Pequeña estrella fugaz.

Capítulo 29.

A la maña siguiente nos encontrábamos en los juzgados; Vanessa se encontraba tan nerviosa que estaba a punto de vomitar, el resto lucía sereno, a excepción de una que estaba apunto de llorar. Yo entraría como testigo, ya que como Damián me explicó, con mi caso no se podía hacer nada.

En cuanto entramos, Jack ya se encontraba ahí, parecía derrotado e indefenso, mis padres estaban de su lado, así como mis tíos y algunos más que lo defendían. Cruzamos miradas por un segundo, y parecía arrepentido.

El caso procedió sin incidentes, cada una explicó lo que pasó, y el abogado explicaba los agravantes; pero el abogado de Jack no se quedó callado, él lo defendió a toda costa. Pasó una hora entre citas al código penal y todas esas cosas que solo los abogados entienden; cuando parecía que eso no llevaba a ni un lado, Jack hizo algo que nos sorprendió a todos.

- Señor Jack Manzzini. -Dijo la jueza llamando la atención de todos- ¿Cómo se declara? -Él se quedó callado, y recorrió la sala con los ojos y estos se detuvieron un instante en Vanessa; volvió la mirada a la jueza y se aclaró la garganta.

- Culpable.

Los presentes soltaron una expresión de asombro ante su declaración, fue ahí cuando me percaté de su estado, lucía pálido, decaído, más delgado que de costumbre, y sus ojos lucían terriblemente tristes. Una parte de mí se sintió mal por él; pero él solo se había metido en ello.

Al final le dieron tan solo diez años de prisión por sus actos, me pareció una injusticia, pero el caso ya se había cerrado. Al salir, fuimos a comer a un restaurant junto con el abogado, él le informó de lo sucedido a su bufet, parecía un poco molesto, pero no le tomé importancia.

Durante toda la tarde esperé la llamada de Damián, para felicitarnos o darnos unas palabras de apoyo, pero mi teléfono nunca sonó. Evité preguntar por él con el abogado, dado que no quería parecer interesada en él.

El abogado viajó ese mismo día a Estados Unidos, así que fue ese día que tuve el ultimo contacto con Damián Chance.

Vanessa y yo regresamos felices al departamento, ella lucía más feliz, más contenta; y ello me alegró completamente. Lo celebramos haciendo el amor y teniendo una noche de películas.  

 

A la mañana siguiente nos encontrábamos desayunando unos deliciosos wafles con Beatrice, le teníamos que contar nuestras buenas noticias y celebrarlo con ella. Estábamos desayunando como una pequeña familia feliz.

En cuanto acabamos, decidimos ver unas películas y comer helado de chocolate. Vanessa se notaba feliz, contenta, emocionada de vernos juntas; así que se puso en medio de la sala y se aclaró la garganta.

- Hay que prometer tener más días así -dijo ella levantando su copa-, juntarnos para desayunar, ver películas; cosas normales que cualquier adolescente normal hace. -Beatrice y yo levantamos nuestras copas y las tres bebimos.

- También -dijo señalándome a mí-, prométeme que serás una buena madre con Oreo sin importar lo que pase. -En el momento, se me hizo ridículo, ¿por qué estábamos haciendo esas promesas? Porque a veces, la vida es una caja de sorpresa; puedes creer que tu vida tendrá el mejor final, que todo será color de rosa, pero, muchas veces no es así.

 

Las cosas estaban increíblemente bien con Vanessa, la casa estaba llena de risas, besos y los sonidos que hacíamos cuando hacíamos el amor; todo iba por buen camino, así debida de permanecer, ¿no? Vanessa salía con sus amigas y cada que estaba con ellas les recordaba cuanto las quería y el cuan agredida estaba con ellas; mientras que, a mí, a cada segundo me recordaba cuanto me ababa y lo cuan agradecida estaba conmigo.

Mi vida estaba tomando sentido, estaba lista para saltar al vacío con ella, creía que mi vida estaba tomando buen rumbo, todo era de color rosa, pero, a veces cuando tu vida te recompensa y ves todo con un cielo despejado; es porque se avecina una tormenta.

Era el primer lunes del mes de febrero, la temperatura era aun más baja que unos meses atrás y la lluvia se hacía presente. Me encontraba en el departamento, eran las cinco de la tarde y Vanessa no había vuelto; no la había visto ni en la facultad y ni siquiera me había contestado el teléfono, estaba más que enfadad. Sin tan solo se hubiera molestado en mandar un mensaje, me hubiera calmado, pero obviamente eso no pasó.

Vanessa llegó media hora después, se venía riendo y hablando con alguien por teléfono; al entrar se despidió entre risas y me saludo.

- Hola cariño -se debió de dar cuenta de mi expresión, porque inmediatamente su sonrisa se esfumó- ¿Esta todo bien?

- ¿Por qué no contestabas el maldito teléfono?

- Me quedé sin batería, pero en el café que me encontraba lo puse a cargar, pero obviamente no pude salir de ahí por la lluvia.

- ¿Y no se te ocurrió llamar? -Ella volteó los ojos molesta y se dirigió a su habitación- ¡Vanessa! -La seguí hasta que se detuvo en la puerta de su habitación- ¡Tenemos que hablar!

- ¡No me grites! -Levantó la voz, era la primera vez que discutíamos de esa forma- ¿Qué quieres que te diga? Ya te expliqué lo que pasó, y si eso no es suficiente, perdón. -Hizo una pausa y añadió: - No eres mi dueña como para que te notifiqué cada mínimo movimiento.




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