Pequeña estrella fugaz. (corregido)

Capítulo 36

Cuando desperté vi a Leah a mi lado, ella se encontraba llorando y Nik se encontraba consolándola. Por un momento creí que lo anterior había sido un mal sueño, que lo que había pasado en la semana no había sido más que una pesadilla, pero no era así; lo comprobé por el vestido negro de Leah.

−¿Leah? −Traté de incorporarme, pero mis fuerzas eran nulas y terminé cayendo sobre mis codos.

−No, no, Eli. Quédate así. −Dijo ella en cuanto me vio, se sorbió la nariz y se puso de pie−. Iré por Alex, tienes que hablar con él.

Salió de la habitación y Nik se quedó conmigo, este se sentó en la cama y me miró con una expresión de pésame.

−Por favor dime que todo ha sido un mal sueño. −Él bajó la mirada y negó con la cabeza.

Quería llorar, pero ya no tenía las fuerzas, no tenía la determinación para hacerlo.

−Su padre ha hablado, no le han dicho nada; y creen que lo más factible es que seas tú la que le dé la noticia.

Yo asentí; nunca antes había hablado con su padre, y se me hacía injusto que esa fuera la primera vez. La primera vez que hablaría con él, y le daría una pésima noticia. 

Alex entró corriendo a la habitación, al verme, noté la culpa en sus ojos; se limpió las lágrimas y se acercó a mí. Leah y Nik salieron de la habitación dejándome a solas con él. 

−¿Cómo te sientes? −Preguntó él tomándome de la mano.

−¿Dónde está el cuerpo? −Pregunté con expresión fría. Él dudó un poco pero después de unos segundos contestó.

−En la morgue.  −Al escuchar eso, todo en mí se rompió−. Están viendo qué se va a hacer con el cuerpo; creemos que es justo darle de una buena vez un funeral digno, su padre podría venir para el mismo y…

−No −lo interrumpí−, la tenemos que llevar a México. 

−¿Por qué lo dices? −Recordé nuestra conversación de hacía dos meses.

−Negrete.

−¿A qué te refieres?

−Un cantante mexicano, una canción… Vanessa me lo dijo. −Era curioso cómo desde hacía meses, parecía que Vanessa sabía lo que iba a pasar.

Mi hermano asintió y me dio el teléfono para hablar con el papá de Vanessa. Tomé el aparato en mis manos y lo miré por unos segundos, incapaz de marcar el número, pero después de unos segundos, ya estaba llamando a su padre. Él contestó a los tres tonos. 

−¡Bueno! ¿Vanessa? −Al escuchar eso, me dio un revuelo en el corazón. ¿Cómo le diría que ya no volvería a escuchar a Vanessa? 

−Señor Rodríguez. −Fue lo único que pude estructurar antes de que mi garganta se empezara a cerrar.

−Él habla, ¿ya la encontraron? −Me quedé en silencio y sollocé−. No, no… −Empezó a titubear−. ¡No! ¡Mi hija!

Si para mí era desgarrador, no me quería imaginar cómo se sentía él. Ambos lloramos uno en cada línea telefónica; escuché cómo lloraba y gritaba; sus familiares se acercaron a él para consolarlo, pude sentir su dolor… pude sentir mi dolor reflejado en él.

−Solo te pido que traigas sus restos, no importa la forma −se sorbió la nariz y volvió a sollozar−, por favor.

Yo accedí y simplemente colgué, no podía despedirme de él; aún no.

Pensé en ir a la morgue, pero me arrepentí; mandé a Alex a dar la orden de que la cremaran y que pusieran sus restos en la mejor urna. Él trató de convencerme de ir con ellos, ya que ese mismo día iban a hacer un pequeño funeral para que los amigos que había hecho en el país se pudieran despedir de ella, pero me negué, no estaba lista para decirle adiós al amor de mi vida.

Todos se fueron del departamento dejándome sola. Leah se había ofrecido a quedarse conmigo, pero yo me negué, necesitaba asimilar lo que había pasado. Así que en cuanto ya no hubo nadie en el departamento recorrí el mismo, recordando todo, nuestro primer beso, las noches de películas, la fiesta de cumpleaños, la primera vez que hicimos el amor… nuestra pelea, absolutamente todo.

Me detuve en el cuadro, nuestro cuadro que hacía unos meses había pintado. Recordé la sensación de haber bailado con ella, cómo se sentía su cuerpo junto al mío, su respiración… todo.

Fui al tocadiscos y puse Thinking out loud, me senté en la alfombra y me hice ovillo para poder llorar. La canción que en algún momento me traía hermosos recuerdos, ahora me traía un recuerdo muy doloroso.

Oreo fue a frotarse a mis pies, sabía que él también estaba sufriendo por la muerte de Vanessa, pero no podía compartir mi dolor con él. Me puse de pie y fui por algunas cosas de Vanessa, tomé su ropa, almohadas, peluches y sus cosas de la escuela; con ello hice un círculo y yo me coloqué en medio, sentía que de una u otra forma seguía conmigo.

Fui por un poco de agua y me percaté que en la mesa había una mancha de café; recordé que hacía un par de meses Vanessa había tirado un poco de expreso por andar con las prisas, como siempre. Sonreí melancólicamente ante aquellos recuerdos, momentos que solamente vivirían en mi memoria incapaz de crear nuevos con la persona que más había amado.

Por un momento se me ocurrió que la mejor idea era reunirme con Vanessa, mi vida no tenía sentido sin ella. Así que fui a la cocina y tomé un cuchillo; lo miré entre mis manos y toqué el filo del mismo con las yemas de mis dedos. Pensé en la forma más fácil de hacerlo… pero, cuando estaba a punto de pasarlo sutilmente por mi cuello; un recuerdo me asaltó. Recordé a Vanessa con vida, ella hacía que cada día importara, el cómo afrontaba el día a día… Una parte de mí creía que Vanessa seguía conmigo, y que, en su optimismo, ella quería que disfrutara de la vida tal y cómo ella lo hizo.




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