Narrado por: Rachel
Desperté con la terrible, horrorosa, devastadora noticia de que mi computadora había muerto. Otra vez.
No fue culpa mía. Bueno… tal vez solo un 13% culpa mía. Posiblemente porque anoche me dormí viendo videos de gatitos samuráis y se me volcó encima una taza de chocolate (sin querer, obvio). Cuando la encendí esta mañana, hizo un ruido como si se estuviera ahogando en salsa de soja y luego… nada. Oscuridad. Silencio. Muerte tecnológica.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Código rojo! ¡La computadora está más frita que los deditos de queso que venden en la calle!
Mis padres ni se inmutaron. Papá cortaba fruta como si estuviera en un comercial de salud y mamá hojeaba el periódico con cara de “ay, otra vez esta niña”.
—Hija, esta es la tercera vez que pasa —dijo mamá sin levantar la mirada—. Primero fue la pizza extra queso. Luego la lanzaste dentro de la lavadora. Y ahora el chocolate…
—¡Injusticias históricas! ¡Calumnias sin pruebas! —me crucé de brazos, dramática.
Papá, sin voltear, respondió:
—Busca un trabajo, Rachel.
Silencio.
—¿Qué dijiste?
—Busca. Un. Trabajo —repitió, como si estuviera escribiendo un cartel de protesta sindical.
—¿Un trabajo? ¿YO? ¿Y quién me va a proteger de los niños psicóticos que hoy en día creen que el Coco es un influencer?
—Vi un anuncio en el periódico esta mañana —interrumpió mamá con una sonrisita sospechosa—. Ofrecen buena paga. Niñera de tarde. Suena ideal para ti.
Me quedé boquiabierta.
—¿Niñera? ¿Por qué mejor no vendo un riñón? ¡Sería más seguro! Mamá, esos niños de ahora son como pirañas con Wi-Fi. ¡Tienen TikTok y traumas desde los cinco años!
—Pues ya llamé —dijo mamá, como quien dice “ya puse la lavadora” —. Tienes entrevista mañana a las dos de la tarde con la señora Harrison. Prepárate.
—¡¿Qué?! ¿Tú llamaste? ¡Eso es ilegal! ¡Eso es esclavitud moderna!
Papá sonrió con su taza de café:
—Y eso, querida hija, se llama madurez forzada.
...
Más tarde ese día, fui directo a casa de Emily, mi mejor amiga y consejera de vida desde kínder.
Toqué el timbre con nuestro código de emergencia (una vez largo, dos cortos). Me abrió con el rostro pálido.
—¿Quién murió? ¿Tú? ¿Yo? ¿La humanidad?
—Yo. Me mataron. Mis papás. Me vendieron como niñera.
Emily jadeó.
—¡NOOOOOOO! ¡No sobrevivirás! ¡Te perderemos, Rachel! ¡Dime a quién dejarás tu colección de labubus!
—Emily, no es mi testamento. Solo vengo a llorar.
Le conté todo. La tragedia chocolatoso-tecnológica. La amenaza de trabajo. La entrevista. Los gemelos del mal.
—Son los Harrison —dije—. Dicen que los mellizos son adorables, pero todos sabemos que son el anticristo en estatura miniatura.
Emily suspiró como si recordara una leyenda urbana.
—Se dice que su niñera anterior huyó al bosque y vive entre mapaches.
Me abracé a mi mochila.
—Ojalá no me contraten. Seguro hay alguien peor que yo…
Emily me miró con compasión teatral.
—No te preocupes. Siempre hay alguien peor. Tal vez llegue otra persona igual de desesperada que tú.
—Sí, claro. Tendría ir el mejor guerrero de Dios.
Ambas reímos.
Esa noche, mientras mamá dejaba preparada mi ropa para la entrevista (pantalón de vestir, blusa blanca y cara de falsa responsabilidad), yo solo pensaba en cómo no quedar contratada. Después de todo, ¿qué tan mal podría salir?
…
Spoiler: muy, muy mal.
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Editado: 01.05.2025