I am here
You don't have to worry
I can see
I can see your tears
Your tears
I'll be there in a hurry when you call
Yes I will
Friends are there to catch you when you fall
Here's my shoulder
Here's my shoulder, you can lean on me
Lean on me, Kirk Franklin
Daniela trabajaba con cada niño en el salón por turnos, para poder dedicarles tiempo exclusivo a todos. Aquello era una tarea difícil, debido a que en el aula había casi cuarenta alumnos.
Era la primera vez que ella impartía docencia en una institución pública, por lo que apenas se estaba adaptando a las irregularidades de la escuela, las carencias de materiales y el tener que enseñar a tantos niños al mismo tiempo.
—Si tengo cinco bolitas y tú me quitas dos, ¿cuántas me quedan? —le preguntó a Ashley mientras ponía cinco pelotas pequeñas, en la mesa donde estaba sentada la niña.
—Tresss... —arrastró la palabra. Daniela se quedó viéndola con el ceño fruncido, debido a que la piel le lucía rojiza y sus ojitos estaban adormilados.
—¿Te sientes bien, pollita? —inquirió preocupada.
—Tengo sueño. —Bostezó. Daniela le puso la mano en la frente y notó que su piel estaba caliente. Deprisa, se dirigió a su escritorio y buscó un termómetro para medirle la temperatura.
Después de unos minutos, ella lo tomó en su mano para revisar el resultado, entonces se asustó al descubrir que la niña tenía una fiebre muy alta.
—Mi amor, ven conmigo. —La agarró por las manos y, cuando logró ponerla de pies, la cargó entre sus brazos.
Puesto que no podía dejar a los niños solos por mucho tiempo, le dijo a la maestra del aula vecina que les echara un ojo, luego se apresuró hacia la oficina de la directora.
—Esta niña tiene una fiebre de treinta y nueve grados —informó alarmada.
—Llévela al baño y échele agua, vamos a llamar al papá —respondió la directora, y mandó a buscar a una de las maestras de las que tenían hora libre, para que cubriera a Daniela.
Ella, por su parte, llevó a la niña al primer baño que encontró y le quitó el uniforme, entonces empezó a echarle agua desde la cabeza. La volvió a vestir y la regresó a la dirección, en donde le dieron un antipirético para bajarle la fiebre.
Franco entró desesperado a la escuela y con los nervios de punta. Temía tanto por su pequeña. Ashley era una niña sana y llena de energía, así que las pocas veces que se enfermaba, él se ponía muy nervioso.
«Por lo menos no me fue tan mal en la mañana, así podré cubrir los gastos de los medicamentos», pensó mientras hacía cálculos mentales.
—Hola, vine por la niña —saludó en la dirección.
—Sí, está con la profesora en el aula —le informó la asistente de la directora.
Franco se apresuró hacia allá, donde encontró a Daniela con la niña acurrucada entre sus brazos, mientras que otra maestra preparaba a los demás alumnos para salir.
—¡Ashley! —Se acercó a ellas con angustia, luego le quitó la niña a Daniela para cargarla él.
—Hola, papi —musitó con voz débil.
—¿Cómo te sientes, mi princesa? —preguntó con dulzura.
—Estoy cansada. Vamos para la casa, por favor —pidió con ojos llorosos.
—Debo llevarte al médico, mi amor; aún estás caliente —respondió mientras le revisaba la temperatura con la mano.
—No quiero. El médico es malo porque me pincha —chilló asustada.
—Solo es a revisarte, princesa. Tu papi no te dejará solita, mi amor —dijo para calmarla y la besó en la frente. Al instante, sintió la calentura en sus labios y el miedo lo abordó.