Penurias

Capítulo 33

Ella es la esencia más pura, es la ausencia que abruma
Si no está junto a mí.
Ella cuando juega me calma, cuando llora me habla.
Hoy le debo mi amor.
Ella, Navidad verdadera, mi primer gran regalo,
El final de mi espera.
Y ya se cierran sus ojitos...

Nanita, nana...

A ella le debo mi amor, es mi vida un solo canto
Por las calles del mundo.
Y por muy grande que sea todo el azul del cielo
Crece en su corazón.
Nanita, nana...
Ella me recuerda a mi madre a mi madre
Cos sus gestos sinceros y sus cambios de humor.
Ella me acompaña y me escucha,
Suele siempre imitarme
Y le encanta volar.
Y ya nos vamos a otro cielo...

A ella le debo mi amor, Laura Pausini

 

 

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Daniela estaba entrando a los niños al aula, cuando notó que le faltaba todo un grupo. Ella dejó a los demás dentro del salón y salió a buscar a los chiquillos ausentes por todo el patio.

—Profe Daniela —la abordó una de las secretarias que por allí pasaba—, la conserje me dijo que hay un grupo de alumnos de primaria en el área de secundaria. Al parecer, algunos de los niños pertenecen a su aula.

»Deben ser más cuidadosas con esos alumnos. Vaya a buscarlo, antes de que la directora se entere y le llame la atención a usted y a las demás maestras.

—Muchas gracias por avisarme. Es que fui al baño por un momento y los dejé a cargo de la profe de inglés. Déjame ir a buscar a esos traviesos —se excusó, y se apresuró en dirección al área mencionada.

Por un momento se puso nerviosa, debido a que Ashley pertenecía al grupo ausente y a esa hora Franco trabajaba en esa área. Por un lado, sería un alivio que la niña se enterase de la verdad para que Franco dejara sus tontos complejos; pero, por el otro, temía a la reacción de ella, al enterarse que este le había mentido.

No, en definitiva, era mejor que no se enterara de esa manera.

Ella corrió hacia la cancha y de lejos visualizó al grupo de niños frente a Franco, quien lucía estupefacto y rígido mientras mantenía el contacto visual con su hija.

—Ay, no... —se lamentó Daniela. Ella corrió hasta donde ellos estaban y se detuvo a una distancia prudente, al notar la manera tan violenta en la que reaccionó la niña.

Ashley, por su parte, corrió en dirección a Franco y empezó a golpearlo en las piernas, que era donde sus pequeños puños podían alcanzar.

—¡Eres un mentiroso! —chilló entre lágrimas, al tiempo en que sus manos cerradas impactaban a Franco con ira—. ¡Me engañaste! ¡Me dijiste que tenías un empleo en una oficina, pero solo eres el hombre que limpia la escuela!

»¡Ahora todos se van a burlar de mí por tu culpa! ¡Eres malo! ¡Yo ya no te quiero!

—Ashley, princesa, por favor detente —rogó él con voz trémula y lágrimas en los ojos.

—¡No! ¡Eres un mentiroso! ¡Hablar mentira es feo! ¡Mentiroso! ¡No te quiero! —vociferó colérica—. ¡Yo ya no te quiero!

—¿Ven? —espetó uno de los niños que delataron a Franco—. Les dije que Ashley es pobre y una mentirosa.

En ese momento, ellos empezaron a burlarse y a reírse de la niña y de Franco.

—¡Son pobres! ¡Son pobres! ¡Mentirosos! ¡Mentirosos! —cantaban a coro.

—¡Cállense! —Ella se tapó los oídos mientras lloraba desconsolada—. ¡Déjenme en paz!

—¡Basta! ¡Mi hija no es ninguna mentirosa! —vociferó Franco alterado, al ser testigo de que su pequeña niña era víctima de acoso—. ¡Váyanse de aquí!

—¡Silencio! —intervino Daniela de forma autoritaria, como resultado, el mutismo y el estupor se adueñó del grupo—. Regresen a su aula, ¡ahora! —ordenó con voz fuerte, y ellos salieron corriendo de regreso a su área.

—Ashley, ¿estás bien? —Ella trató de acercarse, pero la niña la empujó de forma agresiva y la miró con ira.

—¡Tú también eres una mentirosa porque ni me dijiste que él me engañó! ¡Los odio a los dos! ¡Ya no quiero volver a esta escuela fea! —dicho esto, ella salió corriendo.

—¡Ashley! —gritaron los dos al mismo tiempo y corrieron detrás de ella. Franco fue quien la alcanzó y la sostuvo entre sus brazos, pero esta empezó a patalear y a sacudirse berrinchuda.

—Mi niña, por favor —rogó mientras la abrazaba fuerte—. Perdóname, por favor. Yo solo quiero lo mejor para ti y que no sufras. Sé que no debí mentir y me siento horrible por eso. Te prometo que no lo volveré a hacer, mi princesa. Mi niña, por favor perdóname.

Franco empezó a llorar. Se sentía un ser despreciable. ¿Por qué tuvo que mentirle y hacerla pasar por tal bochorno?




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