Penurias

Capítulo 46

A pesar del viento fuerte
A pesar de los naufragios
A tu lado sé que estoy a salvo...

A pesar del viento fuerte
A pesar de los naufragios
A tu lado sé que estoy a salvo...

Tú me vuelves invencible
No conozco lo imposible
Si volteo y te encuentro aquí...

(Déjame vivir cerca de ti... siempre a tu lado)

A la orilla de algún beso
A la orilla de tus manos
Déjame vivir siempre a tu lado (siempre a tu lado)
A la orilla de un suspiro
A la orilla de tu abrazo
Déjame vivir siempre a tu lado, siempre a tu lado
(Siempre a tu lado)

A tu lado, RBD

***

 

Los tres adultos se mantenían en un silencio tenso, pese a que ya habían transcurrido algunos minutos.

Franco fue el primero en reaccionar y lo hizo al mirar a la pequeña niña, quien llevaba los brazos cruzados y un porte receloso y a la defensiva.

—Ashley, cuida tus modales, princesa —la reprendió, o eso intentó, ya que su tono de voz salió suave y comprensivo.

Franco sabía que su ex no era de fiar; asimismo, que su hija, pese a su corta edad, era muy intuitiva y analítica; sin embargo, le daba pesar con Érika, quien al parecer sí estaba arrepentida y quería enmendar su error.

—Yo no estoy siendo mamala educadaba, papi.

—'Maleducada', mi amor; se dice 'maleducada'.

—Eso fue lo que dije, papi —refutó con el ceño fruncido.

Franco suspiró para drenar los nervios y la tensión, entonces decidió ignorar ese detalle y guardar sus correcciones para un momento más adecuado y prudente.

—Le estás faltando el respeto a tu mamá, quien solo desea verte porque te ha extrañado mucho, mi amor —replicó sin usar un tono de voz que sonara brusco.

Ashley entrecerró los ojos con duda y luego miró a Franco como si lo juzgara.

—Papi, yo siempre quise saber quién era mi mamá, pero ahora que la veo, siento que ella es mala. Creo que he soñado con ella y en todos esos sueños tú estás llorando. Ahora recuerdo eso, papi.

Daniela miró a la niña por inercia, luego a Franco, entonces se quedó pensativa y decidió no intervenir; al fin y al cabo, ese era un asunto personal entre ellos tres.

—Mi amor, estás equivocada; yo te amo mucho, mi vida —refutó Érika con voz entrecortada.

Por un lacónico momento miró a la niña y frunció el ceño, al reparar en el porte a la defensiva y esa expresión desafiante que la pequeña mostraba. Con esa actitud y sus acusaciones, la estaba dejando mal parada frente al hombre al que intentaba reconquistar.

«Esta mocosa tiene agallas, eso de seguro lo sacó de mí», pensó molesta, al caer en cuenta de que la niña le haría el asunto difícil.

—No te creo. ¿Qué quieres? Mi papá ya está enamorado de Daniela y ellos me darán un hermanito. No permitiré que arruines a nuestra familia —interpeló Ashley con la voz quebrada y los ojos cristalizados—. Mi papi ha sufrido mucho y ahora es feliz. No quiero que él vuelva a llorar a escondidas ni que pase hambre para darme de comer a mí.

»Mi papá mentía para que yo estuviera bien. Él me decía que tenía un buen trabajo y que estaba ahorrando para regalarme una casa de las que salen en las revistas, pero yo sabía que no era así y que los ojos se le llenaban de lágrimas cuando le decían que no en los trabajos.

»Mi papi es el mejor hombre del mundo y la profe Dani la mejor mujer, ellos tienen que casarse porque son buenos y felices juntos. Así que no permitiré que me quites a mi familia.

»¡Vete, yo no te quiero! ¡Por tu culpa mi papá tenía que dejarme con la vecina! ¡Mi papi no tenía quién lo ayudara! ¡Por tu culpa los hijos de la vecina se burlaban de nosotros porque éramos pobres! ¡Eres mala! ¡Tú nos abandonaste! ¡Vete! ¡Vete!

La niña empezó a tener una crisis nerviosa y se puso violenta, golpeando con sus pequeños puños a Érika mientras le exigía que se fuera y no volviera jamás.

—Mi amor, cálmate —rogó Daniela entre lágrimas, luego la abrazó por detrás.

Franco se arrodilló frente a ella y le sostuvo el mentón, entonces le limpió las lágrimas y le susurró una canción con la esperanza de que la niña se tranquilizara.

Después de que logró que Ashley se relajara, Franco tuvo que darle un paseo junto a Daniela para distraerla. A Érika no le quedó más remedio que esperarlos allí sentada; no obstante, cuando ellos tres regresaron, Ashley se negó a compartir con su madre.

—En ese caso, nos llevaremos a la niña —concluyó él rendido.

Érika arrugó el rostro debido a la decepción. En ese momento, tuvo ganas de darle un par de nalgadas a esa chiquilla rebelde por haberle arruinado el día.

—Esto es demasiado injusto, Franco —respondió ella desesperada, dado que no quería irse sin siquiera haber logrado algún avance con su ex.

—No hay nada que yo pueda hacer, Érika. Te prometo que hablaré con Ashley y arreglaré otra salida.




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