Pequeña estrella fugaz. (corregido)

Capítulo 8.

A la mañana siguiente, me desperté más tarde de lo habitual. La habitación estaba totalmente iluminada por los rayos de sol; mi primer pensamiento fue bajar a tomar un café con Vanessa, podríamos pasar el día viendo películas en la sala privada o nadar un rato en la alberca; estaba dispuesta a salir de la cama e ir a su habitación para contarle el plan, pero, la realidad me golpeó.

Vanessa se había ido, una parte de mí me decía que tenía que ir con ella, pero la otra me decía que le tenía que darle su espacio. Lo medité por un rato, preguntándome qué era lo mejor, y después de meditarlo por varios minutos, decidí irme por la segunda opción, darle su espacio, así que volví a recostarme en la cama. Supongo que debí quedarme dormida un buen rato, porque me despertó un rugido de mi tripa en señal de que tenía hambre. 

Bajé directamente a la cocina, esperando encontrar algo en el congelador. Al llegar solamente encontré una botella de leche, grano para café, cereales y un par de manzanas. Si no quería morir de hambre tendría que salir a hacer las compras o regresar a la facultad; pero en ese instante, preferí desayunar. Desayuné en silencio sin siquiera encender el televisor o poner música. 

Quería descansar al menos un día de cualquier ruido; suficiente tenía con escuchar a Vanessa hablar toda la semana. Al terminar mi desayuno, pensé en lo que dijo Alexander; íbamos a vender la casa, ese iba a ser mi último día en aquella casa, y por un momento, una parte de mí se sintió aliviada por el hecho de que no iba a volver a un lugar con un mal recuerdo de Vanessa. Me di cuenta de que seguía en pijama así que decidí subir a la habitación a cambiarme para salir por algunas cosas al súper. 

El súper no quedaba lejos, solo a un par de cuadras; así que decidí caminar. Llevaba unos vaqueros negros y una sudadera gris, algo sencillo. Divagué por los pasillos pensando en qué comprar, realmente no sabía por qué había salido, solamente estuve caminando por los pasillos sin agarrar nada. Permanecí así un largo rato, hasta que mis pies me guiaron al pasillo de vinos, y bueno, ¿quién era yo para negarme? Tomé la mejor botella que encontré. Cuando estaba por darme la vuelta, pensé, ¿será correcto solo pagar una botella de vino? No, lo mejor era pagar tres botellas. 

Decidí tomar un poco de queso, unas frituras, chocolates y helado. ¡Esa iba a ser mi gran comida! Delicioso, ¿no? Me dirigí a cajas y pagué, pusieron mis cosas en una gran bolsa de papel y salí del establecimiento. Caminé sin prisa, con la mente en blanco y dejé que mis pies me guiaran a casa; en la calle había una gran afluencia de gente local y turistas, algo totalmente normal en domingo.

Mientras caminaba, iba tarareando una canción que escuché mientras hacía mis compras, hasta que al girar en la esquina choqué de frente con alguien. Era un poco más alto que yo y ante el impacto ambos solo dimos un par de pasos hacia atrás; al parecer se había pegado en la cabeza con una de las botellas o algo por el estilo. No había podido verle la cara hasta que levantó la misma y miró hacía mi dirección… Estaba a punto de gritarle, pero en cuanto lo reconocí, quedé en shock. 

−¿Señorita D’angelo? 

−Dante. 

Fue lo único que pude decir antes de desear desaparecer entre la multitud. El pánico me invadió y miré a mi alrededor buscando una escapatoria; y para mi salvación, a mi espalda se aproximaba un grupo grande de turistas que admiraban la ciudad. 

−¿Qué ocurre? ¿Todo está bien? −Volví mi vista hacía él y tenía una sonrisa, pero había confusión en sus ojos− ¿A dónde fuiste ese día? Esperé a que volvieras, pero no lo hiciste. −Empecé a caminar hacía la multitud, esta se encontraba a unos metros de distancia de nosotros, él me siguió, pero se situó a mi costado, dejando una distancia considerable para que las personas pudieran pasar. 

−Sí, lo sé −hice una pausa para pensar en una excusa−; lo que pasa que había olvidado que tenía clases, así que… solamente me fui. −El grupo se encontraba cada vez más cerca.

−Bueno. −hizo una pequeña pausa−¿Al menos me darás tu número de celular? 

−Claro. −volví a ver a la multitud, estaban a menos de diez metros de distancia− ¿Lo anotas en tu celular o traes pluma? −Seguimos caminando hasta estar a solo un par de pasos de ellos.

Lo que pasó fue muy rápido; él agachó la cabeza para sacar su teléfono y en ese momento la multitud pasó delante nuestro, me giré para caminar en su dirección y me coloqué la capucha de mi sudadera, pasé la bolsa a la altura de mi estómago para no hacerla tan visible y caminé con ellos sin voltear atrás. Después de un par de metros me separé del grupo y tomé mi camino para dirigirme a casa.

 

Al llegar, dejé todo en el suelo y me tiré al sofá. Cerré los ojos y pensé en lo que pasó; nunca hubiera imaginado volver a encontrarme a Dante, solo había sido algo de una noche; no había pasado nada más. Bueno, eso se merecía un gran trago de vino. Destapé el vino con el sacacorchos y busqué una copa, pero no encontré nada. ¿Quién tenía el sacacorchos en su casa, pero no una copa para vino? Bueno, mis padres. Le di un gran trago directo de la botella; el sabor era dulce, pero con el gran sabor a alcohol. Con la botella en mano, me dirigí al tocadiscos y saqué un vinilo de The Rolling Stones, empezó a sonar she's a rainbow, y las notas empezaron a llenar de música la habitación. 

Le di otro trago al vino y empecé a caminar por la casa, acariciando las paredes y despidiéndome mentalmente de la casa mientras cantaba solo los coros de la canción; entré a todas las habitaciones de la casa y las recorrí por completo con la mirada. Esta era la casa donde había pasado varios fines de semana con mi familia. Tenía buenos recuerdos en esta casa; pero bueno, así era la vida. 




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