Acordamos que Alex se iba a hacer cargo de la planeación del viaje, y lo que nos había dicho era cierto, no íbamos a tener clases la siguiente semana, así que todo estaba bien.
La ciudad se preparaba para la noche de Halloween y posteriormente la de los fieles difuntos. Vanessa se encontraba en el balcón apreciando la ciudad; veía pasar a los niños con sus pre disfraces y algunas familias iban con un poco de flor de cempasúchil y algunos adornos.
−¿Qué tienes? No estás tan parlanchina como otros días. −Dije abrazándola por la espalda y dándole un fugaz beso en la mejilla.
−Nada, es solo… Son los recuerdos de cuando pasaba estas fiestas con mi familia. Ahorita estaría en el panteón arreglando la tumba de nuestros difuntos, mañana treinta y uno, iría a una fiesta de disfraces con mis amigas, a la mañana siguiente estaría con mi familia contando las anécdotas de mis seres fallecidos y celebraríamos su vida. −La abracé más fuerte y le di un beso en la mejilla, su cuerpo se relajó y suspiró.
−¿Quieres ir a una fiesta de disfraces? ¿Quieres que pongamos una ofrenda? ¡Hagámoslo! Solo tienes que pedirlo. −Se dio la vuelta y me pasó sus manos por mi cuello.
−Solo si quieres hacerlo, porque luego dices que por mi culpa haces las cosas. −Depositó un ligero beso en mis labios y sonrió.
−Hagámoslo. −Ella sonrió y me besó, fue un beso que me transmitía mucha paz. Abrí los ojos y la vista que tenía era hermosa, el cielo estaba despejado y el museo hacía un hermoso paisaje; y Vanessa… ella era lo que transmitía vida en esa postal. Me aparté de ella y le pasé un mechón detrás de la oreja.
−Dame un segundo. −Dije y entré a buscar la cámara fotográfica.
Al regresar, Vanessa estaba de espaldas y su cabello danzaba en el aire, los rayos del sol brillaban en su cabello, el museo le daba un hermoso contraste al paisaje; y sin pensarlo dos veces, capturé el momento. Era la primera fotografía que tomaba de Vanessa.
Al escuchar el disparo de la cámara, volteó y tomé otra fotografía, en esta su cabello cubría su cara y lo que más se notaba era su sonrisa; volví a tomar otra y en esta su cabello ya no estorbaba, su rostro reflejaba los rayos de luz y su sonrisa se extendía por toda su cara.
Dejé la cámara en la mesa y me acerqué a besarla; besé esos labios a los que no me podía resistir.
Quince minutos después nos encontrábamos en el supermercado comprando las cosas necesarias para la ofrenda.
−¿Crees que estas velas sean suficientes?
Llevábamos media hora escogiendo las malditas velas, ya que ponía muchos peros, que porque eran muy blancas, muy amarillas, muy chicas, muy grandes, que el costo no iba de la mano con la calidad, en fin, solo a Vanessa se le ocurriría protestar por la más mínima cosa.
Afortunadamente habíamos llamado a un restaurante mexicano para encargarle la comida y el dichoso pan de muerto. Si no, eso iba a ser un desastre, me la imaginaba peleando con el chef debido a que el pan era más chico que el tradicional y todo ese tipo de cosas; reprimí una sonrisa ante esa imagen.
Después de casi dos horas, ya solo nos faltaban las flores y unas pequeñas decoraciones.
−¿Qué opinas de estas flores? −Dijo tomando unas flores de cempasúchil y unas rosas.
−Son lindas. −Ya me encontraba cansada y desesperada, quería que de una buena vez por todas se decidiera por algo.
−No lo sé −hizo una mueca−. Son muy amarillas, y se supone que…
−¡Ya escoge de una maldita vez, Vanessa! −Grité causando que algunos de los clientes dirigieran su mirada hacia nosotras.
−¡Por eso no quería hacerlo! ¡Siempre eres así! −Dijo dejando las flores en su lugar y se alejó unos cuantos metros.
Dios mío, parecía un maldito chico con ataques de ira. Pensé en darme la vuelta y dejarla ahí, pero decidí esperar al lado del carrito. Pasaron varios minutos y apoyé la cabeza en el manillar del mismo hasta que escuché unos pasos en mi dirección.
−¿Y si mejor buscamos los disfraces? −Vanessa estaba frente a mí con expresión serena.
−¿No te vas a quejar por cualquier cosa?
−Trataré. −Hizo una pausa−¿Tú no te vas a enojar por todo? −Preguntó con una sonrisa en los labios.
−Trataré. −Embocé una sonrisa al igual que ella.
Tomó unas flores al azar y nos dirigimos a la caja para pagar; me encontraba un tanto frustrada así que simplemente le dejé la tarjeta a Vanessa para que pagara. Le daba la libertad económica la cual sabía que desde siempre había deseado.
Al salir del supermercado nos dirigimos a una tienda de disfraces, y para no discutir, optamos por disfrazarnos de unas brujas, pero, íbamos a ser unas brujas sexis.
−¿Qué opinas de este? −Era un pequeño vestido negro de tul, el cual apenas llegaba a medio muslo y terminaba en picos.
−Me parece lindo. ¿Estás segura de que hay dos? −Pregunté.
−No lo sé, pero estaba pensando que tú podías ir disfrazada de monja, ya sabes, no son celos ni nada, pero con este tipo de disfraz llamarás mucho la atención del resto de los invitados de la fiesta. −Dijo con un tanto de nerviosismo en su voz.