Pequeña estrella fugaz.

Capítulo 6.

A la mañana siguiente me desperté desde muy temprano; parecía que iba a volver a huir del departamento de alguien; me apresuré a hablarle a la ama de llaves, (la cual antes había sido mi nana) a la cual le confiaba hasta mi propia vida. Llegó un poco antes de veinte minutos; no tuvo la necesidad de tocar, puesto que tenía su propio juego de llaves.

- ¿Signorina D´angelo? -me encontraba en la sala de estar en cuanto ella llegó. Era una mujer de mediana edad, un tanto llenita, en su cabello se podían observar cómo los años pasaban; nunca trates de ocultar tus canas o indicios de la edad, mia bella ragazza; me dijo hace unos cuantos años, es como tratar de ocultar tu historia y tus aprendizajes.

Al verla le di un fuerte abrazo, hacía poco más de un año que no la veía. Ella correspondió a mi abrazo; extrañaba aquellos brazos que cuidaron de mí cuando era niña, ella fue y seguirá siendo mi lugar seguro.

- ¿Qué ocurre mi niña? ¿estás bien? -yo aún no la soltaba, seguía aferrada a ella.

- Sí, es solo que te extrañaba y necesitaba que me salvaras el pellejo una vez más. -Ella acarició mi cabello, era más bajita que yo, por lo tanto, tenía que estar un tanto agachada.

- Claro, dime en qué te puedo ayudar.

Le expliqué brevemente que necesitaba que cuidara de Vanessa; le tuve que explicar quién era ella, la relación que teníamos y todo. Acordé que ella la llevaría a conocer la ciudad, ya que no sabía cuánto tiempo me llevaría el estar con Alexander; ella aceptó sin objeciones ni nada, también acordó preparar el desayuno para ella y Vanessa.

Faltaba aun una hora para la hora acordada con mi hermano, así que subí a cambiarme rápido; si hubiera sido por mí, con unos jeans negros y una camisa habría bastado, pero, se trataba de Alexander Mancini D´angelo. Él tenía un sentido de la moda mucho mejor que el mío, le gustaba vestir con las mejores prendas; tenía mucha ropa que él me había regalado hace tiempo, así que tomé un conjunto de un pantalón y un top negro.

El pantalón era de color cedrón a la cintura, tenía una caída amplia en la pierna, lo acompañé con su respectivo saco. Hice unas pequeñas ondas en mi cabello y me apliqué un maquillaje sencillo; tomé unos zapatos que hicieran conjunto y una pequeña cartera.

Salí de la habitación y me pregunté si era buena idea avisarle a Vanessa o simplemente dejar que Beatrice se encargara, después de pensarlo por un rato decidí dejarle una nota en donde decía que tenía que salir y que le dejaba doscientos euros para que saliera con Beatrice.

Me despedí de mi antigua nana con un beso en la frente y salí de la casa; faltaban diez minutos para las ocho, así que supuse que mi hermano ya debería de estar ahí; a él le encantaba llegar con anticipación, ese era el motivo principal por el cual solíamos discutir cuando salíamos. Así que por ese motivo decidí tomar un taxi.

Al llegar él ya estaba ahí, estaba sentado en una de las mesas de afuera del establecimiento, llevaba puesto un pantalón ajustado negro con una camisa negra, tenía los primeros botones desabrochados, su piel ligeramente bronceada hacía contraste con su ropa. A simple vista, no teníamos nada en común, su estatura era de 6.4´, mientras que la mía no pasaba de 5.5´; él era musculoso mientras yo apenas tenía algo de musculo en zonas específicas, pero detrás de sus gafas obscuras, se hacía notable nuestra similitud; nuestros ojos azules, heredados de mi padre y el cabello castaño heredado de nuestra madre.

Al verme se quitó las gafas y sonrió ampliamente, se levantó de su asiento y caminó hacia mí con los brazos extendidos. Corrí hacia él y me tomó en un fuerte abrazo levantándome del suelo.

- ¡Sorellina! -depositó un par de besos en mi cara y me bajo- Hace tiempo que no te veo, ¡no sabes cuánto te extraño! -dijo aun teniéndome en sus brazos.

- Lo sé grandulón, no tenerme cerca ha de ser un martirio. -dije soltándome de su abrazo y caminamos hacia la mesa donde había estado sentado.

Yo permanecí con el saco en mis hombros porque la briza esa fría; él sacó la silla para que me pudiera sentar y yo me acomodé en ella. Él tomó su asiento delante de mí y un camarero llegó a tomarnos la orden.

- Buenos días jóvenes ¿ya saben que van a pedir? -preguntó de forma educada, asimilaba la misma edad de mi hermano, 25 años.

- Claro, nos gustaría dos tiramisú y dos expresos, por favor. -Pidió por mí, sin antes haberlo consultado, pero no tenía problema con ello; siempre acertaba con los postres, tenía buen gusto. El chico solamente asintió y entro al establecimiento.

- ¿Te encuentras bien? -preguntó sacándome de mi nube de pensamientos.

- Claro, ¿por qué?

- Anoche, te noté rara. ¿Todo bien en la escuela? ¿Algo te molesta? -Tenía cierta expresión de preocupación en su cara y yo traté de calmarlo con una tierna sonrisa.

- Todo está bien, es solo que se acercan mis primeras evaluaciones y… estoy un tanto estresada. Eso es todo. -Me observó como si estuviera tratando de analizarme y averiguar qué me pasaba. ¿Mencioné que estudio tres años psicología? Le hacía falta un año para acabar la carrera, pero al parecer no fue lo que esperaba, fue lo que les dijo a mis padres cuando les anunció que había dejado la carrera.

- Hay algo en ti que… simplemente sé que no está bien -hizo una pausa-.  Dime -se retrancó en el respaldo de su silla y puso sus manos detrás de la nuca-, ¿se trata de un chico? -levantó una ceja y una sonrisa maliciosa se formó en sus labios. Sí, el maldito de Jack es mi problema. Guardé ese pensamiento para mí, así como lo había hecho desde hace años.




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