Pequeña Casamentera

CAPÍTULO I

Chelsea

Camino por las calles que nada más pisan las personas con lujos, los pudientes, los ricos y gente como yo que sí o sí necesita trabajar para poder alimentar las tripas. Consigo observar el sin fin de casas en extremo hermosas y bien adoquinadas, fachadas venecianas y de arquitectura antigua, céspedes milimétricamente podados y arbustos bien cuidados. Niños a simple vista perfectos corriendo enfrente de las casas y sus nanas o niñeras yendo detrás de sus traseros con un vaso de refresco, golosinas y otras tonterías.

«¿Por qué decidí venir?» Me pregunto desde que me levanté y tomé el autobús.

***

—Despedida —gritó mi jefe luego de que intentase mandar a la otra vida a mi ex y a su novia, la bruja con la que me engañó durante años.

—Por favor —rogué, pero el viejo ya había tomado una decisión y marcha atrás no habría.

***

No debí intentar quitarle el aire al tonto de cuatro patas, no dentro del hospital, menos tratar seguir con su novia, la mujer que me volvió la otra, pero, ¿qué haría una persona a la que, al prestar su servicio en urgencias, le llega su pareja accidentado junto con la tipeja con quien la engaña? Obvio que en lugar de ayudarle a reconponerse, le obsequiaría un pasaje de ida a una mejor vida, y sin retorno, claro.

Y ese fue mi caso, por eso me encuentro aquí caminando bajo el ardiente sol, cuando mi corazón quisiera arder en los brazos de un hombre rico y extravagante que me saque de la pobreza; sin embargo, estoy en busca de un empleo, uno de niñera que encontré en el bendito periódico y promete maravillas o eso, deseo creer. Espero que me lleve lejos de la pobreza y de la inmundicia en la que me metí por querer hacerle un favor al mundo y mandar a mi ex junto a la tipeja esa a la vida en el más allá.

Mientras pienso en lo poco razonable, miserable y aburrida que es mi existencia, me doy a la tarea de atragantarme con el perro salchicha que compré antes de subir al autobús hasta esta zona de la ciudad en donde logro respirar el aroma del condenado embutido, pero parece que no soy la única, puesto que unos gruñidos arriban a mis oídos.

Me detengo y doy vuelta al percibir la furia de esos canes. Los observo por un instante y regreso la vista a mi pobre salchicha, comienzo a correr a todo dar, a lo que mis patitas que tanto amo resistan. Los horrendos tacones que tuve que usar gracias a que mi madre ha estado haciendo su “intervención maestra”—así le llama inmiscuirse en mi vida y tratar de encontrarme un buen hombre, es una anticuada, pero no hay otra como ella—, eligió, comienzan a tallar y al ser tan baratos, no me llevan a ningún lugar. Todo por culpa de esa mujer que me trajo a este mundo, que creyó que tenía una maldición y me obligó a deshacerme de todas mis cosas, ya que la loca de la señora que le instruyó, se lo pidió porque según ambas féminas, después de los baños y tomas extrañas que me hicieron y lo mucho que me tocaron, era el siguiente paso para dejar atrás mi muy mala suerte, pero con lo que vivo, todo empeoró.

En medio de mi fuga y mi desesperado intento por salvar mi desayuno —No tengo dinero y no quise molestar a la señora que me dio la vida— decido meterme a los jardines vecinos y comenzar a saltar las vallas, pero es peor, ya que más de aquellos supuestos amigos del hombre, se suman a ese par. Mi corazón va a mil por hora, mientras, alejo lo más que puedo la salchicha de los condenados animalitos, a la vez que mi bolsa intenta caerse, los papeles del currículum que imprimí esta mañana comienzan a abandonar el folder deteriorado que los contiene y mi oportunidad laboral, puede que se la esté llevando el viento.

—¡Auxilio! —busco un alma caritativa y bondadosa que se apiade de este pobre ser humano que, en contra de su voluntad, fue escupido sobre la tierra, pero no la hallo.

Sin embargo, parece que mi mala suerte nada más inicia y que el cuerno que le robó mi ex a aquel unicornio, me está pasando factura y de la peor manera; no miro bien el condenado camino y siento como el agua se abre paso por todos los rincones de este pobre y llevado cuerpecito. El pan se deshace y lo único que queda en mi mano es la salchicha que los hermosos animalitos, a pesar de lo mal que ven que me está yendo, continúan ladrando por esta.

¡Benditos muertos de hambre! ¡¿Acaso no se dan cuenta de que yo estoy en las mismas?!

Me doy al dolor de haber perdido mi comida y la lanzo fuera, consiguiendo así que los caninos, dejen de torturarme los oídos y vayan en busca de mi apestosa, pero deliciosa salchicha.

Abandono la piscina que gracias a alguien allá arriba que parece haberse dado cuenta que desde hace días no me baño, mi madre dice que: «si lo haces, se irá la suerte que conseguiste con mi último baño y la mala regresará». Por lo que aquel ser supremo ha decidido ponerme en frente una gran fuente de agua, que si no consigo empleo, muy pronto me quedaré sin energía, acueducto y teléfono, lo bueno es que ya no necesitaré que me retiren este último servicio, puesto que no tengo fe de que resista al gran chapuzón que acaba de darse mi celular.

Camino lejos escurriendo gran cantidad de líquido y por fin veo la dirección que si mi memoria no me falla, es la misma que apareció en el anuncio en el periódico.

Antes de acercarme a la enorme valla de metal, organizo la desfachatez a la que me atrevo a llamar ropa que, al igual que mi cabello, mi bolsa y las páginas que aún conservo de mi currículum, escurren hasta decir ya no más.



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En el texto hay: amor, jefe empleada, babysister

Editado: 29.07.2023

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