Penurias

Capítulo 19

Daniela se encargó de hacer todos los trámites en la caja, mientras que Franco acompañaba a su niña en la sala de emergencia y estaba pendiente de todo lo que le hacían.

Se sorprendió de la manera tan profesional en que los trataban y de lo amable que fueron con ellos, a diferencia del primer hospital al que se dirigieron.

—Parece que esa princesa se durmió —comentó Daniela, quien se acercó a él y le acarició el hombro.

—Sí. Así dormida parece un angelito. —Franco río divertido.

—Pero ¡si eso es! —exclamó Daniela con una sonrisa que le provocó fuertes latidos a él—. ¿Qué te han dicho?

—Al parecer tiene una infección en la garganta, por eso le estaba dando toda esa fiebre. El doctor me dijo que mientras tenga la infección le dará calentura, es por esto que le pusieron antibióticos y me dieron una receta para seguir tratándola en casa.

Franco suspiró.

—Déjame verla —pidió ella mientras le extendía la mano. Él se la pasó y enfocó su atención en la niña, que al parecer se estaba despertando—. Vuelvo en un momento —avisó antes de salir.

—Papi... —balbuceó la pequeña—. ¿Me estoy muriendo?

—No, mi amor. —Franco sintió una sensación fea en su pecho ante esas palabras—. Solo estás enfermita, pero ya te estamos sanando para que te sientas bien.

—Ah... —Miró a su alrededor y frunció el ceño—. ¿Dónde está la profe Dani?

—Salió un rato, princesa.

—Ella me gusta, papi. La profe te quiere mucho, ¿tú la quieres a ella? —preguntó la niña un poco adormecida.

—Sí, yo la quiero mucho. Daniela es una linda persona —respondió con una sonrisa de enamorado, que no pasó desapercibida por su hija.

—Si ella te pide que seas su novio y nos lleva a vivir a su casa, ¿aceptarías?

Franco se quedó callado ante esa rara pregunta y miró a su niña con pesar. Quizás su insistencia se debía a que ella veía en Daniela, una seguridad que él no le podía transmitir.

Tal vez su niña se sentía más protegida por una persona que podía suplirle todas sus necesidades, a diferencia de él. En ese momento, se sintió poca cosa e incapaz de hacer feliz a su pequeña.

—Vamos a revisarle la temperatura para ver si le firmamos la de alta —dijo la enfermera, quien se apareció con un termómetro en la mano.

Después de que verificaron que la niña no tenía fiebre, los despacharon a casa.

—¿Tienes hambre, Ashley? —le preguntó Daniela.

—Un poquito —respondió mientras se acurrucaba en el pecho de Franco.

—Los invito a cenar —se ofreció ella emotiva.

—No tienes que molestarte más de lo que ya has hecho, Daniela —replicó Franco avergonzado.

—Para mí no es ninguna molestia. De todas formas, tengo que cenar y no quiero hacerlo sola. Si quieren podemos ir a mi apartamento y yo les preparo algo rico; es que la niña debe inferir un alimento saludable, por eso quiero cocinarle yo misma.

»Les prepararé una deliciosa sopa de pollo y luego comeremos mucho helado para que Ashley se sienta mejor. ¿Qué les parece?

Daniela miró a ambos a la expectativa. Por su parte, Franco lucía vacilante, pero las insistencias de su hija lo hicieron aceptar la invitación.

—¡Qué emoción! Por fin cocinaré para alguien más, aparte de mí. Ah, pero si tú eres el experto en la cocina. Te usaré para que me ayudes, Franco —espetó entusiasmada.

Franco sonrió al verla tan feliz y, de alguna manera, su reacción lo hacía sentir especial y aceptado, pese a que en esos días se había sentido un inservible sin ningún valor.

 

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No tardaron mucho tiempo en llegar a un vecindario moderno, lujoso y muy limpio. Allí no se escuchaba ningún tipo de ruido, no había personas en las calles vociferando obscenidades ni perros sarnosos en cada esquina.

 En conclusión, no era un barrio marginal como el vecindario en donde vivía Franco con su niña.

Entraron a un complejo de apartamentos y Daniela parqueó su vehículo en el estacionamiento que le tocaba. Después de saludar al guardia de seguridad, se dirigieron hacia los ascensores donde ella seleccionó el séptimo piso.

—Papi, la profe es rica —espetó Ashley con la boca bien abierta, debido al asombro.

Daniela estalló en una sonora carcajada, mientras que Franco fingió una sonrisa, para disimular la vergüenza que sintió en ese momento.

Después de que llegaron a su destino, tanto Franco como Ashley admiraban los pasillos decorados con plantas ornamentales y cuadros caros, en completo ensimismamiento y ojitos maravillados.




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