Salimos de la facultad después de tomar mis cosas necesarias; no necesitaba empacar ropa por el hecho de que nos quedaríamos en la casa de mis padres; Vanessa llevaba una de las grandes maletas con las que llegó, dado a ello perecía que nos íbamos a ir todo un mes y no un solo fin de semana.
La casa de mis padres se encontraba a las orillas de la ciudad, a las faldas del río Arno. Teníamos muchos lugares de interés por visitar, como la Basílica de Santa Trinità, la Plaza de la Señoría, el Palazzo Medici Riccardi y más.
El camino transcurrió con calma; yo iba escuchando música y ella mirando por la ventana del automóvil tomando fotos de las diversas construcciones alrededor de la ciudad. Llegamos poco después de media hora en el camino; el sol comenzaba a ocultarse y el cielo comenzaba a tomar ciertos tonos de naranja y rosa mezclados; las aves volaban en el mismo, regalándonos una hermosa postal. Cerca del río se observaban familias, parejas y amigos caminando; todos andaban sin preocupación, simplemente disfrutando de la vida.
−¿Vives ahí? −Preguntó con cierto asombro en cuanto nos detuvimos enfrente de la casa; era una hermosa casa hecha con ladrillos y piedras que le daban un cierto relieve irregular a la fachada exterior.
−Algo así, esta casa solo se utiliza cuando se tienen visitas externas; es la casa más “olvidada” de mis padres, así que todo estará bien. No sabrán que estuvimos aquí. −Ella solamente asintió y entramos.
La entrada era muy hermosa para ser sincera; las paredes estaban pintadas de un amarillo pastel, había un espejo grande al lado izquierdo; un largo pasillo que daba a la sala. En la parte trasera se encontraba el patio; este se observaba desde la sala, el césped se encontraba verde y recién cortado; la cocina se encontraba del lado derecho de la sala y al lado de esta estaban las escaleras que daban al piso superior. Vanessa veía todo con asombro; ponía atención a cada detalle, desde el candelabro que colgaba del techo, la chimenea de la sala hasta las esculturas que se encontraban en las esquinas de la habitación.
−Si gustas, puedes explorar la casa, tenemos una piscina, una biblioteca, un área de meditación y una sala de cine; esta casa es muy pequeña y menos lujosa en comparación con las demás.
−¿Menos lujosa? −Preguntó con incredulidad−. Ya quisiera tener algo así. −Entendía a lo que se refería, me preguntaba cómo sería aquella casa en la que se crió.
−Mis padres suelen gastar el dinero como quieren; invierte en grandes empresas, comparan propiedades y en todo lo que les deje una gran suma de dinero en los bolsillos −ella se dejó caer en el sofá y asintió−. Bueno, ¿qué te gustaría hacer?
−Vinimos para pasar un buen fin de semana y para que conozca la ciudad, entonces ¿qué estamos esperando? −Se puso de pie y tomó solo su teléfono y lo que parecían un par de billetes−. Vamos a divertirnos.
Salimos de la casa y la primera parada que hicimos fue al lado del río; no era un lugar de interés para mí, pero al parecer hasta las pequeñas aves que se encontraban ahí eran relevantes. Decidimos hacer nuestro recorrido a pie, ya que así (según ella), podríamos disfrutar del lugar tranquilamente. Siendo sincera, a mí no me causaba ni una emoción el admirar las pequeñas cosas de la ciudad; hacía años que vivía en esa zona, pero a ella… cada pequeña cosa le impresionaba, cómo aquella chica violinista que practicaba en su balcón, los pintores al lado del río, las parejas que pasaban con su bolsa de pan y todas aquellas pequeñas cosas.
El primer punto de interés que ella deseaba visitara era la Basílica de Santa Trinità, dudaba que estuviera abierta, debido a que ya eran las siete de la noche; el cielo se empezaba a teñir de tonos azul y morado, pero ante mi negatividad ella dijo:
−Vamos, no seas aguafiestas −tomo mi mano para que me apresurara a caminar mientras yo protestaba con paso perezoso−, nada de objeciones. Te vendría bien dejar de ser tan amargada.
−Y a ti te vendría bien dejar de ser tan excéntrica y positiva −embocé una sonrisa burlona y ella hizo lo mismo−; por Dios, te juro que hasta en mis peores sueños veo tu gran sonrisa, tu positivismo ¡Ah! −Exclamé un tanto frustrada− ¿Podrías dejar de ser así tan solo cinco minutos? ¡Cinco minutos! No te pido más. −Ella soltó una pequeña risa.
−Si no soy yo la que te saca de tus casillas −se detuvo enfrente de mí−. ¿Quién será? −Se dio la vuelta y seguimos caminando.
−Nadie, te juro que no quiero que nadie me joda. −Volvió a detenerse y a darse la vuelta.
−Entonces, si no quieres que nadie te joda… −hizo una pequeña pausa− ¿Por qué no me has corrido? −Dijo en tono burlón y siguió caminando.
−Te lo he dicho indirectamente, pero eres muy positiva para verlo y aceptarlo. −Volteo hacia mí sin detenerse y me sacó la lengua; tal vez era un gesto muy infantil, pero le correspondí el gesto.
Caminamos en silencio los siguientes cinco minutos hasta que llegamos a la Basílica.
−¡Cerrado! −Exclamó en cuanto llegamos y vimos que estaba totalmente cerrado.
−Te lo dije −dije con cierta ironía al verla molesta.
−Si hubieras caminado más rápido o no ser tan amargada; tal vez, solo tal vez hubiéramos llegado a tiempo.
−Te equivocas cariño, cierran a las siete; y nosotras salimos a las siete de la casa, así que no hay forma de que hubiéramos llegado a tiempo.