Pequeña Dory

4. Jugando a un juego.

Gloria y Dory salieron del cuarto de baño después de un relajante baño y Santiago entró desde un balcón. 

 

— ¿Qué haces aquí? — Preguntó Gloria, cerrando todo el espacio abierto de la bata a la altura de su escote. 

 

— Tenemos que dormir juntos. — Le dijo Santiago. 

Dory corrió hasta la cama y se subió en ella poniéndose a dar saltos en el colchón. 

 

— Dory, cielo. — Gloria se acercó a la cama y la agarró de una mano. — Te vas a caer. 

 

— No, mami. — Dijo Dory mientras seguía saltando. 

Gloria miró entonces a Santiago. 

 

— ¿Cómo haremos para dormir? — Le preguntó y mencionó lo obvio. — Solo hay una cama. — Gloria se sentó en la cama y se quedó mirándolo. — Tienes una buena familia, no entiendo porque los engañas así. 

 

— Puedes quedarte en la cama, yo usaré el sofá. — Señaló Santiago un sofá de dos piezas. 

Gloria miró hacía allí. 

 

— ¿Vas a dormir ahí dos semanas? 

 

— Es eso o compartir cama los tres. 

 

— Eso no es viable. — Se opuso Gloria. 

 

— Lo suponía. 

Santiago fue al baño y Gloria se aferró al albornoz, cuando Dory se tiró de pronto sobre la espalda de su mamá. 

 

— Mami, tengo una abuelita. — Le contó Dory ilusionada y Gloria miró a su hija. 

 

— No es tu abuela de verdad, cielo, recuerda que estamos jugando a un juego. — Le explicó, girándose para agarrar a su hija y sentarla en su regazo. — Lo entiendes, ¿verdad? 

Dory asintió a su mamá y se echó en su pecho. 

 

— Mi mami. — Dijo abrazándose a ella. 

 

— Mamá te quiere mucho. — Le susurró Gloria abrazándola. — Te voy a cuidar y a dar todo lo que necesites. 

Dory la besó en la mejilla. 

 

— Mami, Dory también te quiere mucho. 

Gloria sonrió. 

 

— Vamos a ponerte el pijama antes de que cojas frío. — Le dijo. 

La hizo después quedarse en la cama y fue hasta el armario. Las empleadas habían colocado su poca ropa y la de Dory junto a la ropa masculina de Santiago. Miró hacía el baño, se escuchaba correr el agua de la ducha y pensó en vestirse ella primero para evitar que él la viera desnuda. En adelante, se llevaría la ropa al baño. 

 

 

Jennifer sonrió con la mirada en la taza de leche caliente que sostenía en sus manos. 

 

— ¿No crees que Dory se parece a mí cuando era niña? Es igualita... — Le preguntó a su marido sentado en la cama y leyendo un libro. 

Luís bajó el libro para mirar a su mujer que se tomaba la taza de leche en un sillón. 

 

— ¿Ya se te ha pasado el enfado? — Le preguntó él. 

 

— Por supuesto que no, Luís. — Respondió Jennifer, inclinándose para dejar la taza en una mesita auxiliar. — Lo que Santiago ha hecho es imperdonable. ¿Qué pasa ahora con su compromiso con Rosaura? Además, esa chica… — Jennifer se levantó y acudió a la cama, sentándose en el borde de ésta con su marido. — ¿No te parece demasiado humilde para nuestro Santi? 

 

— Qué tú digas eso… — Le reprochó Luís y dejó el libro en la mesa de noche. — ¿Te has olvidado de cómo era yo cuando me conociste? Dile a los padres de Rosaura que lo lamentas mucho, pero que tu hijo ya está pillado. 

 

— No haré eso. Y no es justo que menciones el pasado. — Se mostró Jennifer indignada. 

 

— Muy bien. No lo haré de nuevo, pero ahora déjame dormir. — Le contestó Luís, mientras se acomodaba en la cama para dormir. 

Jennifer se levantó y regresó a tomar su taza de leche. 

 

— Él es así por tu culpa. 

Luís se rió y se apoyó en un codo para mirar a su esposa. 

 

— Seguro que no es por la tuya. Te casaste conmigo en contra de lo que tus padres querían. 

 

— Me enamoré. — Se justificó Jennifer desde el sillón. 

 

— Puede que Santiago también se haya enamorado. 

 

— ¿Por qué siempre dices cosas que no quiero oír? — Jennifer suspiró. — Eres una molestia. 

Luís sonrió. 

 

— Anda, acábate la leche y ven a la cama conmigo. 

 

 

Por la mañana, Gloria se peinó y arregló con un vestido negro y unos zapatos planos. 

 

— Dory. — Llamó a su hija que jugaba en la cama con una vieja muñeca de trapo. — ¿Mamá está guapa? — Le preguntó acercándose. 

Dory se sentó y la miró. 

 

— Muy guapa, mami. — Le respondió Dory y Gloria la creyó. 

 

— Ven, vamos a ponerte tu vestido. 

Fue a tocar a la puerta que Gloria caminó hasta ella y al abrirla vio a una empleada. 

 

— Buenos días, señora. Me llamo Mandy y la señora Jennifer me ha pedido que le traiga esta ropa. — Le ofreció cargar con la ropa que traía y Gloria la aceptó extrañada. — El desayuno ya está listo. 

 

— Hola. — Saludó Dory que se acercó corriendo y Mandy sonrió a la pequeña. 

 

— Buenos días, señorita Dory. — Le dijo Mandy y miró a la madre. — Con permiso, señora. 

Gloria solo asintió y al retirarse Mandy, cerró la puerta de la habitación. 

 

— ¿Qué es, mami? — Preguntó Dory curiosa y se subió arriba de la cama cuando su madre se arrimó a ella. 

 

— Parece ropa de mujer. — Dijo Gloria, dejando la ropa y levantando una blusa de color gris. 

 

— Es bonito, mami. 

Dory quiso tocar la blusa, pero Gloria lo evitó. 

 

— Ten cuidado, no la podemos romper. Mamá no tiene tanto dinero para pagarla. — Miró entonces el resto de la ropa que le había traído, un pantalón de tela negra y unos zapatos que lucían como nuevos. — ¿Se supone que me lo tengo que poner? — Se preguntó Gloria. 

 

 

— Gracias. — Agradeció Santiago a Asunción que le sirviera zumo en un vaso. 



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En el texto hay: familia, drama, amor

Editado: 01.03.2024

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