“No existe una fuerza en el universo más fuerte que el amor de una madre.”
“Es difícil para mí hablar de mamá, principalmente porque no tengo
recuerdos junto a ella. Murió de un ataque al corazón cuando aún estaba
muy pequeña, y desde entonces, papá se mata trabajando para tratar de
llenar aquel vacío con cosas materiales; aunque para ser honesta, me
conformaría con un abrazo de su parte.
Solo tengo un par de fotos con ella porque, según papá, prefería guardar los
momentos en su memoria que en una cámara. Por suerte, accedió a tomarse
esas fotografías conmigo antes de morir, y gracias a eso, hoy puedo saber
cómo lucía: Era una mujer muy hermosa, de baja estatura, piel blanca y una
larga cabellera negra que le llegaba a la cintura. Sus penetrantes ojos azules
parecían mirar en lo más profundo de quien contemplara aquella foto, y a su
vez, reflejaban el amor que sentía hacia mí, la pequeña criatura que yacía
sonriendo con inocencia entre sus brazos.
Papá me dijo una vez que Emma, mi madre, solía acostarme en su pecho
todas las noches y arrullarme hasta que me quedaba dormida; o de lo
contrario, podía pasar horas y horas llorando a todo pulmón.
Definitivamente, era una mujer con mucha paciencia; y sé que sonará loco,
pero siento que aún cuida de mí desde donde quiera que esté.”
Cerré el diario con tristeza y acaricié su cubierta con la yema de los dedos,
llena de nostalgia.
En ese momento, mi teléfono empezó a sonar y volví al presente. Era Danny,
mi novio. Por lo que, en seguida, estiré el brazo y atendí la llamada.
—¿Qué planes tienes para hoy, cariño?
—Pasar toda la tarde leyendo, a menos que quieras venir a acompañarme
—propuse, levantándome de la cama.
—Me gusta la idea, estaré allí en un rato, te amo.
—Yo también te amo —respondí, antes de colgar.
Tan rápido como pude, corrí a tomar una ducha de agua fría; y al salir del
baño, me coloqué la mejor ropa interior que conseguí en mi armario, una
minifalda, una camiseta negra y zapatos deportivos del mismo color. Acto
seguido, peiné mi larga cabellera negra, me coloqué mi mejor perfume, y lo
esperé sentada en la cama.
Después de unos pocos minutos, escuché cómo tocaban el timbre y corrí a
abrir la puerta. Era Danny. Vestía unos jeans oscuros, una camiseta blanca,
zapatos negros y una chaqueta azul. Olía a ese perfume que tanto me
encantaba, algunos mechones de cabello castaño le caían sobre el rostro, y
traía una barba de pocos días bastante sexy.
—Disculpa la tardanza, el bus iba más lento que de costumbre —sonrió
avergonzado.
—No pasa nada, cariño —lo abracé por la cintura, y él acarició mis mejillas.
Pasamos al interior de la casa, cerrando la puerta a nuestras espaldas, y en
seguida comenzamos a besarnos con frenesí. Danny llevó sus manos a mis
caderas y me atrajo hacia él con fuerza. Enredé los dedos en su cabello, y sin
dejar de besarnos, bajé la mano a su entrepierna.
Necesitaba sentirlo en ese momento, ya no podía seguir esperando.
Le quité la chaqueta con facilidad, hice lo mismo con su camiseta, y antes de
que pudiera seguir, sentí sus labios en mi cuello. Era una sensación tan
deliciosa... Me condujo hacia el sofá tirando de mi muñeca, y ahí se encargó
de dejarme en ropa interior. Mordió mi labio inferior, y comenzó a pasar su
lengua por mi pecho.
De repente, se escuchó un golpe que provenía del interior del baño;
escuchamos algo quebrándose, y nos detuvimos en seco. ¿Qué había sido
eso?
—Espera aquí, iré a ver —indicó, separándose de mí y yendo hacia allá.
—No tardes —le hice un guiño y me senté en el sofá.
Vi cómo Danny se perdía al fondo del pasillo, abría la puerta del lavabo y
entraba en él. Segundos después, un grito de horror retumbó en mis
tímpanos y corrí en su dirección, temiendo que le hubiera pasado algo.
Sin embargo, al llegar lo descubrí riéndose a carcajadas.