Pequeña estrella fugaz. (corregido)

Capítulo 28

El miércoles volví a la escuela y me reencontré con Leah y Nik, quienes se veían más enamorados que nunca; me dio gusto por ellos, desde un principio estaba claro que eran el uno para el otro. 

Me encontré con algunas de las amigas de Vanessa, ellas me preguntaron por ella, y yo les expliqué que ese mismo domingo llegaba, ellas se mostraron emocionadas por su regreso, ¿quién no? Tachaba los días en el calendario emocionada con cada día que pasaba. 

El viernes, el abogado que nos representó apareció en la puerta de mi departamento con una gran sonrisa. 

−Señorita D’angelo −dijo en cuanto abrí la puerta−. Le tengo muy buenas noticias. 

Lo invité a pasar y me explicó que habían encontrado culpable a Jack por intento de violación y violación en concreto; también me comentó que habían encontrado unas agravantes, que iban desde acoso, abuso psicológico y abuso físico. Solo quedaba que nosotras presentáramos nuestra declaración en la corte y Jack pasaría unos años en prisión; claro, no omitía la probabilidad de que los abogados de Jack buscarán la forma de que quedara libre, pero era muy poco probable que la jueza cediera a eso. 

Me informó sobre lo que había pasado, y me comento que era necesario de que las demás chicas asistieran, a lo que dije que yo me haría cargo. Después de ello nos quedamos en silencio, no había nada más que decir. Se fue después de casi dos horas, pero en todo el momento no tuve la confianza que llegué a tener con Damián; a pesar de que en ocasiones me sacaba de mis casillas con su arrogancia y sarcasmo, le tomé cariño, deseaba que se encontrara bien y esperaba verlo pronto. 

El domingo a primera hora me fui al aeropuerto. Ella llegaría dos horas después, pero mis ansias no me permitían estar ni un segundo más en el departamento.

Permanecía atenta a los avisos por los altavoces, con la esperanza de que su vuelo hubiera llegado antes de lo previsto, pero obviamente no fue así. Me encontraba en la sala de espera cuando después de lo que pareció una eternidad, vi que se acercaba corriendo sosteniendo su gorro de lana, sus maletas yacían detrás de ella, las había tirado para poder correr; yo me quedé parada con los brazos abiertos esperando su abrazo.

−¡Te extrañé tanto! −Dijo en cuanto estuvo en mis brazos. 

−Lo sé, y yo a ti. 

Permanecimos abrazadas por unos minutos sin importar que obstruyéramos el paso y un oficial nos hizo el favor de acercar las maletas hasta nosotras mientras nosotras continuábamos con nuestro abrazo. 

−Vamos a casa. −La tomé de la mano sin importar nada, cada una cargó una maleta y juro que volver a ver su sonrisa fue como si mi mundo hubiera vuelto a recobrar su color, porque ella era mi mundo. 

Llegamos al departamento entre besos y abrazos, nos detuvimos para que pudiera ver sus regalos; pero, casi inmediatamente volvimos a los besos. Los besos no eran suficiente después de un mes lejos. 

Sin importar nada hicimos el amor en la sala, el acto iba más allá de la lujuria y deseo; eran las caricias, los besos húmedos y las miradas entrelazadas lo que lo hacían único y especial. 

Nos quedamos abrazadas un buen rato, simplemente escuchando nuestras respiraciones y los sonidos de la ciudad. Ella me empezó a hablar de sus vacaciones, de lo increíble que fue pasar unos días con su familia. 

Yo la escuchaba en silencio, disfrutando de su voz y de sus aventuras, no deseaba imaginarme el volver a estar sin escuchar su voz, o sentir su roce con mi piel, la sensación de nuestros labios juntos, el perderme en esos ojos marrones que se habían convertido en el centro de mi mundo, o simplemente sentir como su cuerpo se movía junto al mío cuando hablaba de algo que le apasionaba. Era amante de cómo su nariz se movía cuando explicaba algo con pasión, cómo sus ojos se iluminaban cuando veía algo que le gustaba; simplemente era amante de su existencia. 

Al día siguiente llegamos juntas del campus, mientras yo terminaba mis clases, ella aprovechó para ponerse al día con sus amigas. Al terminar las clases, decidimos ir a dar una vuelta por la ciudad. Íbamos caminando por la ciudad cuando abrazó mi antebrazo y alentamos el paso. 

−Ya es hora de extender esta familia, ¿no lo crees? −La miré con una ceja encarnada y ella tenía una sonrisa completa en la cara. 

−¿Qué tienes en mente? −Ella se relajó y dio un pequeño brinco. 

−Un perro no, exigen demasiada atención, un conejo hace mucho del baño, los hamsters no me gustan, se me hace muy cruel tener a un pájaro encerrado. 

−¿Entonces?

−Un gato sería la opción correcta.

−No soy fan de los gatos, lo siento. −Ella se llevó una mano a la cintura y trató de poner cara de molestia, aunque no le salió como ella esperaba.

−¿Cómo que no te gustan los gatos?

−Simplemente no me gustan. −Reí y seguí caminando.

−Pero este será tu hija o hijo, ¡y estoy segura de que la o lo vas a amar!

−Mm, pero tú te harás cargo de él. −La tomé de la mano y caminamos juntas.

−Como tú desees.

En ese mismo momento nos dirigimos a un albergue para mascotas, le dijimos a la señora de la recepción lo que buscábamos y ella nos llevó a un cuarto donde se encontraban los gatos. Había de diferentes colores y tamaños, no sabíamos cual escoger; así que dejé a Vanessa tomar esa importante decisión. 




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