Pequeña estrella fugaz.

Capítulo 30.

El departamento se encontraba destrozado, los muebles volteados, y rastros de sangre. Corrí hasta su habitación y la encontré vacía; busqué por todas partes y no la encontré, algo malo había pasado. Lo único que pude hacer fue llamar a Alex, este llegó diez minutos después y con la policía.

Estos tomaron mi declaración de lo ocurrido; yo me encontraba en shok, veía cómo los oficiales pasaban delante de mí, pero sentía como si yo no estuviera ahí. Beatrice llegó tiempo después, me abrazó y se puso a llorar conmigo. Posteriormente llegó mi padre; esté llegó totalmente molesto y le empezó a gritar a Alex, no entendía lo que pasaba, pero este se notaba muy nervioso.

Los oficiales me entregaron una carta que Vanessa me había dejado, no tuve el valor de abrirla, así que se la di a los oficiales; en cuanto la leyeron me dedicaron una mirada de compasión y siguieron con su trabajo. Durante todo el rato no me moví del sofá, ese sofá en el que pasamos tantas noches Vanessa y yo, y no estaba lista para lo que podía pasar.

No sé en qué momento me quedé dormida, y me desperté con el maullido de Oreo, al levantarme me percaté que me encontraba en mi habitación y Oreo estaba encima de mí.

- Lárgate. -Le dije al gato, este volvió a maullar- ¡Que te largues! ¿No oíste? ¡Vanessa se fue! -Al decir esto, sentí como me rompía, no quería no pensar en lo que le puso pasar- ¡Se fue! -Estaba llorando y sentía como las lagrimas me quemaban y mi garganta dolía- ¡Se fue!

- Eli, Eli, cálmate -Beatrice entró a la habitación y me abrazó, yo me apoyé en su cuerpo mientras seguía llorando, me aferré a las cobijas en las que una noche antes había dormido, había dormido conmigo.

Beatrice no me dejó sola ni un instante, me abrazó hasta que volví a quedarme dormida. En mi sueño, veía a Vanessa reír, veía su ultima sonrisa, sentía su ultimo tacto, y podía repetir nuestra pelea; deseaba cambiar eso, necesitaba hablar con ella y aclarar las cosas, tenía la esperanza de verla una ultima vez.

Seguía sin abrir su carta, no tenía el valor de hacerlo, no podía.

Me pasaba los días en cama, no comía ni bebía; los oficiales no sabían nada de ella, al parecer nadie había visto ni oído nada. Mi padre y Alex me habían venido a ver, pero no prestaba atención a lo que decían, solamente veía cómo movían los labios, pero no captaba sus palabras.

Leah fue ese mismo fin de semana, había tenido una semana con demasiada tarea y no había podido ir a verme.

- ¿Cómo te sientes? -preguntó mientras me daba un poco de sopa en la boca; yo tenía la mirada fija en el balcón.

- Ya tiene cinco días que desapareció. -Fue lo único que pude decir, sentí como la garganta me raspaba y mis ojos se inundaban de lágrimas-. Nunca la llevé al museo. -Dicho eso, me invadió una rabia y aventé la sopa al suelo, causando que Leah se levantara de un brinco.  

- ¡Elizabeth! -Exclamó Beatrice saliendo de la cocina- ¿Qué sucede?

Me hice ovillo y dejé que las lágrimas salieran, llevaba días sin dejar de llorar, lo que le había pasado a Vanessa era mi culpa, mi culpa.

- ¡No hicimos tantas cosas juntas! ¡Lo ultimo que hicimos fue pelear! -Sentía como si una grita se abría en mi pecho, lloré hasta quedarme si lagrimas y quedarme dormida.

En mi sueño vi a Vanessa, pero no fue un sueño repetido, era somo si su presencia hubiera ido conmigo; sentía su abrazo, y como susurraba a mi oído un ligero te amo, sigue adelante; se feliz por mí, ¡vive por mí!

Me desperté a causa de que mi teléfono sonó, era un texto.

Lo abrí y era un número desconocido; en el mensaje solamente venía una dirección y un ven sola. Me dio un aire de esperanza, tal vez alguien sabía de su paradero y no quería hablar con la policía.

Eran las cinco de la mañana; Beatrice se encontraba durmiendo, así que podía salir sin complicaciones. Fui al baño para peinarme y lavarme la cara, vi mi reflejo y vi a una Elizabeth con ojeras, con cara extremadamente delgada a causa de falta de alimento, mi piel estaba totalmente pálida; pero en mis ojos se veía un pequeño rallo de esperanza, e iba a hacer lo posible para que ese rallo no se extinguiera.

Me abrigué y salí del departamento, tomé un taxi y le pedí que me llevara a mi destino; pero pedí que se detuviera dos cuadras antes, para que el sujeto no se molestara.

El lugar donde me habían citado era un almacén, había varios termos de camiones, el lugar se encontraba frio y obscuro, a excepción de una luz tenue que alumbraba un termo.

Me dirigí hacia allá, pero de nuevo, el tirón en el estómago se hizo presente, lo ignoré y seguí caminado. Al llegar al termo, no había nadie; solamente había una nota en una de las puertas de este que decía jale. La tomé y sentí como un escalofrió recorrió mi espalda, tomé todo el valor que tenía y tiré de este.

Mi respiración se contuvo y entré con cuidado; el lugar estaba extremadamente frio, había una cortina de plástico que impedía la visibilidad completa del lugar. Moví la cortina y ya nada me estorbaba para ver lo que yacía dentro.

En medio de este, se encontraba una silla con un cuerpo amarrado; inmediatamente reconocí la ropa.

- ¡Vanessa! -Corrí hasta su cuerpo y me tiré a su lado.




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