la calle.

«Ay, se ven que están suaves y esponjosas», escuchó la voz de una Daniela de diecisiete años en su cabeza.

«¿Quieres una?», le había respondido él.

«No tengo dinero...»

Franco se frotó la nariz al recordar sus ojos avellanados y la manera triste en que miraban hacia las rosquillas.

«Deme dos», volvió a escuchar en su pensamiento.

Así era la mayoría del tiempo, ella trataba de reprimir su deseo de algún antojo, pero este se lo saciaba, ya que la familia de Daniela estaba atravesando por una situación precaria en aquel entonces.

—¿Me daría cinco rosquillas de esas, por favor? —pidió al panadero—. Dos de ellas la pone aparte.

Después de haber comprado, Franco se dirigió en dirección a la escuela. Quizás no vería a Daniela, ya que era raro que las maestras salieran junto a los niños, puesto que debían quedarse adentro hasta que todos fueran entregados. Pese a que deseaba verla y escuchar su voz, prefería dejarle aquel presente con alguien más, debido a que todavía no se sentía cómodo delante ella.




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