Penurias

Capítulo 25

Daniela se quedó helada en su lugar al escucharlo, en un trance, donde los latidos rápidos e intensos de su corazón estallaron en su oído de manera tortuosa.

Sus ojos avellanedos se encontraban enfocados en el rostro nervioso y sonrojado de él, pero ella no se sentía capaz de contestarle porque el cuerpo no le respondía.

Le fue inevitable viajar al pasado y sentir la frustración de la Daniela adolescente, quien nunca escuchó esa pregunta con la que tanto soñó, pero que, en ese momento, casi siete años adelante, se volvía una realidad.

—Dime algo, por favor —imploró Franco con voz trémula y los nervios de punta. Por un leve momento, se arrepintió de haberle pedido aquello y la vergüenza se tornó insoportable.

Por su parte, Daniela se aclaró la garganta y tragó saliva, puesto que la resequedad le era impedimento para articular las palabras que él necesitaba escuchar.

—¿No estoy soñando, Franco? ¿De verdad me estás pidiendo que sea tu novia? —Las lágrimas le nublaron la vista.

—Sí, si quieres, por supuesto. —Suspiró nervioso—. Si no quieres está bien, podemos ser amigos...

—Seremos amigos... —lo interrumpió. Franco sintió un dolor intenso en el pecho, pero se limitó a asentir con la cabeza, puesto que el habla no le salió—. Los mejores amigos —continuó ella—, pero también novios, amantes, compañeros y todo lo que estés dispuesto a compartir conmigo, amor de mi vida —concluyó con una sonrisa y las lágrimas de emoción brotaron de sus orbes de color exótico.

Franco, en cambio, la miró a los ojos con los suyos bien abiertos y se relamió los labios. Una sonrisa de felicidad y alivio se le dibujó en la cara, entonces él le sostuvo las manos a Daniela y empezó a besárselas para celebrar su alegría.

Ella estalló en unas sonoras carcajadas y se le lanzó encima para abrazarlo fuerte, con un apretón que expresaba lo mucho que lo quería.

«¿Será que la vida me está empezando a sonreír?», pensó él, al sentirse el hombre más dichoso del mundo.

—Mi ratona, gracias por aceptarme con todas mis carencias. Te prometo que voy a trabajar muy duro para salir de esta situación de miseria y que me convertiré en ese hombre que tú te mereces. Muchas gracias por la oportunidad que me estás dando, mi amor.

Daniela se sonrojó por el efecto cálido que las palabras "mi amor" le provocaron, entonces le sostuvo el rostro con las dos manos y lo miró a los ojos.

—¿Me agradeces porque quiero ser tu novia? No tienes que hacerlo, dado que no es ningún favor. Yo de verdad te quiero, Franco.

»Y no te preocupes por tu situación económica, para eso somos un equipo, así que ambos trabajaremos duro para poder tener una buena calidad de vida. Solo te pido que me permitas ayudarte.

—Eres la mejor mujer del universo, Ratona —dijo conmovido y la besó en la boca.

Empezó con un beso lento, suave y delicado, dándose la tarea de disfrutar de esos labios llenos que se estaban convirtiendo en su adicción; sin embargo, al cabo de unos minutos, sus movimientos se tornaron pasionales y su lengua empezó a hurgar dentro de la boca de Daniela, quien le siguió el juego gustosa.

—Franco... —balbuceó excitada mientras lo miraba a los ojos.

—Me encantas, Ratona —expresó antes de atacarle el cuello.

La respiración se le tornó irregular a Daniela, como reacción a las deliciosas y atrevidas lamidas que él le daba a la piel sensible, quien tampoco soportó la tentación de succionar y morder. Sus manos empezaron a bajar y se instalaron sobre los pechos de Daniela, entonces los frotó con delicadeza, como si temiera romperlos.

«¿Esto está pasando? ¿Con Franco?», pensó ella emocionada, y muy dispuesta a encarnar sus sueños y fantasías.

Todavía le parecía irreal que se tratara de él, de su Franco.

—Creo que debo irme —espetó este de repente, rompiendo el encanto de aquel placentero momento.

—¿Qué? —jadeó Daniela con incredulidad, implorando en sus adentros que se tratara de una broma.

—Debo irme, mi ratona. —Él le rozó las mejillas con los dedos.

Franco le dio un beso casto en los labios mientras le acariciaba el cabello, como manera de despedirse.

»Por favor, cuídate. Te llamaré más tarde para saber cómo sigues.

—No quiero que te vayas —replicó con un puchero berrinchudo.

—Yo tampoco, pero tengo cosas que hacer. Solo pasé a ver cómo estabas y a prepararte la sopa. Te quiero mucho, Ratona. —Le pellizcó la nariz.

Bajo la decepcionada mirada de Daniela, Franco se levantó de la cama y se giró con rapidez, entonces se apresuró a salir de la habitación. Una vez solo en la sala, empezó a acomodarse el pantalón y esbozó un suspiro para botar la tensión, que las ganas de hacerle el amor a Daniela le dejaron.

«Debo aprender a andar con preservativos en el bolsillo», se recriminó.

Con el dolor de su alma salió de allí, lamentando el no haber ido preparado para aquello. Tenía tanto tiempo sin pensar en esos menesteres, que ya no compraba protección como solía hacerlo meses atrás; en especial, porque cada centavo que le entraba estaba destinado a las necesidades básicas de su niña; quien, para él, era su mayor prioridad.




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