Han pasado dos años desde la muerte de Vanessa y no hay día que no duela más que el otro, solo que he aprendido a vivir con esto, con el dolor y con las grietas, he vivido por ella.
Después de dos años y medio he regresado a Florencia, he tenido que desocupar el departamento antes de venderlo; he tomado esa decisión porque no sería capaz de vivir en el mismo techo que alguna vez compartí con ella.
Al entrar al departamento puedo ver cómo el polvo ha cubierto todo, hace más de un año que Beatrice no ha entrado a este; le había pedido que no tocara nada, que lo dejara tal y como yo lo había hecho. Recorro todo el departamento y entro a la habitación que alguna vez fue de ella; todo sigue intacto, el cuadro se encuentra en la pared y con ellos su fantasma se hace presente. Llego al comedor y puedo ver que la mancha del café de Vanessa sigue ahí; siento como su presencia me inunda y puedo ver los recuerdos vividos en esas paredes.
Lo veo como si fuera una película, Vanessa corriendo y dejándose caer en el sofá, el sonido de su risa me inunda y siento ganas de llorar. Han sido tantas las noches que he pensado en reunirme con ella, sería fácil tomar unas pastillas, tírame de un puente, chocar con el auto o cualquier otra cosa, morir es sencillo; pero recuerdo la promesa que le hice y elimino todos aquellos pensamientos.
Decido recoger unas ultimas cosas que aun sirven y las meto en una caja para llevarlas conmigo; tomo el cuadro, algunas prendas, películas favoritas de Vanessa y un par de otras cosas. Su aroma se ha desprendido de sus cosas, así que es fácil dejarlas.
Salgo del departamento y me doy la vuelta para verlo por última vez. La melancolía me invade y antes de cerrar la puerta, me despido de Vanessa.
−Adiós, cariño; espérame en el otro lado.
Salgo del edificio y subo a la camioneta donde me está esperando Leah; al entrar me mira con cariño.
−¿Está todo bien?
−Sí, es solo que… −suspiro para deshacer el nudo en mi garganta−. Es duro, es difícil. −Ella asiente y me da un pequeño abrazo, su vientre rosa conmigo.
−Bueno, vamos. −Nos colocamos el cinturón de seguridad y nos ponemos en marcha.
−¿Para cuándo dices que nace? −Le pregunto haciendo referencia a su vientre.
−Finales de diciembre. −Dice con una gran sonrisa.
−Eso es genial.
En cuanto terminaron la escuela, Nik le propuso matrimonio a Leah y ella inmediatamente aceptó; se casaron al mes en una boda pequeña. Me invitó, pero me negué, aún no estaba lista para volver al país donde murió Vanessa.
En cuanto llegamos a su casa, Nik nos recibe con un delicioso estofado. Leah y Nik son felices juntos, me da gusto que al menos ellos sí tuvieron su final feliz, porque todos nos merecemos uno, ¿no?
Esa noche ocurre una lluvia de estrellas, así que subimos a su azotea para apreciarla; y hoy más que nunca, puedo sentir la presencia de Vanessa, tal vez es ridículo, pero siento que hoy está más feliz que nunca. Oreo se acerca a mí y sé que igual que yo, puede sentir a su mamá, a Vanessa.
−Hola amigo, ¿me extrañaste? −Oreo se roza conmigo y ronronea. Tomo la iniciativa de levantarlo del suelo y de cargarlo; su ronroneo se hace más fuerte y lo abrazo.
Puedo ver una estrella más brillante que el resto, así que pido un pequeño deseo en un susurro.
−Guíame.
Esa noche dormiré en casa de Leah, tengo que regresar a Ámsterdam dentro de dos días; pero por el momento no quería pensar en la vida que había construido sin ella. Trato de dormirme, pero simplemente el sueño no llega, así que me levanto y tomo una hoja junto una pluma y me dispongo a escribir una carta.
Le cuento el cómo ha sido vivir sin ella, el cómo ha sido sobre llevar todo y que aun no he tenido el valor de abrir la mochila que me dio su primo ni de leer la lista del cuaderno. Al terminar, pienso en guardarla, pero decido que lo mejor es quemarla para que de una u otra forma le llegué a Vanessa. Salgo al patio y Oreo va detrás de mí para acompañarme en ese proceso.
Tomo un recipiente de vidrio y prendo la carta; la deposito en el recipiente y veo cómo las llamas queman el papel y las cenizas vuelan en el aire. Con esto he sentido que un peso se me quita de encima, así que en cuanto ya está hecho, regreso a la cama.
Me duermo pensando en ella, recordando los buenos momentos y creando escenarios imaginarios en donde seguimos juntas, cumplimos nuestros sueños y envejecemos. Pero sé que ese es un futuro imposible. Pero de la misma manera, sé que ella estará conmigo hasta el día en que muera y nunca estaré sola, porque ella, ella fue la estrella fugaz que iluminó mi noche, fue mi pequeña estrella fugaz.
FIN