Pequeña Casamentera

CAPÍTULO IV

Elle

Le doy un pequeño vistazo a la lista que hice antes de convencer a las señoritas del aseo y a Mitchell, quien vigila la reja principal, que por órdenes del terrorista y extremista de mi tío, alias el Rey helado, «muy pronto rey de piedra», no puedo cruzar; sin embargo, lo hice y dejé el anuncio para el periódico que funcionó a la perfección.

Plan fantabulosamente maestro

Fase A

1. Pedirle dinero a los empleados para imprimir un anuncio en el periódico.

2. Hacer las entrevistas sin que mi tío se dé cuenta.

3. Encontrar una chica muy bonita, desesperada y desesperada a la que le falte una tuerca o si es posible muchas y hacer que mi tío la contrate como mi niñera.

—La Fase A salió casi que perfecta, excepto porque mi tío se dio cuenta del anuncio, que salí más allá de la cerca y que intenté conocer extraños sin su permiso, pero fue un éxito rotundo —Le cuento a Flofi—. Ahora, hay que convencerla de regresar, peor, a Atlas, que no me escuche llamándolo así porque se pone algo sensible y piensa que ya no lo quiero —Le recuerdo a Flofi los dramas que hace mi tío cada vez que utilizo su nombre.

Abandono mi habitación, lo hago a gatas por todo el pasillo, ya que mi tío se enfadó y cometió la vileza de castigarme por medio día, «es un dictador, no me permite la libre expresión», o eso dicen las chicas de las telenovelas que veo sin su permiso. En fin, termino de arrastrarme por todo el suelo hasta que me topo con unos zapatos de color negro muy bien lústrados, levanto los ojitos y sonrío al encontrarlo de brazos cruzados y observándome un poco enojado.

—Hola Mitchell —saludo a quien se encarga de que mantenga mi papel de presidaria.

—Señorita Philips —reprende de inmediato.

—¡Mitchell! —chillo para causarle lástima y que algo allá en su pecho se conmueva y me permita continuar; sin embargo, me ofrece su mano y me veo obligada a tomarla.

—¿Qué planea? —pregunta cuando me tiene en pie delante de él.

Mitchell es un hombre alto, de cabellos castaños, ojos azules y como dirían en las telenovelas: «guapozo: guapo y buen mozo, lo que toda mujer quiere para sus hijas». No debería de ver muchas telenovelas, pero además de este hermoso hombre, las chicas del aseo y la cocina son las únicas que comparten tiempo conmigo, el mayordomo muy poco, ya que al igual que mi tío con la bruja de medusa, se la pasa detrás de sus pantalones, «no sé qué le ven».

—Deberías ser mi papá —comento—, no, mejor, creo que si papá estuviese vivo, te pediría que desposes a su tierna, inocente y hermosa hija —trato de endulzarlo y bajarle a la reprimenda que es clara que me dará.

—Llamarás a la señorita Coleman —asume y sonrío sin un poquito de culpa, me conoce demasiado bien, al igual que mi tío, sabe que no me rendiré—, estaré al pendiente —avisa y niego.

—Las señoritas como yo necesitamos privacidad, ¿lo sabías? —cuestiono y sus fuertes carcajadas hacen eco por toda la casa— No tengo cara de payaso Mitchell —me coloco seria y nada más alborota mi cabello.

—Las niñas como tú, hermosa, no deberían andar de pequeñas casamenteras, buscándole parejas a sus tíos, menos queriendo apartar Medusas de ellos —responde sin poder parar de reír—, pero haz todo bien para que nos libremos de esa bruja —Me apoya y por eso será mi papá o mejor, le propondré matrimonio, no estaremos casados por mucho tiempo, pero me sacará de este castillo tan solitario—. Ahora ve, preciosa —se inclina y deja un beso en mi frente— y tú, Flofi, no dejes que haga algo tonto —pide tomándose libertades que nadie le ha dado.

—No seas confianzudo Mitchell, no le hables a Flofi o ya no me casaré contigo —amenazo y no hago más que escucharlo reír; no obstante, me marcho antes de que se arrepienta.

Entro a la oficina y saco el trozo de papel de mi pecho, «algún día los tendré como las chicas de las telenovelas, si es que llego a esa edad y no me mandan a otro planeta por andar inmiscuyendendome ¿así se dice?». Cuando se electrocutó con la reja, aproveché el despiste de todos, incluso el de mi tío cuando estuvimos en la sala, para sacarle unas cuantas páginas a su folder., entre esas, las hojas de su contacto.

—Buen día, hermosa señorita Coleman —luego de marcar su número, saludo como mi tío me enseñó— ¿cómo me la trata la vida esta tarde? —finjo voz demasiado gruesa.

—¿Elle?

—¿Te sorprendes al escuchar esta hermosa y melodiosa voz? —pregunto haciendo ojitos que no puede ver, pero de igual modo, no retiene las risas.

«Ríe horrendo, anotado», esto atrae a los hombres.

—¿Cómo estás, pequeña? —Se interesa y si supiera que voy de mal en peor, ni se molestaría en indagar, ya que mi tiíto me enviará a un internado o eso dice la medusa que me quiere lejos— ¿Tienes permiso del hombre que se rehusó a sacarme de la pobreza tan inmunda en la que vivo para llamarme? —cuestiona y nada más me vuelvo un tanto risueña.

—Si no se entera, no tendrá razón para enojarse —canturreo en un intento por hacerle reír y lo logro—, ¿quieres ser la esposa de mi tío y mi niñera? —suelto con rapidez, sin dejarle tiempo a pensar, menos a negarse a un angelito como yo.



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En el texto hay: amor, jefe empleada, babysister

Editado: 29.07.2023

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