Penurias

Capítulo 24

Regálame tu risa
Enséñame a soñar
Con solo una caricia
Me pierdo en este mar

Regálame tu estrella
La que ilumina esta noche
Llena de paz y de armonía
Y te entregaré mi vida

Haces que mi cielo vuelva a tener ese azul
Pintas de colores mi mañana, solo tú
Navego entre las olas de tu voz y

Tú, y tú, y tú
Y solamente tú
Haces que mi alma se despierte con tu luz
Tú, y tú, y tú

 

Pablo Alborán, Solamente tú

El dolor le traspasó el corazón y el amargor de la decepción le inundó el paladar

Franco no daba crédito a lo que estaba sucediendo; sin embargo, no perdería la oportunidad de saborear los bellos labios de su amiga, aunque aquello no fuera real.

La textura suave y humectada con el sabor a chocolate del labial, lo hizo flotar en el aire por el deleite. Había pasado tanto tiempo desde que se besó con alguien, que ya no recordaba lo bien que se sentía.

Aunque, a decir verdad, ninguna de las bocas que saboreó en el pasado podría compararse con los labios gruesos, dulces y habilidosos de Daniela. No solo por la delicia de aquel beso pausado, pero intenso al mismo tiempo, también por todas las emociones que este le despertaba.

El sonido de labios en movimiento, le puso la piel de gallina y un escalofrío aterrador, pero placentero a la vez, le recorrió el cuerpo, mientras que su corazón saltaba con frenesí dentro de su pecho.

—Ahora lo recuerdo... —susurró ella sobre los labios de él—. Mi primer beso. Fue tan delicioso, pero único, que me he sentido frustrada al no encontrar su sabor y efecto en nadie más. Me gustas tanto que siento que me explotará el pecho por la emoción. —Ella lo volvió a besar.

Esta vez, Franco la sostuvo por la nuca y le atacó la boca con una pasión abrumadora, que encendió una llama de deseo dentro de ella, que no era conveniente en ese momento, debido a que Ashley dormía allí y las separaciones de la casa no daba lugar a la privacidad.

Pese a que sabía que debía controlarse, no pudo detener a sus manos traviesas, cuyas palmas y dedos recorrerían la piel firme y elástica de la ancha espalda de Franco. Le encantaba sentir la dureza de los músculos masculinos, haciendo contraste con la suavidad de su piel.

No entendía cómo él se mantenía en tan buena forma, si ya no practicaba el atletismo.

«Te quiero llevar a mi apartamento y comerte despacio, bombón», pensó las palabras que jamás se atrevería a pronunciar.

—Esto está muy rico, pero ya debes irte —dijo Franco, después de que rompió el contacto de labios—. Este vecindario es muy peligroso y por aquí nadie te conoce. Me iría contigo hasta la carretera principal, pero no puedo dejar a la niña sola.

—Lo entiendo, no te preocupes. —Le acarició el rostro mientras le regalaba una sonrisa de enamorada. Le conmovía mucho que se preocupara por su bienestar—. Pero antes, debo darte algo... —Se paró del mueble y fue por su bolso, de allí sacó una caja blanca con ilustraciones de teléfono.

—¿Qué es esto, Daniela? —cuestionó él, al notar el caro regalo que ella le estaba dando—. No puedo aceptarlo, es muy costoso.

—Vamos, Franco, no empecemos —reclamó ceñuda.

—No lo entiendes, ni siquiera podría salir de la casa con él; eso sería un atraco seguro.

—Odio que vivas en este lugar —espetó ella con decepción en sus facciones—. No me gusta a lo que está expuesta Ashley en este vecindario.

—Si eso eres tú, imagínate cómo me siento yo. —Esbozó un suspiro—. Pero no tengo opción.

—Ven a vivir conmigo, Franco —propuso sin pensar.

Franco, por su parte, agrandó los ojos de manera exagerada y se sonrojó. ¿Vivir con ella? Eso sonaba muy tentador, en especial porque tendría la libertad de cumplir todas las fantasías eróticas que tenía con Daniela; no obstante, aquello era una locura.

—No te emociones, Ratona; ¿no crees que vamos muy rápido? —bromeó entre risas para disimular la tensión.

Ella, en cambio, se cubrió la cara avergonzada, puesto que en ningún momento pensó en aquello; sin embargo, su alusión provocó que varias imágenes excitantes afloraran en su mente.

«¿Qué se sentiría tener a Franco en mi cama?», jugó con sus pensamientos y el sonrojo se le extendió por todo el rostro.

—Te has puesto roja —espetó él entre carcajadas divertidas.

—Eres un atrevido —replica ella con el ceño fruncido—. En ningún momento me referí a... eso...

Franco se relamió los labios al imaginársela entre sus brazos, entonces se preguntó cómo hubiese sido su vida, si en vez de tener relaciones con Erika le hubiera entregado su primera vez a Daniela.




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