Cuando tú estás conmigo
Es cuando yo digo
Que valió la pena todo, todo
Lo que yo he sufrido
No sé si es un sueño aún
O es una realidad
Pero cuando estoy contigo es cuando digo
Que este amor que siento
Es porque tú lo has merecido
Con decirte, amor, que otra vez he amanecido
Llorando de felicidad
A tu lado yo siento que estoy viviendo
Nada es como ayer
Abrázame que el tiempo pasa y él nunca perdona
Ha hecho estragos en mi gente como en mi persona
Abrázame que el tiempo es malo y muy cruel amigo
Abrázame que el tiempo es oro si tú estás conmigo
Abrázame fuerte, muy fuerte, más fuerte que nunca
Siempre abrázame
Abrázame fuerte, Juan Gabriel
Tan cerca de ella, de manera que podía inhalar su fresco aliento, sintió como si los años no hubiesen transcurrido. Las imágenes de aquel beso inocente que, se tornó en uno pasional y que le erizó todos los vellos del cuerpo, regresaron a él para recordarle que era un hombre con pasiones carnales y deseos inhibidos.
Porque sí, había reprimido esa parte de él o, más bien, las circunstancias se encargaron de que se olvidara de sí mismo para poder sobrevivir junto a su hija, en un mundo que se tornó en su contra desde aquel día en el que falló el salto que lo llevaría al éxito.
Ella, por su parte, temblaba por la anticipación de sentir los labios sensuales de él sobre los suyos, como aquella última vez, donde aprendió a besar.
A un roce de tirar los miedos y complejos a la borda, ellos abrieron sus bocas para unirlas; sin embargo, los pasos rápidos de la niña los hizo separarse con gran espanto.
—¿Qué hacen? —preguntó ella con recelo mientras los observaba con cara seria.
—N-Nada —tartamudeó Franco, quien se había apartado de Daniela en un santiamén.
—Estamos buscando los utensilios para preparar la cena —respondió Daniela con nerviosismo, al tiempo en que buscaba en la cocina con torpeza.
—Papi, no quiero estar sola. —Ashley se apresuró en dirección a él, luego lo abrazó por las piernas, como si lo reclamara suyo.
Daniela tragó pesado al notar la mirada fiera de la pequeña, quien la observaba con el ceño fruncido y expresión recelosa. De inmediato entendió su enfrentamiento visual y el mensaje que aquel abrazo le enviaba.
Por supuesto, Daniela nunca lucharía en contra de la pequeña con la que tanto se había encariñado, como tampoco pretendía robarle el amor y atención de su padre.
—Ve con ella, Franco, yo termino aquí —sugirió con tristeza y miedo de que la niña la viera como a una intrusa.
—Bien... —Franco arrastró la palabra sin quitarle la mirada frustrada de encima a Daniela. Tenía tantas ganas de besarla—. Disculpa; Ashley se pone caprichosa a veces —se excusó con un resoplido.
Daniela empezó a reír divertida ante la presión que le hizo la niña en la pierna, como si temiera que este se le fuera de al lado.
—No te preocupes; solo es una sopa, creo que sobreviviré. Tú acompaña a la princesa bella para que no esté solita —le animó.
Franco asintió con la cabeza y cargó a la pequeña entre sus brazos, entonces se dirigió con ella encima de regreso al cine. Una vez allí, él la puso en el sofá y se colocó a su lado un poco decepcionado.
—¿Qué estabas haciendo con la profe? ¿Acaso la ibas a besar? Me dejaste sola para hacer cosas feas con ella. —Lo enfrentó con reclamo.
—A mí me respetas, Ashley. Qué no se te olvide que soy tu papá y que debes hablarme como tal.
—Eres mi papá; por eso debes cuidarme y no dejarme sola, para ir a darte besitos con la profe. Ni siquiera son novios. —Ella se cruzó de brazos e hizo un puchero.
—No me estaba dando "besitos" con Daniela. Además, ¿no era eso lo que querías? ¿Cómo es que me reclamas algo que tú misma incitaste?