Durante la noche preparé el departamento para dejarlo; acomodé las cosas de Vanessa tal y como a ella le gustaba; acomodé sus cuadernos, peluches y todo lo relacionado con ella. Hice mi mejor esfuerzo por arreglar todo y busqué un boleto para irme a la mañana siguiente.
Oreo me acompañó todo el tiempo, parecía que sabía que era la última vez que estaríamos juntos, porque no me dejó sola en ni un momento; pasada de las doce de la noche salí al balcón con Oreo detrás de mí. Observé la ciudad nocturna y me preguntaba cómo era que el resto del mundo seguía como si nada después de la muerte de Vanessa. Recordé todos los momentos que viví con ella y se me escapó una lágrima sigilosa.
−Prometo que haré mi mejor esfuerzo. −Llevaba puesta la cadena que Vanessa me había regalado en mi cumpleaños, me la quité y la observé por un momento, quise pensar que una parte de su alma estaba en el mismo y que desde ahí me iba a cuidar y a guiar; besé la pequeña flor y volví a colocármela, prometí no quitármela nunca hasta que sanara completamente.
Oreo se subió a mis piernas y empezó a ronronear.
−Creo que sabes lo que pasará. −Oreo simplemente maulló y yo lo acaricié−. Me recuerdas demasiado a ella, y aun no puedo vivir con ello. Tengo que sanar completamente para poder ayudarte; quisiera ser la madre que Vanessa hubiera querido que fuera… pero no puedo hacerlo sin ella. Lo siento.
Oreo se quedó en silencio ronroneando, y nos quedamos en el balcón observando el cielo en busca de una estrella fugaz. Sabía que sin importar en dónde estuviera, Vanessa seguiría conmigo, que no era capaz de dejarme sola, así que siempre la buscaría en las estrellas.
−Te amo, Vanessa. −Dije mirando al cielo, y en el mismo vi pasar una estrella fugaz, las lágrimas inundaron mis ojos y dejé que la sensación me guiara.
A la mañana siguiente llegó Leah, le dejé una copia de llaves del departamento y le pedí que cuidara bien de Oreo y que no moviera nada dentro del departamento. Mi amiga simplemente asintió y me abrazó; prometí volver en unos días, pero sabía que no era así.
Llevaba tan solo una maleta pequeña, con algo de ropa para más de cuatro días; me aseguré de llevar todos mis documentos necesarios y todo lo que necesitaría para empezar una nueva vida lejos del fantasma de Vanessa.
Una parte de mí tenía la esperanza de arrepentirme y volver en un par de días, ese era el plan número uno, pero como siempre, las cosas no salen como las planeo. Únicamente me despedí de Beatrice, Leah y de Nik; ellos eran los únicos que de verdad comprendían lo que Vanessa había significado para mí y el cómo me sentía.
Después de casi diecinueve horas de vuelo, llegué a la ciudad de donde era Vanessa, el aire cálido me recibió, junto con un hombre de aproximadamente cuarenta años. Era de cabello chino y un poco canoso, su altura era de aproximadamente un metro ochenta.
Al verme, me abrazó y abrazó la urna de Vanessa, no pudo contener sus lágrimas y yo me uní a su sufrimiento. Nos fuimos directamente a su casa, para después ir a la playa en donde ya se encontraba listo un funeral al lado del mar. El plan era dejar sus restos en el mar, ya que este era uno de los lugares favoritos de Vanessa. Durante el camino no cruzamos más que un par de palabras, no estaba lista para decirle lo que su hija había significado para mí, ni que su hija estaba muerta por su culpa.
Al llegar a su casa pude notar que se encontraban sus amigas, primas, primos, tías y toda su familia, ellas me abrazaron en cuanto llegué y lloraron en la urna de Vanessa. Inmediatamente fuimos a la playa, era hora de dejar libre a Vanessa; la ceremonia fue tranquila, melancólica, lloré cuando su padre dio un pequeño discurso y arrojó un poco de cenizas al mar y el resto de su familia y amigos hicieron lo mismo. Cuando llegó mi turno, no pude hacerlo, ellos entendieron y me dejaron un poco de estas en la urna.
Todos se dirigieron a una carpa en donde aguardaba un poco de comida y asientos para que pudieran estar un momento juntos, en especial en ese duro momento. Cuando ya todos se habían ido a la carpa, yo me quedé en la orilla del mar, pensando en cómo a pesar de haber nacido a miles de kilómetros de distancia, nuestra historia se entrelazó. Me hubiera gustado darle un final diferente a nuestra historia, pero la vida siempre tiene un plan diferente para cada uno de nosotros. Me arrodillé en la arena y me dispuse a llorar una última vez, porque estaba bien llorar, llorar libera a los demonios internos; y en este caso, al dolor. Miré su urna y tenía escrito su nombre, día de nacimiento y el día de su muerte; junto con su edad.
Vanessa Rodríguez Arzuaga; 20 de noviembre −03 de febrero. 19 años.
−Vanessa, cariño −dije con voz entrecortada dirigiéndome a la urna−. Me gustaría pensar que estas aquí, que terminando me mostraras tu ciudad y bromeamos con algo que solo a ti se te ocurriría; pero ambas sabemos que no es así. Lamento que el último recuerdo que te lleves de mí sea aquella pelea… lamento no haberte protegido, no amarte más plenamente, por ocultar lo que sentía. Prometo que trataré de vivir como tú me enseñaste, sin limitaciones, sin que nada me preocupe. Extrañaré como se sentían tus abrazos, besos, caricias, el sonido de tu risa, tus gestos cuando algo no te gustaba… Gracias por compartir tu vida conmigo, aunque sea un momento fugaz, porque tú cariño, tú eras mi estrella fugaz, siempre pensé que era por el hecho que la magia que le diste a mi vida, pero ahora veo que también fue por tu corta estancia en la misma.