Pequeña estrella fugaz.

Capítulo 33.

Al día siguiente compré un boleto para volar a México; llevaba tan solo una pequeña maleta con las cosas necesarias para estar unos días allá. Le había pedido a Leah que cuidara de Oreo, a lo que ella aceptó.

Tenía planeado volver en un par de días, ese era mi plan, pero como siempre, las cosas no salen como las planeo.

Después de casi diecinueve horas de vuelo, llegué a la ciudad de donde era Vanessa, el aire cálido me recibió, junto con un hombre de aproximadamente cuarenta años. Era de cabello chino y un poco canoso, su altura era de aproximadamente un metro ochenta.

Al verme, me abrazó y abrazó la urna de Vanessa, no pudo contener sus lagrimas y yo me uní a su sufrimiento. Nos fuimos directamente a su casa, para después ir a la playa, donde ya se encontraba listo un funeral al lado del mar. El plan era dejar ir sus restos en el mar.

Se encontraban sus amigas, primas, tías y toda su familia, ellas me abrazaron en cuanto llegue y le lloraron a la urna de Vanessa. La ceremonia fue tranquila, melancólica, lloré cuando su padre dio un pequeño discurso y arrogó un poco de cenizas al mar, así lo fueron haciendo el resto de su familia; cuando llegó mi turno, no pude hacerlo, ellos entendieron y me dejaron un poco de estas en la urna.

Cuando todos se fueron, yo me quedé en la orilla del mar, pensando en cómo a pesar de haber nacido a miles de kilómetros de distancia, nuestra historia se entrelazó. Me hubiera gustado darle un final diferente a nuestra historia, per la vida siempre tiene un plan diferente para ti. Me arrodillé en la arena y me dispuse a llorar una ultima vez, porque estaba bien llorar, llorar libera a los demonios internos, y en este caso, al dolor. Miré su urna y tenía escrito su nombre, día de nacimiento y el día de su muerte; junto con su edad.

Vanessa Rodríguez Arzuaga; 20 de noviembre - 03 de febrero. 19 años.

- Vanessa, cariño -dije con voz entre cortada-. Me gustaría pensar que estas aquí, que terminando me mostraras tu ciudad y bromearas con algo que solo a ti se te ocurriría; pero ambas sabemos que no es así. Lamento que el ultimo recuerdo que te lleves de mí sea aquella pelea… lamento no haberte protegido, no amarte más plenamente, por ocultar lo que sentía. Prometo que trataré de vivir como tú me enseñaste, sin limitantes, sin que nada me preocupe. Extrañaré como se sentían tus abrazos, besos, caricias, el sonido de tu risa, tus gestos cuando algo no te gustaba… Gracias por compartir tu vida conmigo, aunque sea un momento fugaz, porque tú cariño, tú eras mi estrella fugaz, siempre pensé que era por el hecho que la magia que le diste a mi vida, pero ahora veo que también fue por tu corta estancia en mi vida.

>> Pero aun así lo agradezco, me enseñaste a amar, vivir, a gozar la vida. Te prometo que, si en algún momento nos volvemos a encontrar, no dudaré en amarte como debí de haberlo hecho en esta vida. Por lo mientras -tome sus restos en mis manos y lo lancé al aire-, se libre, estaré bien. Aprenderé a vivir con grietas, descansa, cariño. Te amo.

Sentí como una ráfaga de aire cálido acarició mi espalda y pude sentir su presencia; miré al cielo y vi una estrella fugaz pasar, y fue ahí cuando entendí que muchas veces, a pesar de que nuestros seres queridos se marchan, aun quedan muchas partes de ello, en las cosas que les gustaban, en los aromas, o hasta en nosotros mismos.

Pero sabía que Vanessa iba a estar conmigo para guiar mis pasos, porque ella, ella era mi estrella fugaz.

 

Solo pasé a despedirme a su casa, su padre insistió en que me quedara unos días para charlar, pero no podía quedarme en un lugar en el que Vanessa vivió la mayor parte de su vida.

Regresé al aeropuerto y cuando estaba apunto de comprar mi vuelo de vuelta a Florencia, me arrepentí, decidí que era hora de vivir como a Vanessa le hubiera gustado.

 

Llegué a Ámsterdam y me hospedé en el primer hotel que encontré; pensar que ella estaba conmigo, que ella era la que se detenía en cada calle para admirar y tomar foto de todo me reconfortaba.

Paseé una semana en ese hotel, hasta que tomé la decisión de rentar un departamento, ni muy grande ni muy chico, ni muy amarillo ni muy pálido, ni muy céntrico ni muy lejano, todo tal y como a ella le hubiera gustado. Porque prometí vivir por ella, prometí que sería la mejor versión de mí, la versión de la cual a ella le hubiera gustado conocer.

Un mes después, mientras me encontraba desempacando unas cosas que Beatrice me había enviado, encontré la carta de Vanessa. Dudé en abrirla, pero sabía era hora de darle punto final a nuestra historia. Así que me preparé una taza de té y me dispuse a leerla en el balcón, ya que, en Florencia, era su lugar favorito del departamento.

Querida Elizabeth.

Cuando leas esto, yo ya no estaré aquí. Sé que lo que dijiste lo dijiste enojada, tal vez no pensabas eso, tal vez sí; solo quiero que sepas que somos dos enamoradas torpes, somos inmaduras en el aspecto del corazón. Si me voy es porque ya no quiero peleas, te amo, no he titubeado ni una vez al decírtelo, solo, que me gustaría ser más madura para hacer esto bien contigo.

Espero algún día volver a reencontrarme contigo, y que lo que sentimos diga intacto, para así poder amarnos sin complicaciones, me llevo todos los buenos momentos vividos a tu lado, los malos recuerdos los desecho y empaco solo con lo bueno.




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