Pequeña estrella fugaz. (corregido)

Capítulo 32

Vanessa.

 

En cuanto escuché que Elizabeth cerraba la puerta, sentí mi corazón romperse, caí de rodillas al suelo mientras lloraba. Ya había derramado tantas lágrimas por ella que no sabía si iba a poder seguir con ello. Oreo llegó a mi lado y se acurrucó junto a mí; inmediatamente comenzó a ronronear.

−Hola, bebé. −Saludé en mi lengua materna; Oreo solo me miró y siguió ronroneando.

Esperé a que Elizabeth llamara, pero no fue así. Había pasado media hora desde que se había ido, y aún no llamaba. Como pude, recogí las piezas de mi corazón roto y me puse de pie. Saqué mis cosas de mi maleta y me debatí sobre qué hacer.

Estaba la opción uno, que era esperar a que volviera y arreglar las cosas; pero nada me daba la certeza de que las peleas cesaran, y yo ya me había cansado de pelear. La opción dos era irme, sabía perfectamente que no habría vuelos inmediatos para partir, pero podía quedarme en un motel hasta el vuelo siguiente.

No necesité analizarlo, inmediatamente comencé a doblar mi ropa y acomodarla en la maleta. El corazón me dolía de pensar que ya no vería a Elizabeth, y que lo último que habíamos hecho era pelear, pero ya estaba cansada. No me importaba lo que podía pasar con la escuela, no me importaba que al volver tuviera que comenzar de cero, en ese instante no me importaba nada.

Oreo se frotaba en mis piernas, me iba a doler dejarlo, pero, era lo mejor, creía que, si dejaba algo de mí con Elizabeth, ella iba a poder sobrellevar todo. Lo levanté del suelo y lo abracé.

−Mami te quiere, no lo olvides. Ayuda a Eli a estar en paz, por favor. −Tenía un nudo en la garganta y los ojos se me llenaron de lágrimas.

Estaba por salir y dejar todo, pero, una parte de mí aún se quería quedar, mientras que otra parte de mí me decía que era mejor que me fuera en ese instante.

En cuanto estaba por salir, recordé a Beatrice y decidí llamarle. Contestó al tercer tono.

−¡Hola, Vane! −Saludó alegremente, como siempre−¿Quieres hacer una pijamada? Dime lo que tengas en mente. −Me quedé en silencio sin saber si iba a ser capaz de despedirme de ella.

−Hola, Bea. −Mi garganta se cerró y un sollozo salió de la misma.

−¿Está todo bien? ¿Elizabeth está bien? −La escuché preocupada, quería explicarle las cosas, pero no pude.

−Ya no puedo. −Fue lo único que pude decir antes de volver a llorar.

−No te muevas, voy para allá. 

Colgó y yo volví a caer de rodillas a llorar, ya no tenía fuerzas para hacerlo. Desde que conocí a Elizabeth, lo único que había hecho era preocuparme y llorar… y claro, amarla, amarla intensamente. Pero hasta al amor incondicional hay que ponerle límites.

Beatrice llegó unos minutos después y al verla, la abracé y rompí a llorar en sus brazos.

−Ya no puedo, Bea. −Seguía aferrada a su cuerpo mientras ella acariciaba mi espalda−. La amo, pero esto ya no es sano.

No me solté de ella mientras entraba al departamento. Me senté en el sofá y ella me preparó una taza de té. Me la tomé junto a la ventana; Beatrice seguía acariciándome la espalda, aguardando impacientemente a que le contara lo que había pasado.

−Ya no es sano y es lo mejor. −Susurré para poder convencerme a mí misma.

−Mi niña, ¿qué fue lo que pasó?

−Volvimos a pelear. −Ella suspiró.

−Mi niña, siempre pelean y lo arreglan.

−Sí, pero esto ya no es sano. −Me quedé callada con mi té entre las manos−. Y me llamó interesada; cree que solo estoy con ella por los beneficios económicos, cuando claramente no es así. Sí, acepté sus regalos y los beneficios que me daba, pero aun si no me hubiera dado nada, me hubiera quedado con ella.

−La niña Elizabeth es así, no piensa antes de hablar, pero estoy segura de que todo va a salir bien.

−Yo creo que somos muy jóvenes para amar. −Hice una pausa−. En especial yo, tengo diecinueve años, ella veintiuno. Ha vivido más que yo, sabe lo que quiere, mientras que yo… ni siquiera sé quién soy. Y Elizabeth se merece una persona segura y que sepa lo que busca.

−Tú puedes ser esa persona, si tan solo…

−Si tan solo cambio; pero ese no es el punto. Quiero amarla con cada célula de mi cuerpo, y con cada parte de mi alma, pero no es el momento. Tal vez en otro momento… o en otra vida. −Beatrice acarició mis nudillos y me regaló una mirada de compasión.

−Espero que la vida las vuelva a juntar cuando ambas estén listas. −Asentí y me puse de pie.

−¿Crees que me puedas acompañar al aeropuerto y posteriormente venir con Elizabeth? Para que no pase la noche sola. −Ella asintió y se puso de pie.

−Pero, al menos déjale una explicación. Puedes dejar una carta o algún mensaje de voz.

−Claro, dame un segundo, ¿sí? iré a escribir una carta. −Ella asintió y se sentó en el sofá.

Me di la vuelta para ir al cuarto de estudio.

Los recuerdos me golpearon sin piedad alguna. Las noches que pasé estudiando con Eli en ese mismo cuarto, los besos dados ahí mismo, y claro, el cuadro que había dibujado Elizabeth tantos meses atrás. Me acerqué a él y lo recorrí con los dedos. Ese día había tenido tantas ganas de besarla, pero me contuve.




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