Pequeña Casamentera

CAPÍTULO VII

Chelsea

Entro a la recepción y al primero que me encuentro es al señor Wright el encargado de mi edificio. Me acerco con papeles en manos y bien rendida, puesto que he caminado todo el día de establecimiento en establecimiento, en busca de empleo, de lo que sea, ya que dinero es lo que necesito.

—Buen día, señor Wright —saludo, apenas me lo cruzo—, esta mañana parece que los tanques de almacenamiento tuvieron problemas, dado que el agua dejó de bajar por la regadera —aviso, por el hecho de que antes de salir tuve que utilizar algunas botellas de agua de la nevera para terminar de ducharme y sí que estaban heladas.

—El servicio no presenta problemas, usted si —dice enseñándome la cuenta de los servicios y la advertencia en rojo con la fecha de corte.

«¡Carajo!»

—Señor Wright, es que me encuentro en una situación difícil y ya estoy buscando empleo —comento en mi intento de que se compadezca de mí y abra la llave del acueducto.

—No hay peros, menos favoritismos, y si no vuelve a pagar la administración, sabe que deberá irse el próximo mes, ya que no vivo de caridades —Se da vuelta, dejándome con la boca abierta y con las lágrimas, queriendo asomarse y descender por mis mejillas.

Giro e intento avanzar, puesto que debo empezar a recoger mis cosas, puesto que si no he conseguido trabajo de mesera, tampoco me quieren aseando las calles, por el hecho de que casi mandar a alguien a la otra vida siendo doctora es prácticamente un delito, hace imposible que me contraten.

Fijo mi vista en el papel provocando que el juguito de tristeza lo humedezca, lo restriego en mi ropa para secarlo; en consecuencia, mi mirada se desvía del camino, pero el cuerpo de alguien me obliga a regresarlo.

—¿Mi príncipe azul? —Lo veo y no lo creo. Curva sus labios y blanquea los ojos de solo escucharme— ¿Vino a proponerme matrimonio y a sacarme de la pobreza en la que vivo o es que ahora los ricos se pasean por los barrios más bajos de la ciudad? —bromeo intentando apartar la desesperación e incertidumbre que está notificación me acaba de causar y la probabilidad de ser desalojada, que no se queda atrás.

—No, tengo novia —responde y mi rostro se frunce por aquella mala noticia, sin embargo, la sorpresa me invade cuando sus pulgares se ponen en la tarea eliminar el rastro del juguito de tristeza—. ¿Por qué llora? —Se interesa.

—El que tenga novia, eso podemos arreglarlo: la enviamos de vacaciones y cuando regrese, dejamos todas sus cosas en la entrada de la casa y nos escondemos detrás de las ventanas —bromeo con la intención de esquivar su pregunta que solo me genera incomodidad.

—¿Por qué? —repite aún más serio y ahora entiendo por qué la pequeña quiere escapar.

—¿Qué hace usted aquí? —respondo con otra pregunta, al tiempo en que me doy a la tarea de esconder los papeles en mi espalda.

Sin embargo, el ruido que provocan, hacen que él, en un acto demasiado infantil de su parte, vaya en busca de estos y me los arrebate.

—¡Señor Philips! —hago un pequeño escándalo en la recepción, dando más motivos para que me desalojen del lugar.

—Debo averiguar muy bien con quien dejaré a mi sobrina —suelta y me siento tropezar con el desnivel, llevándomelo por delante y terminando ambos en una situación muy comprometedora: él sobre los últimos escalones y yo encima sus piernas, con mi rostro a milímetros del suyo.

—¿Va a contratarme? —interrogo sin ocultar la felicidad generada a consecuencia de sus palabras— ¿Vino hasta aquí para eso? —pregunto con ganas de volver a besarlo, pero me contengo, ya que es un hombre comprometido.

—¿Con qué otro fin vendría? —pregunta conociendo muy bien la respuesta.

—A proponerme matrimonio y sacarme de esta ruina —contesto al instante y sus ojos de ese azul tan vibrante, se vuelven esferas blanquecinas.

—Tuve que, por el hecho de que alguien no atiende ninguno de sus números telefónicos —hace la observación y bajo la cabeza.

—El día de mi entrevista mi celular no sobrevivió al chapuzón que me di en una de las piscinas de sus vecinos y como no tengo empleo desde hace meses, al igual que el servicio de acueducto —señalo el documento entre sus manos—, tampoco tengo teléfono —Me encojo de hombros al confesar lo mal que me ha ido recientemente.

No obstante, tal parece que las agüitas exóticas que mi madre me ha estado proporcionando, están rindiendo frutos, ya que el apuesto hombre que se encuentra sonrojado por culpa de nuestra cercanía, vino a ofrecerme un empleo.

Tomo su rostro y deposito un enorme beso sobre su frente que le obliga a ponerse aún más incómodo, me río alejándome y extendiéndole la mano para que también vuelva a ponerse en pie.

«Se nota que la noviecita no le da cariños», pienso, ya que hasta esto le genera algo de molestia, pero de la más tierna.

—Gracias —Lo abrazo con fuerza y a pesar de lo inesperado que le resulta, sus manos me rodean— ¿Cuándo empiezo? —levanto el rostro y lo observo con una enorme sonrisa que lo hace dudar de mi capacidad de cuidar niños y no lo culpo; solo estuve un par de meses en el área pediátrica de la universidad y no fue mi fuerte.



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En el texto hay: amor, jefe empleada, babysister

Editado: 29.07.2023

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