Penurias

Capítulo 37

La tensión llenó el lugar, debido al tono de voz tosco que usó Antuán. Franco empezó sospechar que él no era un pariente de Daniela, así que la molestia le aumentó al tenerlo tan cerca de él.

Le fastidiaba que aquel desconocido lo detallara de forma despectiva y por encima de los hombros, como si se sintiera superior a él.

—Es así como escuchaste. Mi nombre es Franco, el novio de Daniela —saludó con una sonrisa maliciosa, haciendo énfasis en la palabra “novio”.

Antuán miró la mano que se extendía en su dirección y formó una mueca, luego hizo de cuentas que Franco no estaba allí y enfocó su atención en Daniela, dejándole la mano extendida a su rival.

—Entonces tienes novio... —dijo él sin dar crédito aún a lo que estaba escuchando—. ¿Nosotros terminamos, o algo por el estilo?

—¿De qué estás hablando, Antuán? Nuestra relación terminó hace mucho tiempo —respondió ella con fastidio.

—Pero creí que solo necesitabas un poco de espacio para recapacitar y asumir tus errores; sin embargo, veo que has estado divirtiéndote con cualquier aparecido.

—¿Disculpa? —Fue Franco quien contestó mientras lo miraba con cara de pocos amigos.

—No estoy hablando contigo, amigo. No sé quién eres ni me interesa, pero debes saber que Daniela no es una mujer estable. Hoy te jura amor eterno, pero en unos meses te dejará tirado sin ninguna explicación. Así que disfruta mientras te dure.

—Ya basta, Antuán —intervino María—. Estamos aquí para compartir en familia, así que evitemos este tipo de enfrentamientos que no tiene ningún sentido. Ya Daniela y tú se separaron, respeta su decisión y respeta su nueva relación.

—Daniela debe madurar ya, señora María.

—En eso estoy de acuerdo con Antuán —espetó Marcio, el papá de Daniela—. Esta muchacha no es estable con ninguna relación, solo espero que esta vez haya escogido bien y que sea duradero.

Franco miró a Daniela por inercia, debido a que sintió inseguridad al escuchar al señor Castro. ¿Y si ella no lo tomaba en serio a él? No podría soportar ese sufrimiento.

Pese a que la señora María se encargó de menguar la tensión con conversaciones divertidas, bailes y fotografías, Franco se mantenía serio e incómodo, puesto que no dejaba de pensar en lo que había dicho el señor Mario.

Para él era difícil no ser pesimista, ya que se acostumbró demasiado al sufrimiento, la decepción y la pérdida. Por lo tanto, no podía evitar el doloroso sentimiento de que algo malo podría suceder ante tanta alegría en su vida.

Le daba miedo que todo le estuviera yendo bien, puesto que presentía que, en cualquier momento, algún evento doloroso vendría para arruinarle la felicidad y estabilidad que poseía junto a Daniela.

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En la mesa, todos conversaban a gusto, mientras que Franco se limitaba a sonreír de manera cortés, a asentir y a dar respuestas cortas. Daniela ya había notado su cambio de humor, pero prefería que estuvieran a solas para abordarlo.

—Mi madre me concedió la completa y autónoma dirección del colegio, así que es posible que ella se instale en el extranjero de una vez y por todas. Allí ella tiene un supermercado que es administrado por mi tío —dijo Antuán, con ese aire altanero que le fastidiaba a Franco.

No lo soportaba, en especial, cuando se dirigía a Daniela con esa confianza fuera de lugar.

—Entonces ya tomarás el control absoluto del colegio —comentó Zarai con una sonrisa cómplice.

—Así es, querida Zarai. Ahora el negocio gozará de más orden porque ya no tendré que estar convenciendo a mamá, para que apruebe mis sugerencias. Podré hacer lo que yo quiera. —Él miró a Daniela con una sonrisa socarrona—. Cariño, sabes que tienes las puertas abiertas en el colegio, es más, hasta podría ser tuyo si así lo deseas.

Franco dejó caer el tenedor de la impresión, captando la atención de todos. Como manera de disimular su disgusto, él fingió una sonrisa y se disculpó por ser un tonto, pero Daniela pudo notar su semblante sombrío.

—Deja de llamarme "cariño", Antuán —reclamó ella con firmeza—. En cuanto a tu oferta, gracias, pero no. Yo soy muy feliz donde estoy ahora, así que no me interesa tu colegio.

—¿Feliz? ¿Enseñando en una escuela pública? —cuestionó de forma despectiva y con sorna—. ¡Qué bajo has caído, Daniela! ¡Una escuela pública! Dejaste el caviar para comer sardina barata. —Miró a Franco con asco, dándole doble sentido a su frase.

—No me gusta el caviar; en realidad, se me hace insoportable hasta las náuseas. Sin embargo, la sardina me la disfruto a diferentes horas del día y, es tan rica, que nunca me canso de ella —respondió maliciosa.

—¿Seguimos hablando de la escuela y del colegio? —inquirió Ricardo, quien ya empezó a disfrutar las indirectas de esos dos.




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